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"Blackrock ya se ha hecho sistémico": así impone el fondo su poder a la política y las grandes empresas

Fachada de una sede de la compañía Blackrock, con oficinas centrales en Nueva York.

Accionista relevante en seis de cada diez empresas del IBEX, líder en tres de las cinco primeras. Peso pesado en banca y energía. No hay sector estratégico en el que no sobresalga. Hablamos de Blackrock, el rey de los fondos, que se extiende por la práctica totalidad de las compañías del indicador bursátil de la élite empresarial española. Pero, ¿por qué querría una compañía global seguir una estrategia de inversión que la hace tan omnipresente, que acaba con sus intereses intrincados con los de todo el alto empresariado español?

Por dinero, claro. Pero también por poder. Se parecen, el uno conduce al otro. Pero no son exactamente lo mismo.

Juan Laborda, profesor de Economía Financiera de la Universidad Carlos III, ofrece una respuesta sobre los motivos de Blackrock. Una respuesta que en realidad contiene tres. Las dos primeras parecen de sentido común. 1) Porque "se lo puede permitir", dado el ingente capital que atesora –llegó a manejar más de 10 billones de dólares– y la oportunidad que le ofreció la depreciación de las acciones con la Gran Recesión, especialmente en España. 2) Porque las empresas del IBEX garantizan, siempre que haya cierta estabilidad, el objeto de deseo de cualquier inversor: "beneficios".

La tercera explicación es más sugerente: "Es un asunto de poder".

El profesor Laborda señala que un posicionamiento como el que tiene en el IBEX 35 garantiza a Blackrock una papel más influyente que el de un gran dominador de una sola compañía. El resultado final de su estrategia de inversión es que "Blackrock ya se hecho sistémico", señala Laborda, lo que la coloca en mejor posición para garantizar una estabilidad a su medida. Blackrock logra convertirse en fundamental, garantizándose gran influencia sobre el rumbo de las empresas y sobre las decisiones políticas. La combinación de todo ello genera un círculo virtuoso favorable a los intereses del sistema, que al mismo tiempo se hace dependiente y se coloca al servicio de Blackrock.

La palabra empleada por Laborda, "sistémico", aparece con frecuencia al recabar análisis sobre la supergestora de activos estadounidense, con sede en Manhattan, epicentro financiero de Nueva York. "Blackrock condiciona a cada una de las empresas y a todas a la vez, marcando la estrategias, influyendo en la decisión sobre el reparto de dividendos, la capitalización o descapitalización... Todo", explica explica Ángel del Castillo, coordinador de Attac Madrid.

Pedro Ramiro, investigador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL), afirma que, con la irrupción de empresas como Blackrock, el imaginario tradicional sobre los grandes nombres de la empresa en España, tejido en torno a nombres como "los Botín, las Koplowitz, los Entrecanales y los Benjumea", está desfasado y no tiene en cuenta el "recambio de élites" ya culminado. Los popes del capitalismo español ya no son "las grandes familias" que hicieron fortuna con el desarrollismo, sino los mandamases de los fondos de inversión, añade Ramiro. Y, al frente de todos ellos, Blackrock.

Una "gran capacidad de presión"

Coincide con Ramiro el sociólogo Rubén Juste, autor de IBEX 35. Una historia herética del poder en España (Capitán Swing, 2017). A juicio del también autor de La nueva clase dominante (Arpa, 2020), una de las transformaciones más relevantes que ha vivido el IBEX 35 en sus ya más de treinta años de historia es el progresivo incremento de los capitales flotantes, free-float en inglés, en detrimento de los antiguos "porcentajes de control amplios", cada vez más infrecuentes. ¿Qué provoca eso? Que con porcentajes "relativamente pequeños" y "pactos parasociales" sea posible "garantizarse una gran capacidad de presión sobre la compañía". El porcentaje medio de participación de Blackrock en las 21 empresas en las que es accionista significativo ronda el 4,5%. Suficiente para ser determinante, según el análisis de Juste. "Las empresas del IBEX, la mayoría, son muy dependientes de fondos como Blackrock, que pueden exigir mayores retribuciones y sacrificios para garantizar los dividendo ", explica. Y remacha: "José María Álvarez-Pallete, el presidente de Telefónica, está ahí porque se lo permiten los fondos". En el caso de Telefónica, se refiere a Blackrock.

El economista Iago Santos, autor de La élite del poder económico en España: un estudio de redes de gobernanza empresarial (Maia, 2013), afirma que Blackrock y otros fondos ejercen su poder "con control remoto", evitando en lo posible la exposición. "Todo el mundo lee con atención las dos cartas al año que publica Fink, y todos saben que conviene tenerlo en cuenta porque si se retira puede hundir el valor de las acciones", explica. Para ejercer su influencia, añade, Blackrock no necesita estar encima de la gestión. Le vale con colocarse con suficiente fuerza en el accionariado y marcar directrices.

