Un grano en el culo Luis García Montero

El ocaso de un imperio siempre es ruidoso. Mucho aspaviento, mucha amenaza, mucha pataleta. Lo saben los historiadores y lo sabe cualquiera que haya visto a un jefe en caída libre. Estados Unidos ya no es el sheriff de la peli del oeste, ya lo puede gritar Vance, ni Europa su damisela en apuros. Ahora el sheriff negocia con los forajidos mientras Europa se queda con cara de póker, viendo cómo se reparten las cartas.
Lo de la civilización occidental era un espejismo. Se nos vendió como un club exclusivo, el cenit del progreso y la democracia, pero éramos más bien el mercado premium de los Cowboy’s . Mientras ellos iban a tiros por el mundo, nosotros nos dedicábamos a afinar el Estado del bienestar, confiados en que si llegaban los bandidos, John Wayne aparecería a lomos de su caballo. Ahora resulta que John Wayne ha vendido el caballo y nos mira con el ceño fruncido cuando le pedimos que haga su trabajo. La pela es la pela y en un mundo globalizado, los clientes no mandan: se les exprime.
¿Calidad de vida? ¿Cambio climático? ¿Independencia energética? ¿Igualdad? Pamplinas. Aquí lo que importa es que los beneficios suban cada año en doble dígito. Y Europa, con sus manías de bienestar y regulación, es un mercado caro. De ahí que el ranchero empiece a dar por amortizada a la dama europea. Si hay que prenderle fuego al salón de baile, se prende. El caos es rentable. Pregunten en Wall Street.
Europa tiene que decidir si quiere ser Fuenteovejuna o el que apaga la luz cuando todo se va a la mierda
Italia y Hungría ya han entendido de qué va ahora el juego y se han buscado otros padrinos. Mientras tanto, Francia y Alemania, los titanes que levantaron esta fiesta, empiezan a notar que las paredes se agrietan. La Unión Europea era la gran esperanza, la alternativa a los matones de siempre, la idea de que podíamos hacer las cosas de otra manera. Y justo cuando más falta nos hace, nuestro viejo aliado nos aplica la receta romana: divide et impera.
Nos vendieron que la desestabilización venía de los villanos de siempre: rusos, chinos, norcoreanos, iraníes. Pero la propaganda no tiene patria y las herramientas que se usan para encender la mecha son las del viejo sheriff. No, no es comunismo decirlo. No, tampoco es conspiranoia. Es política. El problema es que seguimos esperando a Gary Cooper y lo que tenemos son muchos ricos con miedo a mancharse el traje.
Ucrania no puede perder, Europa no puede perder. No porque lo diga la épica, sino porque si nos echamos atrás ahora, todo lo que decimos que somos se desmorona. La credibilidad, el proyecto común, la idea de que este sitio es más que una suma de intereses. Si doblamos la rodilla ante el ranchero, habremos perdido algo más que una guerra: habremos perdido el derecho a mirarnos al espejo.
Y sí, lo dijo Yoda: “El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”. Lo que no dijo es que el miedo también lleva a la rendición. Europa tiene que decidir si quiere ser Fuenteovejuna o el que apaga la luz cuando todo se va a la mierda.
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José Manuel Nevado es director de Comunicación Institucional de la Secretaría de Estado de Comunicación.
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