Feijóo no lee a Ignatieff

El historiador, pensador y expolítico canadiense Michael Ignatieff, flamante Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, es autor de un ensayo brillante y divertido titulado Fuego y cenizas, en mi opinión una de las mejores autobiografías políticas, por su combinación perfecta de sinceridad autocrítica e ironía. Viene a ser la historia real de un profesor de Harvard al que captan unos hombres de negro y lo convencen para que sea candidato a primer ministro de Canadá. A partir de ahí ocurre de todo y por su orden, hasta la derrota final. Ni siquiera logró su propio escaño. Su sueño demócrata-liberal chocó con las oxidadas estructuras del partido que lo reclamaba como líder.

Ignatieff es uno de los más reputados expertos en el estudio de los nacionalismos, más allá de su experiencia política directa en el caso canadiense. Preguntado estos días por el independentismo catalán y la nueva fase abierta por las elecciones del pasado domingo, ha dicho lo siguiente: “Hay que acabar con la idea de que haya una solución permanente a las cuestiones nacionalistas que aparque estos problemas y los quite de la mesa. Son aspiraciones muy antiguas, debemos relajarnos un poco y entender que estas identidades históricas nos van a acompañar mucho tiempo y lo mejor que podemos hacer es manejarlas de manera cívica y responsable, hablando, hablando y hablando y entendiéndonos. El problema es cuando se busca una solución radical que resuelva el problema. Son problemas que no se pueden solucionar, se pueden gestionar” (ver aquí).

Pues ya estaría… Uno escucha o lee a Ignatieff y acto seguido repasa los exabruptos de Núñez Feijóo (presunto liberal), de Abascal o de Puigdemont y se pregunta en qué planeta se han instalado algunos políticos (nacionalistas, ya sea desde el españolismo o desde el catalanismo). Feijóo pretende, sin disimulo, convertir el procés en la nueva ETA (ver aquí), como eje de su campaña electoral ante las europeas y más allá, a la espera de que algún juez plantee cuestiones prejudiciales que le permitan —con la inestimable ayuda de toda la batería mediática habitual— mantener la amnistía como percha para seguir tachando a Sánchez de dictador (curiosamente) sin autoridad alguna puesto que seguiría en manos de los independentistas de cuyos votos depende el Gobierno de coalición en el Congreso.

No parece importar a las derechas en absoluto la evidencia de que el procés, entendido como el intento de llegar a la independencia por la vía unilateral, que incluye la desobediencia a la Constitución y la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, está finiquitado. Lo cual no quiere decir que el independentismo en Cataluña no siga teniendo un apoyo muy importante, y que estaría ciego quien pretendiera ignorarlo o despreciar su fortaleza. 

Es obvio que a nadie, y quizás a ERC menos que a nadie, interesa provocar una repetición de elecciones. Todo es susceptible de empeorar (incluso para Puigdemont). Y más con la aplicación de la amnistía aún pendiente

Lo que ha demostrado la victoria de Salvador Illa en las elecciones del pasado domingo es que Ignatieff tiene razón. Que la tenía Pedro Sánchez cuando en 2020 apostó por trasladar al entonces ministro de Sanidad a la candidatura en Cataluña y cuando ambos practicaron la política del diálogo, los indultos, el perdón, la convivencia. Como había acertado Zapatero cuando intentó en 2006 la aprobación de un nuevo Estatut acordado que podía garantizar la paz social y política para unos cuantos años pero fue torpedeado desde la derecha política, mediática y judicial en una campaña que incluyó boicot a todo lo catalán, recogidas de firmas en toda España y una sentencia alucinante (que negaba el sentimiento de nación a los catalanes aunque sí lo admitiera el tribunal, por ejemplo, para los andaluces). Conviene mirar al retrovisor de vez en cuando, y no olvidar que la crisis constitucional de 2017, el llamado procés, no se puede entender sin la política de confrontación de la derecha nacionalista española. Es una curva comprobable históricamente: el apoyo al independentismo se ha debilitado siempre que desde el Estado se ha optado por el diálogo y la ampliación del autogobierno.

Es tan delirante que Feijóo insista en que Sánchez le va a dar la presidencia de la Generalitat a Puigdemont como que este se autonomine para el puesto como presión a ERC para impedir que la izquierda republicana permita gobernar a Illa. Tenemos que acostumbrarnos a escuchar bobadas, una tras otra. Quienes las propalan saben perfectamente que no tienen base alguna, pero no importa. Se trata de contribuir al ruido, enfangar la conversación, de forma que se termine confrontando de nuevo a España con Cataluña o viceversa, en lugar de debatir sobre políticas que resuelvan problemas. Puesto que en la economía no hay nada que rascar porque el crecimiento y el empleo van no “como un cohete” (no exagere, Presidente) pero sí a la cabeza de Europa, la oposición se aferra al procés como hace un año se abrazó al “que te vote Txapote”. 

Salvador Illa va a tener muy complicado negociar apoyos para su investidura, y sabe que ERC necesita tiempo para digerir su crisis existencial y dirimir su hoja de ruta. Pero es obvio que a nadie, y quizás a ERC menos que a nadie, interesa provocar una repetición de elecciones. Todo es susceptible de empeorar (incluso para Puigdemont). Y más con la aplicación de la amnistía aún pendiente.

Se diría que el PP prefiere leer a Abascal antes que a Ignatieff. Y si Vox insiste como receta en “incendiar” Cataluña, Feijóo intenta no parecer “blandengue”, por más que sepa que acabará “hablando, hablando y hablando” con los nacionalistas como ya lo intentó tras el 23J (ver aquí). 

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