Breve noticia de Octavio Paz, antologado
Corrientes alternas. Antología de verso y prosa
Octavio Paz
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Penguin Random House (Barcelona, 2024)
Cuando se haga la historia de las grandes colecciones de libros en español de los siglos XX y XXI, no podrá faltar ésta en la que se publica una nueva antología del gran escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998), al cuidado de Adolfo Castañón. La serie se inició en el 2004 con El Quijote y le han seguido Cien años de soledad, La región más transparente, La ciudad y los perros, La colmena, Yo el Supremo, Rayuela, El Señor Presidente y Los ríos profundos, así como antologías de Neruda, Gabriela Mistral, Rubén Darío, Borges y José Martí. Todos ellos, libros y autores imprescindibles. A pesar de que existen otras muchas recopilaciones, su antecedente entre nosotros podría ser la titulada Lo mejor de Octavio Paz. El fuego de cada día (Seix Barral, 1989), cuya selección, prólogo y comentarios son del mismo autor.
Corrientes alternas es un volumen de más de novecientas páginas que recoge la creación y el ensayo, el verso y la prosa del autor, además de una presentación general, seis artículos de reconocidos especialistas sobre diversos aspectos significativos de su obra (siendo todos notables, me ha interesado, sobre todo, el de Roger Bartra) que se completan con una cronología, una bibliografía, un glosario y un índice onomástico de primeros versos y de textos en prosa, muy útiles todos ellos. Más de la mitad de esas páginas la ocupa la antología (se inicia con la memorable Evocación de Mixcoac, Claridad errante, 1996, prosa en la que evoca su infancia y juventud), cuyos libros, uno a uno, aparecen explicados y analizados a lo largo de 128 páginas, de manera admirable, por Adolfo Castañón, quien compone una guía de lectura de una parte significativa de la obra de Paz y, en especial, de los fragmentos escogidos.
Se trata, en su conjunto, de un trabajo modélico, como suelen ser todos los de esta colección, cuya lectura permite que nos hagamos una idea precisa de quién fue y qué escribió Octavio Paz, de su trayectoria vital y literaria, como escritor y crítico (sería más preciso tacharlo de ensayista), en el terreno de la literatura y del arte (recuérdese su libro sobre Duchamp y su interés por Picasso, Miró, Balthus, Rauschenberg, Tàpies o Chillida, así como por los pintores hispanoamericanos Roberto Matta, Rufino Tamayo o Fernando de Szyszlo, el marido de la poeta Blanca Varela, muy amigo también de Vargas Llosa), traductor (véanse sus Versiones y diversiones, 1974, revisadas y aumentadas en los años siguientes, en las que se aprecia la necesidad y conveniencia de la creación colectiva, cuyo mejor ejemplo es Renga), diplomático e incluso –digamos- gestor cultural, desempeñando un papel importante en calidad de colaborador, fundador o inspirador de revistas como Taller (1938-1941), El hijo pródigo (1943-1946), Plural (1971-1976), Vuelta (1976-1998), Premio Príncipe de Asturias en 1993, y Letras libres (1999, que sigue publicándose, inspirada por él), lugares ideales –redacciones y tertulias- para el trato personal, la conversación (en su poema Conversar, frente al lugar común que afirmaba que conversar es divino, Paz concluye: "Conversar es humano") y la gestación de afinidades y exigencias estéticas, políticas e intelectuales. Paz, quien había afirmado que la historia de la literatura moderna podría circunscribirse a las de sus mejores revistas, fue un cosmopolita de una curiosidad insaciable, que se extendía al antropólogo Levi-Strauss (véase, Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo, 1967), el lingüista Roman Jakobson y el músico John Cage, a quien le dedica un poema; o a la admiración incondicional por su compatriota el gran Alfonso Reyes, a quien cabría considerar su maestro, como puede observarse en la correspondencia que ambos mantuvieron.
