10N | Elecciones Generales
Cuando las urnas se vuelven contra quien las convoca
Pedro Sánchez asume la responsabilidad de la repetición electoral, pero no la culpa. Sobre la culpabilidad mantiene una disputa con Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Los tres aseguran estar convencidos de que el líder del PSOE siempre quiso volver a votar.
Sea o no un acto deliberado, el propio Sánchez definió la convocatoria del 10 de noviembre como “una oportunidad”. En su caso, una ocasión de reforzar el resultado del 28 de abril para ayudarle a torcer el brazo de Unidas Podemos y conseguir que acepte un acuerdo programático en vez de un Gobierno de coalición.
Volver a votar para salir reforzado, sin embargo, no siempre es buena idea. En los últimos años se han multiplicado los ejemplos de convocatorias imprevistas que se han vuelto contra sus patrocinadores. Como advirtió Casado a Sánchez el miércoles en el Congreso, “las elecciones las carga el diablo”.
El patinazo Artur Mas (2012)
El último presidente de la Generalitat de Convergència i Unió (CiU), Artur Mas, creyó que si adelantaba las elecciones, en noviembre de 2012, sería capaz de capitalizar el descontento soberanista y transformar su amplia mayoría relativa (62 escaños) en mayoría absoluta (68 diputados). Ganó en las cuatro provincias, en la capital y en todas las comarcas —salvo el Baix Llobregat— pero en vez de aumentar su presencia en el Parlament lo perdió: sumó apenas 50 diputados.
Artur Mas.
Igual que Sánchez está haciendo ahora, Mas basó su campaña en pedir a los catalanes una “mayoría excepcional”, lo que hizo aún más profundo el correctivo de las urnas.
CiU venía de hacer historia en las elecciones municipales de 2011 —por vez primera fue el partido más votado en Cataluña en unas locales, se hizo con las cuatro diputaciones provinciales y con el Ayuntamiento de Barcelona— y en las generales de ese mismo año logró ser la primera fuerza política.
Aquel resultado fue el principio del fin de Convergència. En las elecciones siguientes, en 2015, CiU se presentó dentro de la coalición independentista Junts pel Sí y Mas acabó teniendo que ser sacrificado a petición de la CUP en aras de la supervivencia del proyecto soberanista. Su sustituto, Carles Puigdemont, consumó la declaración de independencia y sentó las bases de la práctica desaparición del proyecto convergente.
La miopía de David Cameron (2016)
El primer ministro británico acababa de ganar las elecciones en su país por mayoría absoluta y el no a la secesión en Escocia se había impuesto en referéndum impecable. Se sentía fuerte. Pero había prometido someter a referéndum la permanencia de su país en la Unión Europea, convencido de que también sería capaz de inclinar la opinión de sus conciudadanos hacia el sí y zanjar definitivamente el contencioso con los euroescépticos del Partido Conservador.
David Cameron.
Pero los partidarios de romper con Europa ganaron el referéndum. Contra pronóstico y por estrecho margen. Cameron, cabeza visible de los que defendía la permanencia, no tuvo más remedio que dimitir.
Sus planes para transformar en cinco años el Reino Unido naufragaron sin remedio. En vez de ese viaje, el país inició otro hacia un debate permanente e imposible de resolver entre los partidarios de consumar la salida de la UE y quienes reclaman un segundo referéndum. Por el camino, la crisis política británica ya ha acabado con otra primera ministra, Theresa May, y ahora navega hacia un Brexit desordenado de la mano de Boris Johnson.
Mientras tanto, el Partido Conservador, uno de los pilares el sistema político en el Reino Unido, vive la peor crisis de su historia, amenazado por dos flancos: los liberal demócratas, partidarios de la permanencia, y los brexiteers, decidido a sacar como sea a su país de la Unión Europea.
La imprevisión de Juan Manuel Santos (2016)
Cuando el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, confirmó el acuerdo de paz con las FARC para poner fin a décadas de violencia, no se resignó. Quiso dar un paso más y obtener el refrendo de la población del país para así zanjar, con todos los certificados de validez, un conflicto armado que ha dejado profundas huellas de sufrimiento en la sociedad.
Juan Manuel Santos.
“Nunca antes nuestros ciudadanos habían tenido a su alcance la llave del futuro. ¡Abramos esa puerta! ¡Abramos la puerta del mañana!”, anunció con entusiasmo, sin sospechar que dos meses después los colombianos responderían con un ‘no’.
