La alianza de la derecha
Feijóo gana tiempo en el PP a costa de asumir las propuestas de Vox
Hicieron falta el mitin de Madrid del pasado domingo junto a Ayuso, Aznar y Rajoy y un argumentario cada vez más extremo, como el que pudo escucharse en la sesión de investidura. Aunque Alberto Núñez Feijóo no consiguió ser elegido presidente, al menos sí ha logrado reforzar su liderazgo —maltrecho, desde las elecciones— ante el sector más radical de su propio partido, frente la influyente derecha mediática e incluso ante Vox. Los dirigentes ultras no ocultaron el miércoles su satisfacción a la vista de que el discurso del líder del PP se confunde cada vez más con el suyo.
Atrás, por ahora, quedan los movimientos contradictorios, causa de estupor y malestar en el seno del partido. Como los constantes cambios de criterio en los pactos autonómicos con Vox, el último de ellos cediendo el gobierno monocolor en Murcia, las idas y venidas con Junts o los reiterados intentos de ganarse el favor del PNV.
Perdida la votación, la prioridad de todos en Génova, en FAES, en el PP catalán y en la sede de la Comunidad de Madrid es la misma: hacer todo lo posible para impedir la investidura de Pedro Sánchez y buscar una segunda oportunidad, con Feijóo de nuevo como cabeza de cartel, en una repetición electoral. Otra cosa es lo que suceda si hay gobierno y la legislatura da comienzo. En ese supuesto, nadie se atreve a hacer pronósticos.
A la derecha
Para ganarse a los suyos, y a los que no lo son tanto, el líder del PP ha ido escorando su discurso cada vez más hacia la derecha. Lo contrario de lo que hizo en la campaña de electoral de las generales. Es la confirmación de que los duros marcan el camino: para ganar a Vox hay que ser Vox. Defender lo mismo que ellos, o casi lo mismo, sin complejos. Olvidar que eran la “extrema derecha”, como decía el propio Feijóo en Galicia, y referirse a ellos como la “formación unitaria”, en referencia a su deseo de acabar con el Estado de las Autonomías.
Esto es lo que Feijóo ha ensayado en la investidura fallida. Su supuesto perfil moderado ha quedado sepultado por su programa neoliberal, su negativa a buscar una solución para Cataluña que no sea la mano dura y su oposición al uso de todas las lenguas españolas en el Congreso, que califica despectivamente de “karaoke”. Tampoco con la decisión de dinamitar todos los puentes con el PNV, con quien siempre había presumido de tener una buena relación. El énfasis que ha decidido poner en ETA, desaparecida hace doce años, tachando además de terroristas a los diputados de EH Bildu, es muy del agrado no únicamente del expresidente José María Aznar sino también de la ultraderecha, pero le aleja del perfil centrista que ensayó, sin éxito, durante la campaña electoral del 23J.
El problema, ahora, una vez abrazados varios de los postulados más radicales de la derecha, es cómo gestionar la relación con Vox, que sigue sin estar resuelta más allá de que Santiago Abascal haya conseguido salirse con la suya y someter, uno tras otro, a los barones del PP que se resistían a compartir gobierno con Vox.
La “alternativa nacional”
El líder ultra quiere que esos acuerdos, así como el respaldo a cambio de nada mostrado en la investidura, se traduzcan en una estrategia común que sea el prólogo de lo que él mismo ha bautizado como una “alternativa nacional”. Y que no es otra cosa que el ansiado gobierno de coalición PP-Vox con el que sueña la extrema derecha.
No lo consiguieron el 23J, porque los números no dieron, pero confían en lograrlo en una repetición electoral agitando el fantasma de la amnistía, de la autodeterminación y de la ruptura de la unidad de España. Forzaron a Feijóo a compartir gobiernos municipales y autonómicos y se sienten seguros de que le doblarán también el brazo cuando llegue el momento y estén en situación de compartir la Moncloa.
Feijóo también espera que la derecha sume en caso de nuevas elecciones, pero sigue creyendo que en ese caso podría gobernar en solitario, sin meter a Vox en el Ejecutivo. Para él los acuerdos locales y autonómicos y la alianza de la investidura no son la antesala de nada.
De ahí que, en ese escenario preelectoral en el que ya se mueve Génova, la principal preocupación de Feijóo sigua siendo la relación no resuelta con Abascal. PP y Vox tienen interpretaciones muy diferentes de lo que sucedió el 23J: los primeros echan la culpa a la fragmentación del voto de la derecha y se lo reprochan a los ultras; los segundos descargan toda la responsabilidad sobre una parte de la prensa de derechas y en el PP, a los que responsabilizan de una campaña de “demonización” que estaría en el origen de sus malos resultados.
Gestionar la discrepancia
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Gestionar esa discrepancia, y sobre todo la expectativa tan distinta que tienen ambos partidos acerca de cómo debe ser el Gobierno si consiguen la mayoría absoluta que no lograron el 23J, no será fácil. El primer episodio de competencia PP-Vox se hará muy visible el 8 de octubre, durante la manifestación contra la amnistía convocada en Barcelona. Allí estará Abascal, y también Isabel Díaz Ayuso, liderando el ala radical del PP. Pero no Feijóo, a menos que, una vez más, cambie de criterio y ceda a la presión de lo sector más derechizado de su partido.
En Vox no se fían. Por eso van a impulsar iniciativas con la atención de poner a prueba la credibilidad del giro a la derecha de Feijóo, como la propuesta para eliminar el uso del gallego, el catalán y el euskera en el Senado, donde el PP tiene mayoría absoluta.
Feijóo intentará evitar todo eso y centrarse en combatir la investidura de Pedro Sánchez. El abrazo con Vox, más allá de lo ideológico, ha reducido a la mínima expresión —los diputados de UPN y Coalición Canaria— sus posibilidades de diversificar acuerdos con otros partidos para, eventualmente, liberarse de la extrema derecha. El debate de investidura lo dejó claro: nadie, ni siquiera el PNV, el partido en el que había depositado sus esperanzas, quiere saber nada del PP mientras siga teniendo como socio a Vox. Su sueño de dominar todo el espacio de la derecha, como hicieron Aznar y Rajoy en el pasado, sigue siendo, al menos de momento, inalcanzable.