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Los huesos fríos

Imposible decir adiós - Han Kang

Random House (2024)

Corea del Sur queda a trasmano, en un extremo del atlas. Donde amanece el mundo y, sin embargo, la violencia ha teñido de ocaso parte de su historia. Sombras por debajo del paralelo 38, cercanas por paralelismo: los fusilamientos, las fosas comunes, la búsqueda de los familiares asesinados, la reunión de los huesos. "Los restos óseos… Seres que ya no eran humanos… Mejor dicho, seres que eran más humanos que nunca". Los fragmentos de quienes desaparecieron mantienen, allí como aquí, el ADN de la limpieza ideológica, la atrocidad. Cuentan.

Lo onírico. La reciente Nobel surcoreana Han Kang soñó con unos troncos negros en una ladera. Árboles truncados, "como personas de diferentes edades". Una pesadilla ocasionada al desbrozar la represión sangrienta contra quienes se opusieron a la dictadura del general Chun Doo-hwan, en las calles de Gwangju, durante diez días de mayo de 1980. "La muerte pasó a mi lado a una velocidad vertiginosa, sin la menor vacilación o remordimiento". La sangre de aquellos Actos humanos en la ciudad donde, diez años antes, nació la escritora, remontó tres décadas y desembocó en Jeju. En un lugar montañoso de esta isla volcánica -y turística ahora-, la más meridional del país, vive Inseon. Es amiga de la narradora, Gyeongha, residente en Seúl, ocupada en redactar una novela y su testamento, aún sin destinatario, en un verano sofocante. "No me había reconciliado con la vida, pero debía seguir adelante". Retornar al antes para avanzar.

La ficción. Estas dos mujeres se conocieron al graduarse en la universidad. Juntas, elaboraron reportajes mensuales para una revista, durante tres años. Gyeongha, redactora. Inseon, fotógrafa. Luego, Inseon, hija única, regresó al pueblo para atender a su madre, anciana y demente. Las reporteras alimentaron la relación dos décadas más. Cuando la periodista relata a la retratista su desasosiego con las toconas sin rumbo, conciben una instalación. Cuatro años postergada, pero con nombre. "¿Cómo se llama?... Nuestro proyecto. Imposible decir adiós". "¿Te refieres a que no puedes decir adiós, o a que no quieres despedirte?". Incapaces de desarraigarse de las toconas cercenadas. No pueden dejarlas a la deriva.

Las coordenadas de lo fortuito. Inseon atendió a su madre. Realizó documentales protagonizados por mujeres mayores: "violadas por soldados coreanos durante la guerra de Vietnam", uno; una anciana senil que había luchado en Manchuria, otro. Ahora, es carpintera. Mientras serraba madera en su taller, se cortó dos dedos de la mano derecha. La ebanista, que "jamás habla por hablar", llama a la narradora. Su "¿puedes venir a verme?" suena imperativo. En el hospital donde le han reimplantado las puntas cercenadas del índice y el pulgar, la artesana suplica a la periodista que vaya a su casa aislada y cuide su cotorra. "Nunca me había pedido un favor tan grande". Aceptó el pasaje a la memoria.

La dimensión de la nieve. Fuera y dentro de los párpados. La tibieza que la derrite, la muerte que la consolida. Nieva ralo, nieva espeso en Imposible decir adiós. El principio y fin de los copos. El "espacio intermedio que llena el espacio vacío de esta historia, el espacio que Dios podría ocupar", interpreta Han Kang. Cristales geométricos, símbolos, como los pájaros, de su budismo atenuado. Vuela de Seúl a Jeiju en el último avión. Por la nieve, una presencia frágil y persistente. Gyeongha aterriza. Toma un autobús con destino a los montes de lava gélida. Se apea desorientada: los ventisqueros borran los caminos. Aterida y aturdida, llega a la casa de Inseon. No podrá cumplir su encomienda: la cotorra no pía, yace "sin tibieza". El contratiempo de la nieve. Sepulta el pájaro al lado del tronco de una palmera. Una tumba reconocible.                                                       

Las sombras de una llama corta de mecha y cera. Prende una vela porque el móvil ha consumido su batería. En la penumbra, se topa más de un centenar de gajos apilados de árboles, "semejantes a trozos de un gigante descuartizado… parecían reprimir una trepidación interior". Inseon los ha labrado para culminar el Imposible decir adiós imaginado con Gyeongha. En esa perplejidad difusa, la amiga herida aletea en la casa como una idea aliquebrada. "Si Inseon se había aparecido como espíritu, yo debía estar viva; pero si era ella la que estaba viva, yo debía haber llegado allí como un espíritu". Lo alegórico y lo real: lumbre que alumbra sombras.

 Ilumina cuevas de verdad vertida en cloacas de mentira. Encuentra recortes de periódicos y documentos recopilados por la madre de la ebanista. Fue memoria cuando aparentaba pusilanimidad. Dormía con una sierra debajo de la cama para ahuyentar pesadumbres. Inseon la odió tanto como a sí misma. Con diecisiete años, huyó de la casa materna "para poder vivir". Cuando retornó para ampararla descubrió a una mujer obstinada en esclarecer la brutalidad que casi aniquiló su linaje. "¿Continúa el deseo de ver cuando no se es más que una sombra?". Hurgar recuerdos entre escoria y ceniza.  

En un no-lugar del Oeste

Entre 1948 y 1949, recién creada la República de Corea del Sur, el dictador Syngman Rhee ordenó "exterminar a todos… los rojos". Un propósito anticomunista común con Estados Unidos. "El gobierno militar estadounidense ordenó poner fin al comunismo a toda costa". En Jeju, calcinaron treinta y ocho mil casas en doscientos setenta pueblos. Una de ellas, la de los abuelos de Inseon, fusilados, además, como su hijo mayor y su hija de siete años. Mataron a mil quinientos niños. Crímenes indiscriminados. Militares y policías asesinaron con método: "reunían a la población en el patio de la escuela y luego los mataban a todos en algún campo o playa de los alrededores". Los arrojaban al mar o los enterraban en fosas anónimas. Una de ellas, bajo la pista del aeropuerto de Jeju. Otra, en las galerías abisales de una mina de cobalto extinguida. Aquí hundieron los restos del tío de Inseon. "No queda un solo cuerpo que se conserve completo". Ajusticiaron a "treinta mil personas… También mataron a treinta mil personas en Taiwán, y a ciento veinte mil en Okinawa… Todos esos sitios eran islas, lugares aislados". El salitre de la vileza arribó al continente, descompuesto en la guerra de las dos Coreas. Más de dos millones de muertos en tres años.  

Los huesos fríos. Imposible decir adiós se despide del olvido. Una superviviente –ella y una hermana se salvaron porque no estaban en casa– rastreó su sangre escarchada cuando no la obstaculizaban las tiranías. Buscó para sentirse viva. Empeño que heredó Inseon. Se prolongó en Gyeonga, quien atestigua el espanto, la gangrena. Tríptico de mujeres, trinidad de símbolos:  nieve, pájaro y llama. Tres, la perfección para Han Kang. La primera asiática en recibir el Nobel literario elige protagonistas femeninas. La vegetariana y La clase de griego lo manifiestan. Personajes al borde de la irrealidad. Sus huellas palpitarán sólidas como una cencellada.

* Prudencio Medel es periodista.

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