Los diablos azules
Javier Cercas: "Esta novela es una llamada a la insubordinación"
No, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) no quiere matar a nadie, ni a los responsables del procés ni a quienes les han apoyado ni a nadie, en general. Jamás defendería tal cosa en público. Jamás lo diría en ningún artículo ni en ninguna entrevista, y condenaría a quien lo hiciera. Pero en su última novela, Independencia(Tusquets), la secuela de Terra Alta, con la que ganó el Planeta, ahí... es otra cosa. El libro supone el regreso de Melchor Marín, el mosso protagonista de aquel título, su primera novela policial. Si todo va según sus planes, esta es la segunda entrega de una tetralogía. Si el escritor no se cansaba de insistir sobre Terra Alta que aquello no iba, de ninguna manera, del procés, aquí lo tiene más difícil. Por el título, sí, pero también porque, en la búsqueda de justicia de Marín, se cruzan aquí algunos personajes conocedores del movimiento político por la independencia catalana, que no dudan en abordar el tema. “No he escrito para expresar mis opiniones sobre este asunto o cualquier otro. La verdad de esta novela es más plural, más ambigua. Pero también porque lo que yo he dicho en esta novela no podría decirlo en ningún artículo. ¿Qué dice esta novela? Los matamos a todos”, concede. Pero esto solo lo dice la novela. “¿Para qué sirve la literatura?”, se pregunta. “Para darle cabida a lo que no tiene cabida en esta vida. Bataille la llamaba 'la parte maldita'. Que cada uno lleva dentro una bestia y la literatura es la expresión de eso. Yo no puedo escribir un artículo diciendo que los matemos a todos, porque eso destruye la convivencia civilizada, me destruye a mí, lo destruye todo. Pero en la literatura sí. Las novelas deben decir aquello que solo las novelas pueden decir”.
El novelista, autor de Anatomía de un instante, El impostor o Soldados de Salamina, no tiene empacho en admitir que esta nueva etapa de escritura, alejado de la Guerra Civil y la tensión entre ficción y verdad histórica, invención y memoria, viene en parte de su “shock” ante la experiencia del procés, con el que ha sido y es muy crítico. “Para los escritores, lo malo es mejor que lo bueno, somos bestias carroñeras. De este shock sale una cosa nueva. Esto no va del procés, pero el carburante es el procés”, cuenta. En Terra Alta presentaba a Melchor Marín, un agente de la policía autonómica, héroe de los atentados de Cambrills, un hombre que huye de su pasado pero que se ve espoleado, casi a su pesar, por su sentido de la justicia. En el subtexto —pero de ninguna manera oculto— de lo que sabemos que será ya una saga de cuatro episodios están Los miserables de Victor Hugo: el paralelismo entre el comisario Javert y Melchor Marín es evidente, aunque Jean Valjean aparezca por ahí como un Mr. Hyde. Para el futuro, Javier Cercas imagina reunir las cuatro novelas de Melchor Marín en un solo volumen, bien grueso, como Los miserables. Este segundo título empezó a escribirlo apenas terminó el primero, y ya tiene muy avanzado el tercero, gracias al encierro motivado por la pandemia.
“Borges dice que todas las novelas son novelas policiales, y en mi caso es una evidencia”, admite. “Yo he explicado cómo mis novelas y las novelas que yo más quiero funcionan así: un enigma y alguien que tiene que resolverlo”. Pero aquí hay literalmente un policía. “Sí”, explica, “y tiene casos que resolver, pero yo descubrí que Melchor iba a ser un policía ya casi en la segunda redacción”. Y no lo será para siempre, aclara. La ilusión de Marín en este segundo tomo es sacarse las oposiciones a bibliotecario y abandonar el cuerpo. Mientras, trasladado a Barcelona, tendrá que enfrentarse a un caso de extorsión: la alcaldesa de la ciudad está siendo chantajeada con la amenaza de que se haga público un vídeo sexual en el que aparece. Los delincuentes piden 300.000 euros. Pero la cosa es más compleja de lo que parece, y los agentes sospechan que detrás de los anónimos que recibe la política pueda haber más que unos tipejos en busca de dinero. Aunque haya pensado en sus novelas como thrillers, lo cierto es que formalmente esta es su segunda incursión en el género. “Yo no me propongo adaptarme a un género”, despacha. “Si alguien quiere leer esto como una novela policiaca, me parece perfecto; si alguien me dice que esto no es una novela policiaca, me parece perfecto. Por otra parte, si alguien todavía cree que existen géneros mayores y menores, y que la novela policiaca es un género menor, es que no sabe lo que es la literatura. No existen géneros menores y mayores, existen formas mayores y menores de utilizar los géneros literarios”.