Guardián del sistema

Los consultados recalcan que la influencia de Blackrock –la gestora que llegó a superar los 10 billones de dólares gestionados, la misma que ha captado en España más de 40.000 millones para sus inversiones– está lejos de circunscribirse al IBEX 35. Su huella abarca al conjunto de la economía, pero también a la política. "Las declaraciones de Fink son de gran importancia. En función de lo que diga, por ejemplo en sus cartas a las accionistas, puede influir en eso que se llama 'riesgo país'", señala Del Castillo, que enfatiza el impacto que tendría para "todo el sistema" una posible salida de Blackrock de un puñado de empresas. "No sólo por la pérdida de valor de las acciones, sino por el mensaje que daría", explica. A su juicio, la situación es arriesgada, ya que el sistema depende de una compañía que –no conviene olvidarlo–se guía en un última instancia por una lógica del beneficio, no por el interés general.

La retórica de la compañía, no obstante, está lejos de ser amenazante. Blackrock se cuida de hacer movimientos destructivos. Es más, Fink suele expresarse en términos de cuidador del sistema. Iago Santos explica la lógica que hay detrás: otra vez, su carácter "sistémico". "El funcionamiento y el riesgo es sistémico y [Blackrock] tiene que cuidar de todas las empresas, por su propio interés. Cualquier parte del sistema, cualquier empresa que tenga un problema, es un problema para el fondo", añade Santos.

De modo que el énfasis de Blackrock en la transición ecológica es –al margen del interés genuino que pueda tener la dirección de la gestora– un "asunto económico", ya que es ahí donde la compañía cree que va a haber más inversiones, negocio y beneficios, y también más riesgos para los que lleguen tarde, añade. Coincide Pedro Ramiro: "No es greenwashing, sino pura rentabilidad empresarial". De los análisis recabados se concluye que Blackrock es ante todo un gran surtidor de pistas sobre dónde se va a concentrar el capital.

"Blackrock es un actor central en los mercados financieros y no sólo financieros, también de todo el sistema de producción, distribución y consumo, con lo que extiende su poder a todos los niveles", añade el economista Ramiro, en un razonamiento que amplía, en grado menor, a los fondos soberanos de Noruega (Norges) y Qatar (Qatar Investment Authority) y a gestoras privadas como Vanguard. El auge de los fondos, añade, es la manifestación de una "concentración" del poder dentro del capitalismo global, que también se expresa en España y tiene en Blackrock su máxima expresión. "Hay una pluralidad de nombres y marcas, pero apenas unos cuantos dueños", señala.

Necesidad de influencia política

Autor de A dónde va el capitalismo español (Traficantes de Sueños, 2019), Ramiro recuerda que Blackrock no sólo tiene ya una vocación de beneficio económico –que también–, sino que va más allá y pretende influir en las políticas nacionales y globales para garantizar un marco que asegure esos beneficios. Ahí inscribe su acuerdos con la Reserva Federal de EEUU, que ha recurrido al gigante financiero para gestionar la compra de deuda. Ahí se inscribe también su contrato de asesoramiento a la Comisión Europea, criticado por más de 90 organizaciones por "un serio y tangible conflicto de interés".

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Ramiro ve en Blackrock la mejor prueba del "desplazamiento del poder corporativo dentro de las élites" hacia los fondos de inversión, que ejercen un poderoso condicionamiento sobre el gran empresariado y sobre las políticas a escala nacional y global. "Cuando Pedro Sánchez va al Foro de Davos, con el primero que se entrevista es con Larry Fink, lo cual es un símbolo de ese poder político y económico de los fondos", explica.

Precisamente ahora –destaca Ramiro, Blackrock se está colocando como el principal inversor en la futura reconstrucción de Ucrania. La compañía está en interesada tanto en el "capitalismo verde" o "reconstrucción postbélica", añade Ramiro. Es decir, Blackrock pone el pie en todo lo que prometa ingente circulación de dinero. Por supuesto, ese siempre es un terreno en el que la política tiene mucho que decir, lo cual explica la agenda institucional de Fink. También en España. En julio de 2021 Sánchez se reunió con Fink en Estados Unidos, en plena gira de presentación de las "oportunidades de inversión" en relación a los fondos europeos. En enero de este año repitieron encuentro en el Foro Económico Mundial.

Las reuniones de Sánchez con Fink no son la excepción, son la regla del resto de países con peso económico. El presidente de Blackrock tiene la agenda de un jefe de Gobierno o incluso de Estado. En 2010 llegó a publicarse que se había reunido con el rey Juan Carlos, en un encuentro calificado entonces como "insólito". En realidad, no lo sería tanto. Aunque sólo uno tenga corona, los dos son reyes.

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