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Juzgar a los torturadores: ¿cuándo?

Alfons Cervera

… programaron su hora, el insulto de bañera, la toalla / empapada en el licor y la clavícula: un sorbo intenso de vinagre ante la boca, / al electrodo íntimo entre sus ingles…

Enrique Falcón

La marcha de los 150.000.000

Cuesta mucho. Demasiado. Lo peor de las dictaduras es su duración. Cuando mueren los dictadores, no muere con ellos el daño que causaron. Con otros collares, siguen vivos los perros que despellejaron la carne de lo humano. Aquí tenemos las alabanzas brazo en alto a un asesino que dejó la tierra sembrada de fosas y de muertos. Aún aguardan su turno para el desalojo esos muertos después de tantos años transcurridos desde su muerte en noviembre de 1975. No se esconden Vox y el PP a la hora de cantar esas alabanzas. No es que callen el horror, es que lo ensalzan. La democracia tendría que ser otra cosa. Les importa un pito la Ley de Memoria Democrática. La cambiarán por su Ley de Concordia. Un eufemismo cínico, insultante, para ocultar que lo que de verdad les gusta no es la democracia sino la obscenidad de un régimen que se levantó sobre los cimientos de un golpe de Estado fascista contra la Segunda República. La democracia les sirve sólo para una cosa: destruirla desde dentro. Y en eso andan, cada cual a su manera. Pero coincidiendo en sus objetivos finales. Que quede sólo una España, la que se levantó sobre el exterminio de quienes no pensaban como ellos cuando se levantaron en armas contra le democracia en julio de 1936.

Qué horror escuchar a ese Pedro Rollán gritar como un energúmeno en el Senado que la Ley de Vivienda recién aprobada se levanta sobre los muertos de Hipercor y otros muertos provocados por ETA cuando ETA existía. Y ese individuo no es de Vox: es uno de los altos responsables del Partido Popular de Núñez Feijóo. O de Díaz Ayuso, que aquí ya no se sabe. O sí. No grita ese prodigio de ignominia que su admirada dictadura se construyó sobre una tierra dolorida, una tierra bajo la cual aún quedan sin exhumar más de cien mil cadáveres dejados caer allí por sus queridos antepasados. Desmemoria no, toneladas de cinismo en las palabras de un energúmeno que, para ganar las elecciones del 28 de mayo, pide cambiar en las urnas la dignidad de las víctimas de ETA por papeletas con el voto a su partido.

Somos el país de una memoria sin justicia. Y una memoria sin justicia siempre será una memoria injustamente demediada

La dictadura franquista no se acabó con la transición. Al menos, no se acabó del todo. La Ley de Amnistía de 1977 hizo que los crímenes del franquismo quedaran impunes. Imposible juzgar a sus responsables. Como se dice ahora: se fueron de rositas. Se han ido muriendo poco a poco. Con sus medallas, sus sueldos mejorados por el cumplimiento ejemplar de sus funciones, el enaltecimiento de su honrosa contribución a la consideración más elevada de la Patria. De la suya, claro. La otra, la de quienes siempre lucharon por la libertad y por la democracia en medio del terror franquista, no existe para quienes colgaron medallas en el pecho henchido de los torturadores. Por eso es un gozo grande saber que al fin una de las querellas presentadas contra cuatro de esos torturadores ha sido admitida a trámite por la Justicia. Se trata de la querella presentada por Julio Pacheco Yepes contra cuatro policías de la Brigada Político Social: Álvaro Valdemoro, José Luis Montero Muñoz, José María González Reglero y José Manuel Villarejo Pérez. Fue torturado en 1975 —según el texto de la denuncia— por esos cuatro policías, entre los que, como se ve en esa lista, se cuenta el tristemente omnipresente comisario Villarejo. Desde hace tiempo, y con una energía que no tiene en cuenta cansancio alguno, la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina (CEAQUA) no ha parado de reivindicar que las torturas formen parte de esa bolsa común de la vergüenza democrática que son los crímenes contra la humanidad. Hasta ahora, esa y otras denuncias cayeron en saco roto y por eso ha sido la justicia argentina la destinataria de esas querellas contra los crímenes y los criminales de la dictadura franquista.

La tortura es uno de los puntos más insoportables de la barbarie. La humillación. La carcajada del verdugo mientras su víctima se caga de miedo. Esa desordenada violencia del monstruo cuando esa víctima resiste su embestida. El sonido a todas horas de una gota de agua que convierte el silencio de la noche en una algarabía de hienas. El golpeteo juguetón de las palmas ahuecadas de las manos como cuando éramos críos y jugábamos al titautitau ahuecando el barro que sacábamos de la orilla del río. El pato dando saltitos por un suelo de humedades o la cabeza colgando de una mesa para que el ahogo te cortara el resuello sin remedio. Llegó la transición y fueron promocionados a lo alto del escalafón dos de los grandes artistas de la tortura durante el franquismo: Roberto Conesa y Manuel Ballesteros. Pero hubo muchos más. Otro nombre famoso: Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño para sus hazañas en las comisarías. Pero hubo muchos más. Ahora cuatro de ellos serán reclamados por la Justicia después de tantos años. Bueno, no sé si serán reclamados por la Justicia después de que Julio Pacheco Yepes declare como querellante en el Juzgado de Instrucción número 50 de Madrid. Allí estará como testigo, ese 14 de julio, Rosa María García Alcón. Las dudas en este asunto y otros parecidos siempre persisten. Estamos acostumbrados a lo peor. Han sido muchas las denuncias presentadas. Y hasta ahora ninguna había sido admitida a trámite. Somos el país de una memoria sin justicia. Y una memoria sin justicia siempre será una memoria injustamente demediada. Por eso, como aseguran fuentes de CEAQUA, “esta resolución es excepcional, muy positiva y un primer paso para que los Juzgados y Tribunales españoles cambien el criterio expresado hasta ahora”.

Lo peor de las dictaduras es su duración. Que los torturadores que ejercieron con eficacia sus funciones en los cuarenta años de franquismo se hayan muerto cargados de medallas, o sigan viviendo a sus anchas sin que la justicia haya tenido o tenga en cuenta sus fechorías, es, digan lo que digan algunos escudándose en la ley, una insoportable anomalía democrática. Conozco de cerca a bastantes de quienes sufrieron esas torturas y presentaron querellas contra sus torturadores. Ojalá, después de tantas decepciones, esta vez la justicia esté de su parte. Ojalá sea así. Ojalá. 

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).

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