Una Europa que piense
Los últimos acontecimientos a escala global están transparentando una conformación del mundo, dividido en potencias económicas, que define las nuevas estructuras de poder.
China, Rusia, Estados Unidos y la fuerza emergente de India hacen que hablemos, fundamentalmente, de cuatro bloques de desarrollo del nuevo capitalismo y de la irrupción de una nueva forma de entender las relaciones geopolíticas.
Todo hace pensar que la vieja Europa, en lucha constante por establecer sus límites y conformar una fuerza unitaria que la pondría en el escenario del mapa futuro, está dejando atrás cualquier posibilidad de alcanzar protagonismo real en este nuevo contexto. No hay nada por lo que Europa construya una posición de liderazgo o de fuerza en el reparto de responsabilidades en el panorama internacional, sino aquellas derivadas de ser un territorio de palanca para los fines de los grandes países en desarrollo. La utilidad del continente europeo no puede ser otra que la de servir, si nada lo remedia, de comparsa en el ruido por el protagonismo de los cuatro bloques en liza. Y el debate se ha abierto en los últimos meses.
Pero hay elementos indispensables para construir un movimiento a la contra de la ferocidad del poder económico. Existe una vieja Europa que toma protagonismo cuando empieza a pensar desde las potencialidades de la inteligencia, a hilvanar una respuesta que tenga que ver con los conceptos más que con las leyes económicas, con la fuerza de la opinión más que con los resortes del dinero y la tecnología. Nuestro sedimento es tierra firme para la contestación.
Existe, por tanto, una Europa que fundamenta su crecimiento cuando piensa para crear. Y, en la fuerza de ese pensamiento, buscar respuestas que abran camino para los seres humanos que pierden su identidad dentro del juego de la baraja de los países económicamente más feroces. Porque quizá no podemos competir en conjunto con la fuerza de lo tecnológico, ni con los términos de una economía del sufrimiento o de la indignidad derivada de sociedades creadas para la especulación y su manera de entender el desarrollo, a no ser que perdamos pie en la actitud de formar parte del juego.
Estamos en el mejor de los momentos para cultivar un pensamiento que sirva de dique de contención ante las apabullantes economías que vienen a controlar, no solo nuestras necesidades, sino también nuestras almas
Europa puede traer al panorama del nuevo orden mundial la capacidad de construir pensamiento, de construirse desde la reflexión y de amparar en su seno la capacidad de transformación de lo humano, de lo puramente social, de un sentimiento de comunidad que lleve aparejada la contestación frente a la indignidad, la desigualdad o el efecto neoliberal de inseguridad.
Alguien puede pensar que instalarse aquí, controlar ese espacio, podría dejarnos sin fuerza en el contexto mundial; pero, con la dimensión tecnológica o la especulación con materiales y con movimientos sociales que acompañan a los nuevos populismos, nos podría situar históricamente como piezas a tener en cuenta en el ámbito del desarrollo de las ideas, del pensamiento, de la defensa de la democracia, de la filosofía como resorte para la acción, de la historia como construcción de nuevas acciones encaminadas a dar protagonismo al ser humano sin las características propias de la especulación, el individualismo, el consumismo y la ruptura del concepto de sociedad que de ellos se desprende. Un material del que no deberíamos prescindir en estos tiempos.
En la transformación especulativa de los mercados internacionales, en el contexto de la nueva geopolítica, en el desarrollo de la economía y sus pasos de gigante hacia un fanatismo desocupado de lo humano, la cultura y la sociedad europeas pueden tener un protagonismo esencial, el impulso necesario para hablar de belleza, de solidaridad, de libertad, de diversidad y de amor, incluso del odio y la furia de lo poderosamente humano, activando siglos de fuerza intelectual y un futuro donde poder reivindicar el territorio firme ante un nuevo entorno inestable.
Estamos en el mejor de los momentos para cultivar un pensamiento que sirva de dique de contención ante las apabullantes economías que vienen a controlar, no solo nuestras necesidades, sino también nuestras almas; somos la pieza indispensable para dejar reflexión en torno a las brechas por donde entran con fuerza los neofascismos y la nueva clase económica. Estamos en condiciones de ser Europa para transformar las identidades porosas en firmes estructuras de pensamiento; no para ser correa de trasmisión de las nuevas actitudes de demolición de las democracias.
Las ruinas del neoliberalismo, de las que ya podemos estar hablando, llevan aparejado un ascenso de los movimientos antidemocráticos. Los vientos que ahora soplan viene con la fuerza de desdemocratizar lo político. Esa Europa de ahora que necesitamos, la que podría ocupar un espacio de interés dentro del contexto general, es la que se defina con un compromiso por la defensa de lo humano, de aquello que nos es propio; y, desde ahí, dar protagonismo a nuestra capacidad de pensar.
Y luchar por no someter al mundo a una estrategia de empobrecimiento, a una visión falsa de la política que se aleja cada vez más de la política. ¿Estamos en condiciones de llevarlo a cabo?
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Javier Lorenzo Candel es poeta.