El 3 de octubre de 2016 los contrarios a los términos del acuerdo se impusieron a los partidarios por un exiguo 50,23%. El shock fue completo: el propio presidente Santos tuvo que admitir que no tenía previsto un plan B y acabó teniendo que renegociar parcialmente el acuerdo de paz que hasta ese momento consideraba imposible de modificar.
Santos obtuvo el Premio Nobel de la Paz por los acuerdos, pero acabó su mandato en 2018 con uno de los niveles más bajos de aprobación popular de la historia de Colombia (22%).
El órdago de Matteo Renzi (2016)
La joven promesa del Partido Demócrata Italiano (PDI), procedente de la Alcaldía de Florencia, se convirtió en primer ministro de su país en febrero de 2014 con el índice más alto de aprobación popular de Italia.
Matteo Renzi.
El suyo fue el cuarto gobierno más duradero de la historia de Italia —aunque no llegó a los tres años—. En la cresta de la ola y sintiéndose fuerte después de obtener un 40% de los votos en las elecciones europeas, en diciembre de 2016 vinculó su futuro, sin que nadie se lo pidiese, a una ambiciosa reforma constitucional destinada a transformar el Senado de Italia en una Cámara de las Regiones. Votó un 65,47% del censo electoral y el ‘no’ se impuso con una diferencia de 5,9 millones de sufragios, un margen amplísimo.
Tras confirmarse el resultado, Renzi anunció su renuncia como primer ministro, que redondeó el pasado diciembre abandonando el liderazgo del PDI después de dejar el partido fuera de juego tras unas elecciones que dieron paso a una alianza entre el Movimiento 5 Estrellas y La Liga. Ahora trata de regresar a la política con un nuevo partido con el que busca emular el éxito de Emmanuel Macron en Francia.
La ambición de Theresa May (2017)
En junio de 2015, la primera ministra británica, Theresa May, creyó que era buena idea anticipar las elecciones para reforzar la posición de los conservadores en el Parlamento británico y allanar así el camino del Brexit.
Theresa May.
El laborismo estaba dividido, tras la llegada a su liderazgo de Jeremy Corbyn, May disfrutaba de una notable ventaja de 20 puntos en todas las encuestas y la primera ministra creyó ver una oportunidad.
La diferencia, sin embargo, se fue diluyendo a medida que se acercaba la fecha de la votación. El Partido Conservador ganó, pero no sólo no mejoró posiciones sino que perdió la mayoría absoluta que tenía en un momento clave de las negociaciones con Bruselas para la salida de la Unión Europea. Los británicos negaron a May el “periodo de estabilidad” que ella reclamaba para sacar al Reino Unido con buen pie del lío del Brexit.
Pese a todo, la primera ministra británica logró sobrevivir gracias a un acuerdo con los unionistas de Irlanda de Norte. Al final, su propio partido entró en descomposición y acabó dimitiendo el pasado mes de junio, incapaz de resolver la salida de la Unión Europea.
La suficiencia de Susana Díaz (2018)
La presidenta andaluza no quiso agotar su mandato para que sus elecciones no se viesen contaminadas por las generales en las que Pedro Sánchez debería validar en las urnas la arriesgada moción de censura que sacó de La Moncloa a Mariano Rajoy en junio de 2018. Lo hizo en nombre de la necesidad de estabilidad para gobernar: Ciudadanos había roto su pacto de gobierno con el PSOE y el trámite de los Presupuestos se presentaba incierto.
¿De qué sirve abstenerse o votar en blanco?
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Susana Díaz.
El PSOE andaluz, el más poderoso de España, llevaba gobernando la comunidad autónoma desde que se fundó, en los primeros años de la transición. Cuando decidió anticipar las elecciones al mes de diciembre nadie discutió la estrategia de Díaz. Además de distanciarse de Sánchez, en esos momentos todavía su rival dentro del partido, pretendía alejar la convocatoria de la fecha más probable que entonces se preveía para el fallo del caso de los ERE.
Los socialistas andaluces diseñaron una campaña de baja intensidad, en clave andaluza, escondiendo las siglas y alejando a Sánchez y a los miembros de su Gobierno. Y la cosa no pudo salir peor. El PSOE volvió a ser la fuerza más votada pero PP, Ciudadanos y la emergente ultraderecha de Vox sumaron los escaños que necesitaban para poner fin a 40 años de gobiernos socialistas en Andalucía.