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Todo a 15 minutos

La pandemia no nos cambió, pero sí que le dio un vuelco a un montón de prioridades. Sobre todo, las que afectan a nuestra vida, a nuestro entorno, a nuestro círculo.

Hacía mucho tiempo que no recibía un aluvión de respuestas positivas ante un tuit. En el universo de Twitter ya es difícil recibir un feedback positivo, pero que además sea masivo es toda una excepción. Ha pasado con una pregunta que lancé a mis seguidores el miércoles: “¿Vivís a 15 minutos del trabajo, colegio, centro de salud?”

El modelo de las ciudades de 15 minutos no es nuevo, lleva trabajándose en muchos puntos del mundo y es la llave, según los expertos, para alcanzar esa calidad de vida tan ansiada y, sobre todo, para ser más felices. Poder ir andando o en bici a tu trabajo, al colegio, no perder horas interminables en el coche, en los atascos, hacer trayectos larguísimos cada día para desplazarnos… Suena a ideal, pero viendo las respuestas que he ido recibiendo, es lo que muchos han ido buscando y adaptando tras el confinamiento. Aprendieron que el tiempo es vital: aprendieron a no perderlo en situaciones absurdas, da igual que sea una conversación intrascendente, una cena de compromiso, o un desplazamiento innecesario. Poder ahorrarnos tiempos y minutos en cosas que no nos aportan para dedicárselo a eso que sí que nos hace más felices, nos hace más libres, nos libera de estrés y ansiedad.

Los procesos vitales de cada uno suelen llevarnos a recorrer ese camino, conforme más mayor te haces, más evitas todo aquello que no te aporta, pero la pandemia, es así, los ha acelerado. Cuando eres joven suspiras por vivir en una gran ciudad, por beber de su vitalidad, de su energía, de su non stop en todo, en trabajo, en ocio… Parece que todo lo que pasa ahí es importante, imprescindible, imperdible, y sueñas con poder estar, con ser protagonista de esa vorágine, de ese ritmo trepidante que parece que sólo palpita en esas grandes urbes. Sueñas con vivir allí y persigues ese sueño. Sin darte cuenta de que, en ocasiones, se acabará convirtiendo en una trampa. De eso te das cuenta mucho más tarde, cuando llevas ya unos años, cuando te has enganchado laboral y familiarmente y cuando deshacer esos lazos es demasiado complicado.

Aprendes a que los centros de esas grandes urbes son incompatibles con tener cerca un parque, un jardín, con llevar a tus hijos a un colegio andando. Con no morir entre ir al trabajo y llegar cuando tienes una llamada de la guardería contándote que tu bebé tiene fiebre. Te das de bruces con la realidad y empiezas a plantearte que hay que cambiar. Pero ¿a dónde? En nuestro caso decidimos hacer el ejercicio contrario: buscamos el colegio y, a partir de ahí, buscamos la casa. Nuestros trabajos quedaban igual o más lejos, pero su calidad de vida, la de nuestros hijos, mejoraba sustancialmente. Y a partir de ahí empezamos esa nueva etapa, en la que vives en la ciudad pero no exactamente en el centro. En la que aprendes a gestionar los traslados: a salir una hora antes de casa para llegar a tiempo a todo. Sobre todo, al trabajo. 

El teletrabajo ha sido el mejor aliado para poder alcanzar esa quimera. Y quien ha podido, se ha mudado a otros sitios en los que la calidad de vida es precisamente eso: tener todo lo importante a 15 minutos

Y al final, acabas en la misma trampa que te prometiste no caer. No todos los trabajos permiten cuadrar el círculo de los 15 minutos: los polígonos industriales están donde están, las empresas suelen concentrarse en zonas que, a los pocos meses de ver crecer su oferta empresarial, empiezan a aumentar el precio de los alquileres y de los inmuebles. Y por tanto se convierten en barrios inaccesibles para muchos bolsillos. Está pasando con el desarrollo de la zona norte de Madrid, a donde en los últimos años se mudaron BBVA o Telefónica entre otras.

El teletrabajo ha sido el mejor aliado para poder alcanzar esa quimera. Y quien ha podido, se ha mudado a otros sitios en los que la calidad de vida es precisamente eso: tener todo lo importante a 15 minutos. Las grandes ciudades deberían trabajar en esto: no sólo para no perder población sino para seguir siendo espacios donde poder vivir y respirar. Sin tanto tráfico ganaremos en calidad del aire, ese aire que estos días en Madrid ha sido cenizo, plomizo y altamente peligroso por los niveles de contaminación. La calima y el calor le han dado a la ciudad un aspecto un tanto apocalíptico: el miércoles y el jueves apenas vimos el sol. Si logran esa regla de los 15 minutos haremos que las ciudades sean más humanas. Vivir en una ciudad no debería estar reñido con tener calidad de vida. Es el reto de los próximos años.

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