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Fredric Jameson, la desaparición de un intelectual esperanzado

Fredric Jameson.

Sergio Hinojosa

Fredric Jameson, marxista irreverente en el país más poderoso de la tierra, murió el día 22 de septiembre a los 90 años. Hasta 2019 siguió como profesor emérito en la Universidad de Duke. Este incombustible teórico de la literatura y la cultura ha sido un referente mundial para la izquierda. En estos días se le dedican merecidos y amables elogios. Por mi parte, me limitaré a exponer algunos de los aspectos de su legado que invitan a reflexionar sobre nuestra situación real. Y por real entiendo aquello que nos lleva y nos trae; el trabajo, el hogar, el dinero para el hogar… Pero también la poesía y el compromiso que volcamos en la vida. Quizá sea esta la dimensión más real. Jameson se interna en el análisis de esa realidad a partir del vapuleado marxismo, y nos ofrece la esperanza de una sociedad más justa y mejor. Siempre que nos alejemos del entumecimiento imaginario y cerrado de los apocalipsis y distopías, tan a la orden del día en cualquier pantalla. Y si lo imaginario y lo real se fusionan para formar una hiperrealidad que confunde lo “real” y lo “ficticio”, la llamada al carpe diem —es decir, al mercado y sus placeres—  nos sumerge en el conformismo y la impotencia. La vida es algo más que esto.

Recordando al amable sabio, nos resulta más sorprendente que la anécdota de llevarse bajo el brazo a Don Benito Pérez Galdós cuando venía a nuestro país, la defensa teórica de Marx en pleno siglo XXI. Uno de sus libros, quizá el más leído, Postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1991) da cuenta sobradamente de su posición. En él avanza un análisis del impacto del mercado global sobre la cultura y sobre la configuración de la ideología en un mundo globalizado. “Postmodernismo” para él no es simple moda, sino la nueva forma de producir ideología En esta forma aparece el “pastiche” como amalgama de estilos anteriores descontextualizados y sin historia, que promueven el esteticismo y la superficialidad en la literatura y en la obra de arte. A esto opone la “parodia”, que presupone la profundidad y conlleva una crítica de fondo. La imaginación está siendo invadida por imágenes que nos desligan de la realidad y nos sumergen en horizontes sin salida. Atisbos continuos en grandes o pequeñas pantallas, en la cobertura mediática, etc., que hacen del miedo y la violencia compañeros inseparables. Miedo, impotencia y despolitización marchan unidos. No hay más que asomarse a Hollywood o a cualquier cadena de televisión, sin mencionar los rifirrafes descarnados que circulan por la Red, versión X o Z. 

Jameson supone en todo esto un cierto sustrato, un “inconsciente político” (noción discutible, pero interesante) que replica el automatismo y la proliferación del nihilismo y la deslegitimación de las grandes narrativas que daban sentido a la historia como las utopías. Otro aspecto que ofrece a la reflexión proviene del viejo Marx. Se trata de la tendencia al fetichismo de la mercancía como horizonte de felicidad. La postmodernidad, la nueva forma de fabricar cultura e ideología en la fase del “capitalismo tardío”, supone una “estetización” de la política, dicho de otro modo, una equiparación entre cultura de masas, cultura política y el arte “elevado”, nivelación en la que desaparece cualquier posición crítica. Dada la dinámica de mercantilización, todo va al mismo saco del consumo; el arte y la cultura y la crítica quedan integradas en esa dinámica, y la propia forma de globalizar vacía a lo local de significado y de peso simbólico. La experiencia humana, “a sabiendas que todo es intercambiable” (falso espejismo), está mediada por imágenes y símbolos que no tienen referencia real. El sujeto se soporta sobre ficciones alienantes. Tampoco el consumo deja residuos de reflexión o deseos de promover un cambio a una sociedad más justa e igualitaria

La clase trabajadora ha cambiado en su composición —nos dice—, pero la explotación del trabajo por el capital sigue siendo una característica fundamental del sistema. Y el valor de la mercancía sigue estando determinado por la cantidad de trabajo socialmente (globalmente) necesario para producirla. Con la novedad de que en esta fase del capitalismo todo es susceptible de mercantilizar, y las tecnologías ayudan bastante a ello. Denuncia también la ficción asentada en nuestras sociedades de creer que los problemas sociales tienen soluciones “técnicas”, obviando la participación en el asunto. 