Mexicano como pocos, si se me permite decirlo así, aunque en Posdata aclara que lo mexicano no es una esencia sino historia; crítico con su país; su reacción ante los trágicos sucesos de la plaza de Tlatelolco en 1968 son buena prueba de ello. Interesado por la poesía mexicana, ya sea de Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia ya de José Gorostiza, se mostró obsesionado, al menos en ciertos momentos, por la condición mexicana, aunque mantuvo estrechas relaciones con España (ganó el Premio Cervantes y el Príncipe de Asturias, y en Barcelona están dos de sus principales editores), la India, Francia e Inglaterra, países que le marcaron, en especial la Guerra Civil española y el exilio republicano en México, junto con la filosofía, la literatura y el arte oriental, como puede observarse en Ladera este (1969) y en Vislumbres de la India (1994). Sin olvidar que en sus obras se cita a Lao-tsé, Chuang-tsé, Li-Po, Po Chü-I o Matsuo Bashō, y el trayecto que va del romanticismo al surrealismo; no en vano, mantuvo una estrecha amistad con Breton, que en el caso francés se une al interés que mostró siempre por Nerval, Víctor Hugo, Baudelaire, Lautréamont, Mallarmé y Apollinaire, pero también por William Blake, Novalis y el romanticismo alemán, del que afirma, en Los hijos del limo, que "fue la primera y más osada de las revoluciones poéticas, la primera que explora los dominios subterráneos del sueño, el pensamiento inconsciente y el erotismo; la primera, asimismo, que hace de la nostalgia del pasado una estética y una política" (página 435).
Escoger sus mejores libros no resulta fácil, pero aun a riesgo de no resultar justo del todo, me decantaría, ateniéndome a mi propio gusto y a su importancia histórica, aquilatada ya por el paso del tiempo, por los ensayos que escribió entre sociológicos y antropológicos, como son El laberinto de la soledad (195o, revisado en 1959), del que se nos recuerda que se han vendido más de un millón de ejemplares, y su continuación y complemento, Posdata (1970), o El ogro filantrópico (1979); los poemas en prosa de ¿Aguila o sol? (1951), su libro más cercano al surrealismo, procedimiento que vuelve a utilizar en El mono gramático (1974); los ensayos recogidos en El arco y la lira (1956), para mí, su gran libro, del que más he aprendido, junto con los de 1965 y 1974, Las peras del olmo (1957), en el que se ocupa de literatura, pintura y cine, Cuadrivio (1965) y Los hijos del limo (1974), en donde se recogen algunos de sus trabajos que prefiero; dos textos compuestos por un único poema, como son Piedra de sol (1957), Cortázar lo consideraba una obra maestra, y el libro objeto que es Blanco (1967); Sor Juana o las trampas de la fe (1982), quizá su obra más ambiciosa en el terreno de la prosa; los poemas de Vuelta (1976), y entre ellos el extraordinario Nocturno de San Ildefonso, así como los comentarios que le dedica a Alexander Solzhenitsyn, que nosotros no podemos evitar compararlos con lo poco atinados que resultaron los de Juan Benet, y relacionarlo con su artículo sobre el caso Padilla; y La llama doble (1993), libro sobre el amor y el erotismo, en el que, además, se muestra muy crítico: "Nuestra época, cobarde, tibia y conformista es, en lo moral, una edad de lodo" (página CLX). Curioso me resulta, además, el prólogo que en 1974 le dedicó a Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda. Pero es necesario advertir que algunos de los trabajos citados no están recogidos, ni siquiera de forma parcial, en esta antología, aunque a lo largo de los años es probable que hayan formado parte de las lecturas de los más atentos.
Octavio Paz cultivó también, aunque en menor medida, el teatro, y géneros menos obvios, como el haikú o el epitafio de tono irónico, en la senda de los de Max Aub. Nos deja conceptos que han seguido utilizándose, tales como el de la tradición de la ruptura o lúcidas reflexiones sobre el barroco americano o sobre la peculiar modernidad hispanoamericana. También resulta necesario llamar la atención sobre sus títulos, lo bien que titulaba, de una manera tan significativa, eufónica y a veces paradójica, trastocando el sentido o jugando con la ambigüedad de expresiones acuñadas por el idioma; y sobre los lemas y dedicatorias, siempre ilustrativos de sus admiraciones y querencias.
