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'Jóvenes antifranquistas' (1965-1975), un ensayo de Eugenio del Río en primera persona

Jóvenes antifranquistas, portada

Eugenio del Río

El movimiento antifranquista se vio reforzado por la incorporación de miles de jóvenes y estudiantes en la primera mitad de los años setenta, que formaron parte de muchas estructuras: PCE, asociaciones católicas, instituciones culturales, sindicatos, grupos nacionalistas... Hasta la recta final del franquismo, el partido comunista había aglutinado a la mayor parte de la oposición al régimen, pero en estos últimos años el movimiento se propagó por multitud de esferas sociales.

Este ensayo, escrito por el exsecretario general del Movimiento Comunista, Eugenio del Río (Donostia-San Sebastián, 1943), es el fruto de reflexiones que se han incubado a lo largo de más de treinta años, en las que ha unido diferentes materiales y notas personales.

infoLibre adelanta un extracto de Jóvenes antifranquistas, de la mano de la editorial Catarata.

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La protesta universitaria

Aunque, a comienzos de los años sesenta, la oposición organizada en la universidad era bastante reducida, pronto empezó a dejarse notar y a ampliar su influencia. El despegue del movimiento universitario, a partir de entonces, fue uno de los principales factores de deslegitimación del Régimen y del agravamiento de su crisis. La universidad fue dando la espalda al franquismo.

En un par de informes redactados para Franco por el entonces ministro de Gobernación, Tomás Garicano Goñi, destacaba a la juventud universitaria como el gran problema que afrontaba el Régimen.

En 1958 arreció la oposición al Sindicato Español Universitario (SEU), el sindicato único oficial.

Al iniciarse la década se creó en la Universidad de Barcelona un Comité de Coordinación Universitaria. Y en el curso de 1961-1962 se constituyó en Madrid la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE).

En 1965 se extendieron las protestas estudiantiles en diferentes lugares (Madrid, Barcelona, Oviedo, Sevilla, Granada, Valencia, Zaragoza, Bilbao…). En marzo se celebró una Coordinadora de estudiantes de toda España en Barcelona, y en abril el Gobierno aprobó un decreto por el que se ponía fin a la existencia del SEU.

En el mes de marzo de 1966 tuvo lugar un importante encierro de medio millar de estudiantes en Barcelona, en los Capuchinos de Sarrià, al que se conoció como la caputxinada, constituyéndose el Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB).

Estos acontecimientos jalonaron un periodo en el que el antifranquismo en las universidades experimentó un gran crecimiento. De ahí surgieron bastantes de los dirigentes de las organizaciones de extrema izquierda que irían cuajando en esos años. 

Indicio y agente al mismo tiempo del aumento de las inquietudes sociales entre los universitarios fue el desarrollo del muy legal SUT (Servicio Universitario del Trabajo), desde 1950 hasta 1969, que llegó a contar con 500 lugares de trabajo (fábricas, campos, minas…) y en los que llegaron a participar más de 13.000 estudiantes.

Las movilizaciones obreras

En los 17 países más industrializados, desde finales de los años sesenta, aumentaron sensiblemente los índices primarios del movimiento huelguístico [frecuencia, participación y volumen (días/trabajador)], con un especial vigor en Francia (1968), Italia (1969) y en otros países en 1970 o 197193. En Francia, antes de la huelga general de 1968, se acumularon las huelgas: un millón de jornadas en 1965; dos millones y medio en 1966; 4,2 millones en 1967.

“En los años sesenta las jornadas anuales perdidas por conflictos industriales oscilan en Francia en unos 2.000.000, en Inglaterra entre los 3 y los 4.000.000, en Italia alrededor de los 10.000.000. Pero a finales de los sesenta y a lo largo de los setenta estas cifras son: en Francia del orden de 3 a 4.000.000, en Inglaterra entre 6 y 10 millones, en Italia entre 15 y 20 millones” (Víctor Pérez Díaz).

En España, en el periodo en el que nos situamos, aunque los salarios industriales se incrementaron en un 287% entre 1964 y 1972, se hacía patente una gran desigualdad. Según J. Alcaide, el 52,57% de los hogares españoles recibían solo el 21,62% del total de la renta nacional, mientras que un 0,12% acaparaba el 11,24%97. El 1% aproximadamente de la población más rica disponía de la misma proporción de renta que la mitad con menores ingresos98. Otro rostro de la desigualdad: la parte de los impuestos indirectos en la recaudación total, que pasaron del 63,1% en 1960 al 68,3% en 1973.