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Desde que ganó el Planeta —insiste en varias ocasiones en la entrevista que no escribió Terra Alta para el Planeta, como se ha podido creer—, Cercas le da vueltas a la cuestión de la popularidad. Y no es que antes le faltara: al fin y al cabo, Soldados de Salamina es un libro muy leído y que cuenta con una exitosa adaptación cinematográfica. Pero lo del Planeta es otra cosa. “Siempre he intentado escribir novelas fáciles de leer y difíciles de entender”, defiende. Entre otras cosas porque “una de las principales supersticiones literarias de nuestro tiempo es la que dice que la buena literatura es minoritaria”. Menciona el Quijote, a Shakespeare, a Victor Hugo, a Flaubert, todos ellos autores populares antes de entrar en el canon de la alta literatura. Y termina con un relámpago de optimismo: “¿Eso quiere decir que solo la literatura popular es buena? No, pero a la larga la buena literatura es popular. Ya sabemos que el único crítico literario infalible es el tiempo”.
Y hablando de tiempo: Independencia no es una novela futurista ni de ciencia ficción, pero sí sucede parcialmente en el futuro. El futuro inmediato: 2025, cuatro años después de los sucesos de la anterior novela. En el futuro nadie habla del coronavirus, y no porque la novela estuviera terminada antes de la pandemia, defiende el escritor... sino porque realmente considera que en unos años esto habrá desaparecido de la memoria reciente y del debate público: “Piensa lo que pasó con la más brutal epidemia, de dimensiones planetarias, la gripe española: dime una novela ambientada en 1925 o 1926 que hable de la gripe española. No la hay. ¿Por qué? Porque pasa. Porque nos olvidamos. Esto lo sé no porque sepa del futuro, sino porque sé del pasado”. Otra apuesta: en 2025, el procés se ha acabado, se habla de él en pasado como algo concluido hace tiempo. “Es que hoy los propios políticos hablan en pasado del procés”, señala. “Porque lo que llamamos el procés como tal ha acabado, aunque ahora estamos con sus consecuencias, que pueden ser peores. Dividir a la sociedad es muy fácil, pero volver a unirles es muy complicado”. Sus consecuencias, desde luego, se dejan ver en la novela. En la figura de Ricky Ramírez, por ejemplo, un personaje que sirve de contraparte de Melchor Marín y que para Cercas “busca la independencia de manera equivocada”. “Su padre [del que hereda la carrera política] le dice 'Arrímate a los buenos', que es lo que le dice la madre al Lazarillo cuando se va de casa. Lo que quiere decir el padre es: acércate a los poderosos. Y la élite qué hace con él: usarle para sus propósitos perversísimos y luego tirarle como papel higiénico. Esto es lo que han hecho con Cataluña”. Y remata: “Esto no es una opinión, son hechos”.
Y aunque en la novela se describen estos “hechos”, en boca de algunos personajes ficticios que los vivieron, el novelista insiste en que no pretende hacer “una crónica”. “Pero este libro es un retrato de lo que es la élite catalana”, lanza, “y barcelonesa en particular, que no es muy distinta de otras élites del mundo. Que lleva ahí un siglo y que, como dice el padre de Ricky, ahí seguirá cuando nos hayamos muerto, a no ser que pongamos remedio”. Javier Cercas vuelve a acordarse de Bataille y de la parte maldita, y sonríe: “Esto es una llamada a la insubordinación”.