¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
Trump y la “pene-cilina”
Lo ha vuelto a hacer, Donald Trump ha recurrido de nuevo al tamaño del pene en su campaña electoral. Lo hizo en 2016 en un debate cuando mostró sus manos y comentó que, “ya se sabe lo que se dice, que los hombres que tienen las manos pequeñas…” y dejó la frase ahí para que todo el mundo la completara con esa idea que compensa el “déficit anatómico en las manos” con un mayor tamaño genital. Ahora lo ha vuelto a hacer en esta campaña de 2024 al referirse al pene del golfista Arnold Palmer, que según dijo “dejaba boquiabiertos al resto de golfistas cuando salía de la ducha”.
Y no es casualidad que recurra al tamaño del pene de los hombres en 2016 y en 2024. En aquel año la candidata del partido demócrata era una mujer, Hillary Clinton, y ahora era otra mujer, Kamala Harris. No lo hizo en 2020 frente a Joe Biden porque no habría tenido sentido.
La masculinidad no es sólo la condición de ser hombre, sino su demostración en la actitud y comportamientos ante la vida, especialmente frente a aquellas situaciones y personas que la retan, como ocurre con las mujeres, sobre todo si deciden ocupar espacios históricamente habitados por los hombres. La masculinidad necesita de la virilidad para salir victoriosa, y la virilidad ha sido representada de manera simbólica en los genitales masculinos (pene y testículos) bajo la doble referencia del tamaño y de su funcionalidad, es decir, de su “ser y estar” en la sociedad. No basta con tener unos testículos o un pene, ni que estos sean grandes, hay que demostrar esa hombría a través de la virilidad, o sea, haciendo las cosas como los hombres, o lo que es lo mismo, con la capacidad que sólo ellos tienen debido a la condición que definen sus genitales.
Recurrir al tamaño del pene ante Hillary Clinton y Kamala Harris en una especie de exhibicionismo político es lanzar el mansaje de que ninguna de ellas puede lograr lo que él como hombre sí puede hacer. No se trata de un reconocimiento pasivo, sino de una reivindicación de la capacidad masculina, como expresó el expresidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, al echarse mano a la zona genital y gesticular como si llevara un banderín en la mano desde el palco de autoridades por el logro alcanzado, que, curiosamente, fue conseguido por mujeres. La idea es similar a lo que manifestó el eurodiputado polaco de ultraderecha Janusz Korwin-Mikke, desde la tribuna del Europarlamento, cuando dijo que la UE debía regular para que las mujeres cobraran menos que los hombres porque “son más débiles y menos inteligentes”. Justo lo mismo que viene a decir Donald Trump, que las mujeres no tienen la capacidad que sí tiene un hombre, como demuestran su pene y testículos.
Recurrir al tamaño del pene ante Hillary Clinton y Kamala Harris en una especie de exhibicionismo político es lanzar el mansaje de que ninguna de ellas puede lograr lo que él como hombre sí puede hacer
Por eso cuando se refiere al pene del golfista Arnold Palmer insiste varias veces en que se trata de “todo un hombre”, porque lo que en verdad está diciendo es que su mérito principal está en la masculinidad, no en el golf. El golf es el resultado de su masculinidad, pero con sus “condiciones” podría haber sido exitoso como hombre en multitud de situaciones y circunstancias en las que no lo serían las mujeres.
Lo que sorprende es cómo una construcción cultural, como es la cultura androcéntrica, reduce la capacidad y la identidad masculina al pene y testículos y su tamaño. Podría parecer un error o una desconsideración a los propios hombres, pero ni es un fallo ni un desprecio, todo lo contrario, se trata de un argumento sencillo y directo para justificar los privilegios de los hombres, la discriminación de las mujeres y la crítica hacia ellas cuando intentan cambiar las reglas del juego que han impuesto los primeros. Es lo que hemos visto históricamente ante cualquier reivindicación de las mujeres y del feminismo, y lo que vemos ahora en la campaña de Trump contra Kamala Harris con todos los insultos que le lanza.
El pene se presenta como testigo y juez de la capacidad de las personas, pero siempre que cumpla unos requisitos, como son el color del pene, la cultura de donde venga, el uso que se haga de él… No todo vale, ni todo pene está validado, cada uno de los elementos tiene que encajar en el modelo decidido desde las posiciones de poder.
Se establece así un sistema con una especie de “Código Peneal” que reconoce y premia a los capaces y condena a quienes no tienen las condiciones mínimas para ser “hombres de verdad”.
A partir de ahí la situación resulta sencilla, como demuestra Trump con sus palabras. Basta aplicar su medicina, la “pene-cilina” para mostrarse superior a Kamala Harris y evitar el contagio del sistema con los elementos extraños que representa. El objetivo, como tanto repite, es mantener “la ley y el orden”, un orden machista y una ley que se aplica según el tamaño del pene de quien lo hace.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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