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... En la Feria del Libro

Después de cada edición de cada Feria del Libro, se hacen números: Cuántos ejemplares se han vendido, qué autores ocupan los primeros puestos del ranking, la afluencia de visitantes en comparación a otras ediciones. La fiesta de las letras se cuenta en cifras, pero detrás de cada número siempre hay alguien, gente corriente que lee, gente corriente que escribe.

Hay Ferias literarias en muchos lugares de España y del mundo, yo nunca me salto la visita a la que me queda más cerca, la de la ciudad en la que vivo. Pisar el Retiro en Feria es obligado, vuelvo a casa con libros dentro de bolsas de papel y un montón de imágenes en la retina que podrían ilustrar un cuento sobre la magia de la lectura. Con esas caras de satisfacción de los firmantes y de ilusión de los lectores, mi amigo Iván Harón dibujaría personajes deliciosos. 

Conozco la Feria desde dentro y desde fuera de la caseta. Y es tan grande la emoción cuando alguien se acerca para que firmes una página en blanco de lo que escribiste, como la que sientes tú al pedirle su firma a ese autor o autora que entra en tu vida a través de la escritura.

Apenas he podido recorrer la Feria de este año como a mí me gusta, curioseando, parándome aquí y allá, dándole tiempo al placer de buscar y descubrir. Solo pude hacer dos visitas fugaces para abrazar a algunos autores queridos que firmaban. A los amigos hay que acompañarlos en el hospital, pero también en los días felices y para quien escribe, un día de Feria lo es. 

A los amigos hay que acompañarlos en el hospital, pero también en los días felices y para quien escribe, un día de Feria lo es

De esas brevísimas visitas me traje un pequeño álbum de fotos en la memoria y al repasarlas mentalmente ahora, para escribir esta pieza, me he dado cuenta de que las tengo repetidas, en todas hay sonrisa.

La de quienes, como Javier Durán, se estrenaban y llevaban escrita en la cara la alegría indisimulable de las primeras veces. La sonrisa serena de autoras como Irene Vallejo, que han tocado el cielo de la literatura. La sonrisa imbatible de quienes viven en el Olimpo de la escritura desde hace décadas pero siguen pisando la tierra, esa con la que recibía Eduardo Mendoza a cada lector de una fila larguísima. 

Y si miramos las fotos desde dentro de la caseta, también se repiten las sonrisas. La del lector que, mientras aguarda a que escriba su dedicatoria el dibujante Pedro Vera, le cuenta que lleva veinte años devorando sus cómics. La de los lectores que van a la caseta donde firma Arturo González-Campos porque admiran su forma de dejar por escrito que ama el cine y le confiesan que comparten el mismo amor. Y él, con lo que le gusta hacerse el enfadado, se rinde ante la complicidad y sonríe. 

Si preguntáramos a todos los que han ido a la Feria y han estado a un lado o al otro del mostrador, seguro que ampliarían la colección de escenas chulas con los libros como protagonistas y conectores entre desconocidos. Yo me quedo con ese álbum de memoria colectiva que nos dignifica como especie. Esa otra foto, de insultos y amenazas, esa escena tan impropia en un escenario lleno de cultura —y en cualquier otro, en realidad— por mí que se vaya quedando borrosa hasta que desaparezca, como en Regreso al Futuro…

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