Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Lecciones de la batalla (IV): Guerra llama guerra
Mientras en Ucrania la guerra se prolonga y se confirman los indicios de que será una conflagración larga y terrible, hay otras noticias que llaman nuestra atención y hacen que el campo de batalla vaya quedando en segundo plano. Algunas tienen que ver con la misma guerra, pero desde sus consecuencias —la inflación, la crisis energética, los problemas con el grano…—; otras son domésticas y señalan las miserias nacionales de cada cual. Finalmente, existe otro grupo, que son aquellas noticias que la propia guerra ha producido por contagio. Sí, la guerra es contagiosa.
La guerra contamina el lenguaje y contagia al pensamiento. Uno de los efectos difusos de la guerra es que es capaz de contaminar el lenguaje, tornando en jerga bélica metáforas, ejemplos y expresiones habituales en los medios de comunicación y el debate público. Pueden hacer la prueba ojeando cualquier periódico o escuchando cualquier emisora de radio o televisión cuando quieran. Todo esto va generando un clima de conflicto que hace que esa guerra que ya nos parecía imposible, como decíamos hace unas semanas aquí, vuelva de forma sibilina a infiltrarse en nuestra manera de expresarnos, lo que es tanto como decir en nuestra forma de entendernos y pensarnos.
Por otro lado, el estallido de una guerra automáticamente dispara los presupuestos en defensa y armamento de los países de su entorno, como está pasando ya en la Unión Europea, y da mayor protagonismo a estos asuntos en el conjunto de la política nacional.
La guerra contamina el lenguaje y contagia al pensamiento. Uno de los efectos difusos de la guerra es que es capaz de contaminar el lenguaje, tornando en jerga bélica metáforas, ejemplos y expresiones habituales en los medios y el debate público
Junto a esto, y al calor de una contienda de enormes dimensiones y consecuencias desconocidas como la de Ucrania, otros conflictos emergen o recobran fuerza. Es el caso de Kosovo y su lío con Serbia por las matrículas de los coches (aquí lo explica la politóloga experta en Europa del Este Ruth Ferrero), que en el fondo esconde años de tensiones por el reconocimiento de la soberanía territorial. El detonante es la oficialización en territorio kosovar de matrículas emitidas en Serbia tras unos años de negociaciones. El acuerdo que se alcanzó en 2016 venció en septiembre de 2021, pero ha sido ahora, casi un año después, y en plena escalada de violencia en Ucrania, cuando se ha recrudecido. Aunque este conflicto no tiene nada que ver con la guerra de Ucrania, la situación de inestabilidad en Kosovo y Bosnia—Herzegovina aumenta su temperatura en momentos donde el lenguaje de la guerra impregna la conversación pública. No perdamos de vista los Balcanes, cuya paz esconde aún mucho por resolver.
Tampoco es ajena a este clima la reaparición con fuerza de Taiwan como pieza clave de las relaciones con China (se puede ver aquí una síntesis del conflicto). Taiwan ha sido siempre objeto de tensiones entre Washington y Pekín, desde que en 1949 los soldados y funcionarios del Kuomintang se refugiaran allí una vez Mao les había ganado la guerra. Desde entonces, ha habido momentos críticos, si bien desde mediados de los 90 no se habían registrado nuevos episodios hasta la visita de Pelosi a la isla hace unas semanas. ¿Hubiera acudido Nancy Pelosi a esa polémica gira en la isla taiwanesa si China no estuviera jugando el papel de apoyo a Rusia que ha asumido en la guerra de Ucrania? Sea como fuere, es fácil observar cómo este enfrentamiento a sangre y fuego enrarece las relaciones entre Rusia y China frente a un Occidente nuevamente liderado por EEUU, volviendo a hacer de Taiwan un foco de conflicto.
La guerra siempre ha llamado a la guerra. Si la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, se activó y extendió conforme viejas rencillas estallaban por simpatía de unas a otras —del polvorín balcánico a la pugna imperialista por las colonias, de la vieja confrontación entre Francia y Alemania a la no menos antigua tensión entre Rusia y Turquía—, la Segunda Gran Guerra empezó en Europa y acabó ampliando su terreno de operaciones del Atlántico al Pacífico porque lo que pasaba en el Viejo Continente exacerbó la competencia entre Japón y EEUU.
Los combates en Ucrania producen crisis colaterales en otros lugares del mundo. Las tropas francesas se alejan del Sahel, donde ahora el yihadismo es combatido por mercenarios rusos del grupo Wagner. Rusia, China, Irán y Venezuela realizan ejercicios militares conjuntos en este último país, como una muestra simbólica de que se ha armado un bloque geoestratégico que hermana nacionalismos eslavos, capitalismo de Estado asiático y expansionismo chiita. Son cosas que aparentemente no tienen que ver entre sí, pero acaban relacionándose en la gran malla global.
Cuidado, pues. Guerra llama guerra.
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