Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
El misterio de la lectura
Hay muchos lectores en los cuadros de Goya. Muchos aristócratas, políticos, sacerdotes, escritores, mendigos, demonios y animales aparecen acompañados con libros y documentos cerca de sus ojos. Amor con amor se paga, libro con libro. A estudiar esta constancia libresca le ha dedicado un libro el profesor Luis Martín-Estudillo con el título Goya o el misterio de la lectura (Cátedra, 2024).
El protagonismo de la letra impresa fue notable en los debates de la sociedad que aspiró a consolidar la razón ilustrada y también en los años de lucha entre el liberalismo y el absolutismo. No faltaron alabanzas de la lectura. El estudio y las meditaciones resultaban imprescindibles para generar una conciencia crítica frente a las tradiciones supersticiosas y serviles. Pero tampoco faltaron ilustrados que se preocupasen por la abundancia de periódicos, manifiestos, libros y libelos dedicados a extender mentiras, desprestigiar los progresos y defender las ideologías más reaccionarias. La agilidad de la imprenta se convirtió en un arma de doble filo.
La mejor manera de entorpecer el paso de la escritura medieval a la libertad ilustrada fue envenenarlo todo. El melancólico y meditativo Jovellanos tiene un significado al apoyar su codo en una mesa con libros y su imaginación en una esperanza de progreso. El monstruo de Contra el bien general, con manos como garras y orejas como alas de vampiro, nos llena de inquietud mientras levanta la uña del índice izquierdo y desata en un inmenso volumen la prosa corrosiva de su mundo. El pasado es inseparable del presente. Al fijarme en las observaciones de Goya y en los minuciosos análisis de Martín-Estudillo no he podido evitar enredarme en las preocupaciones que hoy desatan las redes sociales y en lo fácil que resulta imaginarse a los monstruos, las brujas, los burros, las ratas, los murciélagos o al Gran Cabrón con un móvil en la mano.
Pese a las prisas, celeridades, urgencias, apremios, premuras y vértigos del neoliberalismo, vivimos en un mundo aburrido. El tiempo convertido en una mercancía de usar y tirar …, el mayor síntoma de un mundo aburrido en el que cada cual responde a su propia obsesión
De especial interés me han resultado las páginas que se dedican al cuadro La Junta General de la Real Compañía de Filipinas. Goya lo pintó por encargo en 1815. Bajo la presidencia de Fernando VII, se lee en voz alta un minucioso informe sobre el estado y los proyectos de la compañía. Ni siquiera el rey presta atención. Los rostros y las posturas de los miembros de la Junta indican que cada cual está a lo suyo. No hay una voz pública capaz de reunir los intereses privados en una realidad de extremo aburrimiento. Lo interesante es que, como nos recuerda Martín-Estudillo, por aquella época el verbo aburrir mezclaba en su significación el tiempo perdido con el dinero malgastado. Podía decirse he aburrido cien doblones en este negocio. Por mucho que se quisiera potenciar la Real Compañía de Filipinas con una visita del Rey y un cuadro de Goya, parece que nadie creía de verdad en su futuro. Y la Compañía quebró poco después.
Y yo me quedo dándole vueltas a la idea de que, pese a las prisas, celeridades, urgencias, apremios, premuras y vértigos del neoliberalismo, vivimos en un mundo aburrido. El tiempo convertido en una mercancía de usar y tirar, decidido a perder la memoria y cancelar los compromisos con el futuro, es el mayor síntoma de un mundo aburrido en el que cada cual responde a su propia obsesión y nadie cree en la voz de una autoridad pública, ni en la rentabilidad de invertir en los vínculos del bien común. En nuestras sociedades, el activismo y la rebeldía responden menos a la fe en el bien común que a las obsesiones individuales.
Nuestro mundo vuelve a ser caprichoso y goyesco en la supersticiosa convivencia con los bulos. Los dos grabados finales de los Desastres de la guerra son buenos aliados para el orgullo de una resistencia democrática, algo que hoy nos interpela como una necesidad. El primero se titula Murió la verdad y enseña el cadáver de una mujer en el suelo, rodeado por sombras y siluetas deformadas de distinta significación. El segundo se titula: ¿Si resucitara?
Eso me pregunto yo: ¿si resucitara?
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