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Marx nos incumbe, su teoría es necesaria para entender cómo se genera la riqueza, cómo se distribuye, y cómo se redistribuyen (o no) las ganancias, sea en un régimen formalmente  democrático —la socialdemocracia simplemente gestiona el sistema como puede— o sea en uno dictatorial. Aunque Jameson defendió el régimen cubano frente al capitalismo, en los últimos tiempos no lo tenía tan claro. En Arqueologías del futuro (2005), Jameson explora la utopía y menciona a Cuba como un espacio interesante para pensar —pese a las dificultades económicas—  el intento de ofrecer una alternativa al capitalismo, lo cual no supone un apoyo a la deriva cubana. Porque el sistema económico capitalista admite variados modelos políticos, siempre que conserven el flujo libre de capital, de mercancía y de trabajo. Jameson aborda el problema de la socialdemocracia desde un punto de vista ya clásico: la redistribución no soluciona las contradicciones del sistema, tan sólo las aplaza. No hay cambios en el modo de producción ni en las relaciones sociales inherentes al mismo. Ahora bien, de momento no hay indicios de otro sistema que pueda poner en crisis al capitalismo. Las crisis han sido internas al propio sistema y no ha habido alternativa capaz de sustituirlo. A menos que se piense que Cuba supone el germen de una sociedad igualitaria, algo que no parece real.  

¿Qué hacer en la delgada línea que ocupan los grupos políticos a la izquierda de la socialdemocracia? Gobernar y ser socialdemócratas, o ensayar nuevas políticas desde fuera del sistema o desde dentro. Desde fuera, la dificultad es mayúscula y no parece que hayan tenido éxito. No hay una exterioridad revolucionaria, más bien es involucionista. Desde dentro, el campo parece más fértil, pues no es tarea menor espolear a la propia socialdemocracia allí donde existe, para ir más allá en la democratización, en la redistribución, en la organicidad orientada a las personas o en la consecución de conquistas sociales, igualdad y derechos humanos. Pero esta tarea es política y requiere un análisis y unas prácticas ajenas al tanteo electoralista y al oportunismo partidista. ¿Qué sentido tiene poner en jaque a un gobierno progresista en el momento de máxima debilidad, con una derecha dispuesta a arrasar con todo como alternativa? Entonces, ¿cómo abordar los cambios sociales en una sociedad digitalizada, desterritorializada? ¿Cómo pensar la cultura y su valor desde un interior del sistema amenazado por su propio recrudecimiento y por una exterioridad troceada en corpúsculos irrelevantes o sumida en la desolación cuando no en la barbarie (Estados fallidos, sociedades subyugadas por la economía y la política de los narcos, etc.)? ¿Cómo pensar los cambios capaces de generar modos distintos de producir, para hacer impracticable todo intento de explotación? Una pregunta abstracta que puede volverse muy concreta cuando se pone el punto de mira en lo real; por ejemplo, la participación de los trabajadores en los consejos de administración de las grandes empresas o la necesidad de sustanciar acuerdos amplios y consistentes sobre los grandes temas que nos incumben como sanidad, Educación, etc. ¿Cómo pensar desde el presente una política de izquierdas que no sólo vea el capote y haga frente a lo más visible de la involución, sino que dé pasos hacia una sociedad más justa? Jameson deja sus aportaciones, pero no recetas. Nuestra tarea es sacarles jugo. Quizá una reforma de la ley de financiación de partidos y de la ley electoral nos permita ir más allá del oportunismo, los mantras y las consignas.

Sergio Hinojosa es profesor de Filosofía.

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