Diplomacia trumpista: “O me besas el culo o te corto el cuello” Jesús Maraña

La política no es un culto. Nunca lo fue. Ejecutar decisiones dejando atrás los ideales no es traición, es gobernar. En los libros queda muy bonito eso de la coherencia. En la vida real, lo que manda es otra cosa: resultados.
No todos pensamos igual. Eso ya lo sabíamos. Pero lo curioso es que hoy no nos peleamos tanto por lo que queremos, sino por cómo llegar hasta ahí. A veces queremos lo mismo y aun así discutimos. Por ego, por relato, por ganar un titular.
¿Justifica el fin los medios? No siempre. Pero si todos empujamos hacia el mismo sitio, da igual que lo hagamos por razones distintas. Si no fuera así, no habría forma de sostener una sociedad con gente que piensa tan distinto. La historia avanza cuando pactamos, no cuando gritamos.
Hubo un tiempo en que nos juntábamos por miedo. A Dios. A quedarnos sin patria. A que nos pasaran por encima. Y sí, eso unió mucho. Pero fue miedo. Yo prefiero la esperanza. Ha sido la esperanza, no el miedo, la que ha encendido los momentos buenos. Los que valen la pena.
La polarización no viene de los extremos. Ellos ya están donde estaban. El problema empieza cuando la grieta se abre en el medio. Cuando el que antes dudaba ahora se atrinchera. Cuando uno está dispuesto a hacerse daño a sí mismo con tal de no ceder.
Ahí se jodió todo.
No hay blanco y negro. Nunca lo hubo. Hay matices, hay grises, hay negociación
No hay blanco y negro. Nunca lo hubo. Hay matices, hay grises, hay negociación. Algunos le llaman pragmatismo. Otros, claudicar. Pero eso va en el tono, no en el fondo. El diablo, como siempre, está en los detalles.
El progresismo ya entendió el juego. Supo pactar. Supo sumar. Lo entendió tarde, pero lo entendió. El conservadurismo, en cambio, se ha quedado atascado. Antes pactaban con los de siempre, con los de corbata y puro. Ahora, descolocados, coquetean con los extremos. Y se equivocan.
Porque con el otro lado aún hay cosas que compartir. Cambia el orden. Cambia el motivo. Cambia el relato. Pero el destino no es tan distinto.
Entonces, ¿por qué hay quien se resiste? ¿Por qué hay quien renuncia al bien común en nombre de un ideal que, en el fondo, es más fe que razón? ¿Qué diferencia a un fanático religioso de un fanático político? No cabe en mi cabeza desear el poder como fin.
La religión mueve por miedo. La política, se supone, por esperanza. Pero si ya no hay esperanza, entonces sí, estamos jodidos.
Yo todavía me acuerdo de aquel cartel. La cara de Obama. La palabra HOPE. Y sí, me sigue emocionando. Por eso, entre la épica hueca y la política real, yo me quedo con la política. Pero la de verdad. La que pacta, la que cede, la que construye.
La realpolitik.
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José Manuel Nevado es director de Comunicación Institucional de la Secretaría de Estado de Comunicación.
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