Hay que recordar, además, que, en paralelo a las elevadas tasas de crecimiento económico, entre 1964 y 1974 se dieron fuertes subidas de los precios.

Las desigualdades fueron un importante acicate para las movilizaciones obreras, en la mayor parte de los casos relacionados con reivindicaciones de aumentos salariales.

La huelga general de Manresa, en 1946, fue un acontecimiento reseñable en una España en la que la represión era muy intensa. Al igual que las huelgas de Cataluña, Vizcaya y Guipúzcoa en 1947 o la de Barcelona de 1951. Fue al final de la década de los cincuenta cuando empezaron a extenderse los conflictos laborales.

En marzo de 1957 estallaron las huelgas en las minas asturianas, con la participación de 4.000 mineros. En 1958, la fuerza de la movilización fue tal que llevó al Régimen a decretar en Asturias el 14 de marzo la segunda suspensión del Fuero de los Españoles y el estado de excepción por cuatro meses. En 1961 hubo huelgas en Altos Hornos de Sagunto, en la CAF de Beasain, en la Bazán de El Ferrol… Y en 1962 se extendieron las huelgas por numerosas provincias: Vizcaya, Guipúzcoa, Asturias, Valencia, huelga de peones agrarios en Jerez, Madrid, Jaén, Huelva, Cádiz, Córdoba, León, Teruel, El Ferrol, Vigo…

En la tabla 1 se puede apreciar el incremento del número de huelgas a partir de entonces. Aunque las cifras suministradas por las dos fuentes no son enteramente coincidentes, ambas permiten calibrar su importancia.

Las cifras de las jornadas perdidas por las huelgas son elocuentes: miles de jornadas de trabajo perdidas en 1964: 141; 1966: 184; 1968: 240; 1969: 559; 1971: 859; 1972: 586; 1973: 1.081; 1974: 1.748; 1975: 1.815; 1976: 12.593101.

El número de trabajadores que participaron en los conflictos de trabajo siguió también una línea ascendente: 1967: 272.964; 1968: 1.114.355; 1969: 5.174.719; 1970: 366.146; 1971: 266.453; 1972: 304.725; 1973: 441.072; 1974: 625.971; 1975: 556.371; 1976: 3.638.952102.

Las huelgas aumentaron en toda la década. Sobre todo en la minería asturiana y en las provincias más industrializadas (Barcelona, Vizcaya, Guipúzcoa). En esos años fue el del metal el sector más movilizado (del 30% al 50% de los conflictos) y el segundo, el minero.

En la primera mitad de los setenta se expandió considerablemente la geografía de las huelgas.

Un acontecimiento particularmente reseñable fue la huelga de Laminaciones de Bandas en Frío, de Etxebarri, cerca de Bilbao, que, iniciada por una reivindicación relativa a las primas, duró medio año, desde el 30 de noviembre de 1966 hasta mediados de mayo de 1967.

Un aspecto descollante de este resurgir de las movilizaciones fue el trabajo en las fábricas de numerosos trabajadores jóvenes, lo que trajo consigo un importante rejuvenecimiento del movimiento obrero y una energía renovada.

En algunas huelgas se puso de manifiesto la creciente incorporación de mujeres al movimiento obrero. Un exponente, en el sector de la confección, fue la huelga de la empresa burgalesa Ory, cuyas trabajadoras pararon durante 75 días (septiembre-noviembre de 1976), poco tiempo después de las movilizaciones obreras de Vitoria en las que la policía disparó contra los trabajadores matando a cinco de ellos.

Una maleta de libros para la vuelta de vacaciones

Una maleta de libros para la vuelta de vacaciones

Al calor de las luchas obreras, e impulsándolas, se extendieron las Comisiones Obreras, desde 1964-1965.

Con el tiempo, y sobre todo frente a este nuevo movimiento obrero, el Sindicato Vertical fue quedando marginado, mientras sus estructuras eran utilizadas por el sindicalismo ilegal, carente ya de toda vitalidad.

El eco de las movilizaciones obreras llegó a la juventud universitaria y a los barrios populares e impulsó el espíritu de resistencia frente al Régimen. Los episodios de las luchas obreras nutrieron el imaginario de los jóvenes más inconformistas y fueron un factor prominente del tránsito juvenil —de las conversiones— hacia ideologías radicales.

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