Trump y los profesores españoles de español
Corría, y a menudo tropezaba, 2003 y, mientras en Italia gobernaba Silvio Berlusconi y en España José María Aznar, se celebraba en un carmen de la ciudad de Granada una boda ítalo-española. Yo, que asistía como invitado, hablaba italiano mejor que ahora y amaba Italia no menos que hoy, rápidamente me mezclé con los invitados y familiares de la novia y fraternizamos, bebimos y charlamos. De todo, también de política, con ligereza, sin dramatizar: estábamos de fiesta. Han pasado más de veinte años, pero lo recuerdo perfectamente: a la primera cerveza ningún invitado había votado a Berlusconi; a la cuarta copa más de la mitad confesaba su apoyo a aquel hombre hecho a sí mismo, prócer con una idea de país y artífice de que Italia fuera, en realidad, más respetada. Se llama voto vergonzante o voto oculto y algunos estamos convencidos de su incidencia entre los jóvenes electores estadounidenses que eligen nuestro país para estudiar un semestre académico en el extranjero.
Hace solo diez años, proponer en nuestras aulas con alumnos norteamericanos un tema político, social o ético era garantía de estímulo y largo debate. Hoy lo es de fracaso. Silencios, miradas dirigidas al suelo protector, caras circunspectas. No solo las familias se han polarizado y partido en dos en Estados Unidos –algo semejante a lo ocurrido en la sociedad catalana durante el procés– sino que esa discordia se ha extendido a espacios que en Didáctica se suelen llamar seguros, como el aula. El alumno teme el juicio interior de la alumna que está a su lado y viceversa, pero además intuye, si es que no la conoce, la opinión mayoritaria que en nuestro país se tiene de su presidente. Le asusta ofender tanto como alterar la fingida paz educativa en un entorno donde abundan los hijos de inmigrantes hispanos, otros que no ocultan su condición homo, bi o transexual y la mayoría siempre abrumadora de mujeres, entre las cuales hay quienes se atreven, todavía, a reivindicar los derechos sexuales y reproductivos que Donald Trump ha comenzado a revocar. Parece cada vez más claro que, si bien en el electorado adulto el rasgo infamante del apoyo abierto a Trump y su camarilla neofascista se ha desvanecido, para los jóvenes se mantiene activo, de ahí que entre sus docentes perviva la percepción de que la juventud usamericana es tan liberal o incluso más que sus predecesoras. No es así. La promoción actual es más apática y conservadora: en 2020, Joe Biden obtuvo 24 puntos de voto joven; Kamala Harris, en 2024, 13.
Sin embargo, los profesores, los intermediarios, los coordinadores de programas norteamericanos en España y hasta su asociación colegiada, presos de esa inercia que lleva a atribuir a la mocedad una naturaleza subversiva, así como de sus propios planes e intereses, insisten en que los estudiantes están tristes y son vulnerables, por lo que recomiendan que no se les mencione la fuente de su malestar ni se les exponga innecesariamente a noticias que no hacen sino angustiarlos más, nos aclaran que perciben la actualidad como un ataque a su identidad y que la viven como un duelo, implicando de este modo que ellos, ellas, jamás votarían a Donald Trump. La visión es tan paternalista como trivial y, si bien pretende alentar y acompañar, en realidad fomenta una imagen del joven como ser permanentemente frágil, necesitado de tutela, a quien no se le debe contrariar o provocar con el lenguaje, justo el lucro que viene a adquirir.
Referiré en este sentido un caso reciente, sucedido en mi aula. Son varios los ejercicios de una Gramática básica del estudiante de español que veníamos usando los profesores y que protagonizaban Jerónimo y Alablanca, dos dibujos de indígenas del norte de América caracterizados con plumas o hachas y asentados en verdes praderas con sus tipis. Uno de ellos, diseñado para la adquisición del contraste temporal imperfecto / indefinido, se inspira en el cuento de Caperucita Roja: se trata de un relato en el que Jerónimo, para visitar a su compañera, tiene que atravesar un bosque habitado por un lobo temible. En estas propuestas didácticas ninguno de los nativos habla bien: enuncian los verbos en infinitivo o se olvidan, porque los desconocen, de añadir los artículos. El lector recordará que, en los viejos doblajes de películas del oeste, los amerindios se expresaban así: era la solución que los traductores españoles dieron al broken English (inglés chapurreado o mal inglés) que usaban los sioux, apaches, cheroquis… de los filmes de Hawks, Ford, Hathaway o Mann. Pues bien, en las recientes ediciones de la Gramática básica esa propuesta didáctica ha sido sustituida por otra en la que la pareja vernácula ha desaparecido: los protagonistas se llaman ahora Fránkez y Tristicia y el texto ha perdido sentido y gracia para ganar en corrección política. El cambio de códigos, la excitabilidad del estudiantado, el hecho de que muchos de los usuarios del método sean estadounidenses y las estrategias mercantiles explicarían estas rectificaciones.
¿Qué hacemos con estos jóvenes, los que desean ser estimulados y removidos, sofocar su apetito en aras de los indiferentes?
Realicé con mis alumnos este ejercicio en su versión original, dando cuenta de todos los detalles recién descritos y, tras observar en ellos expresiones incómodas, se me ocurrió preguntar si alguno sabía quién era Gerónimo. Solo un chico lo conocía y ofreció al resto de la clase un buen resumen sobre la vida de aquel jefe apache que luchó durante décadas contra los ejércitos de Estados Unidos y México y murió en una reserva de Oklahoma a los 79 años. Nadie más, en una clase de 15 estudiantes, 14 de los cuales eran estadounidenses, reconocía siquiera el nombre del personaje histórico y mítico. No se estudia en su país. Pregunté: “¿alguien tiene algo que comentar sobre este curioso contraste entre hipersensibilidad lingüística e hiposensibilidad histórica?”. En el silencio que recibí como respuesta tuve de nuevo tiempo para detenerme a contemplar el juego de expresiones faciales y comprobar que, si bien algunas acusaban fastidio, en otras se percibía revelación y gratitud. ¿Qué hacemos con estos jóvenes, los que desean ser estimulados y removidos, sofocar su apetito en aras de los indiferentes? Esta parece ser la última consigna que nos llega de América.
Nadie ignora para qué sirve el maquillaje: embellece lo que percibimos como imperfecto y disimula la sustancia real de las cosas. El lenguaje es, precisamente, un valioso afeite, uno de los más socorridos, desde antiguo; pero también es nuestro más preciado antídoto contra esta huida de lo real: armadura y arma dura de los docentes, la que nos defiende y da valor en los espacios conquistados por la ciudadanía, el aula entre ellos. Nuestro propio sistema nos brinda garantías, fortalezas: la Constitución española protege cada rincón de nuestras aulas desde su artículo 20, el que consagra en este suelo, al que nuestros estudiantes se han desplazado, el derecho a la libertad de cátedra, proyección, según el Tribunal Constitucional, de la autonomía ideológica y de la prerrogativa a difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones en el ejercicio de nuestra función. Si en otros países mis colegas no están protegidos por su carta magna, los acompaño en el sentimiento. Aquí, por ahora, lo estamos.
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José Javier León es profesor y autor. Entre sus novelas publicadas destacan 'La sangre derramada' (ed. Athenaica) y 'De Federico a Silverio, con amor' (ed. Universidad de Granada).