En sus distintos ensayos literarios, se pregunta desde dónde debe escribir el poeta moderno, cuál es el lugar del canto, como luego haría Valente. Apunta una definición de la poesía ("La poesía, si es algo, es revelación de la 'esencial heterogeneidad del ser', erotismo, 'otredad'", página 207), nos dice que "el poema es lenguaje en tensión" (página 228), o reflexiona sobre la intercomunicación entre verso y prosa, y cómo la función predominante del ritmo distingue al poema del resto de las formas literarias, al poema de la prosa (páginas 183 y 200). E incluso se atreve a trazar una historia de la evolución de la poesía moderna, centrándose en las obras de Eliot, Pound, Yeats y Mallarmé, pero también de la tradición en lengua española. Y, más en concreto, comenta que las expresiones prosaicas irrumpen en el verso con Hugo y Baudelaire, o cuándo y por qué aparece el verso libre y el poema en prosa (páginas 191-203).
Me ha interesado especialmente su relación con España, con nuestros clásicos (Jorge Manrique, Garcilaso, Cervantes, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Lope de Vega, Quevedo y Calderón); con contemporáneos como Miguel Hernández, así como con los escritores del exilio republicano (León Felipe, véase la carta en verso que le dedica, páginas 260-264, Jorge Guillén, Rafael Alberti, José Bergamín, Emilo Prados, Luis Cernuda, Max Aub, Rafael Dieste, Juan Gil-Albert, María Zambrano, Adolfo Sánchez Vázquez, Ramón Xirau, Tomás Segovia, José de la Colina, Gerardo Deniz, Manuel Durán, José Pascual Buxó, Luis Villoro, Roger Bartra y Eulalio Ferrer, a cuya amistad le dedica Adolfo Castañón unas esclarecedoras páginas, CXLVII-CL), o el cineasta Luis Buñuel (véase, Luis Buñuel: el doble arco de la belleza y de la rebeldía, 2000), pues muchos de ellos se contaron entre sus amistades personales y formaron parte de las redacciones de las revistas que fundó, o colaboraron en ellas, sin olvidar a quienes fueron sus contemporáneos: Pere Gimferrer, que en 1980 le dedicó un libro, Lecturas de Octavio Paz, y en 1982 coordinó un volumen monográfico de ensayos dedicado a su obra, en la colección El escritor y la crítica, de la editorial Taurus; Juan Goytisolo, Andrés Sánchez Robayna; con Julián Ríos compartió un Solo a dos voces, 1973, en la innovadora Palabra e imagen, de Lumen; Fernando Savater, Juan Malpartida o Juan Luis Panero, creo que el único escritor español a quien Paz le editó un libro, una antología de poemas sobre México (La memoria y la piedra, Vuelta, México, 1996), por lo que llama la atención que no se le cite. Podríamos sumar a esta lista el nombre del cubano Severo Sarduy. Y recuérdese también que en su libro Hombres en su siglo y otros ensayos (1984), se incluye un trabajo sobre México y los poetas del exilio español, por los que siempre se interesó.
Entre sus editores españoles, sobresalen Seix Barral y Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, donde aparecieron sus Obras completas, al cuidado del malogrado Nicanor Vélez, pero por iniciativa del editor Hans Meinke. En el libro, aparece una referencia a la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo en TVE, en su célebre programa A fondo, en 1977, pero se echa de menos el homenaje que le tributaron algunos escritores y artistas españoles en el 2008, Alguien me deletrea. Un decenio sin Octavio Paz (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg), en el que colaboraron Félix de Azúa, Arcadi Espada, Antonio Gamoneda, Gimferrer, J.L. Panero, Enrique Vila-Matas y los pintores Frederic Amat y Antoni Tàpies, quien diseñó la cubierta.
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Octavio Paz se sirvió siempre de una perspectiva múltiple que tiene en cuenta la Historia y la cultura, lo prehispánico, así como la teoría, la historia y las tradiciones literarias, la hispánica y sus relaciones con la universal, no solo las occidentales, sino también las orientales, clásicas, sobre todo. En 1990 se le concedió el Premio Nobel de Literatura, siendo el único mexicano que lo ha obtenido. Me parece necesario decir también que este es uno de los mejores libros que he leído en los últimos años, por lo que creo que debería prestársele la atención que merece, pues estamos ante uno de los más lúcidos escritores y ensayistas en español del siglo XX.
Hasta septiembre. Espero que disfruten de las vacaciones, los afortunados que puedan cogerlas.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.