Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Las revelaciones de Aznar
Se dice que la gestión de los tiempos lo es todo en política. Quizá por eso sorprendió tanto que fuera el propio Partido Popular quien decidiera dilatar en más de un mes la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo en la que, previsiblemente, saldrá derrotado. Hubo quien pensó que así permanecía en el imaginario español la ficción de un posible gobierno del PP, y no faltaron quienes vieron en este manejo de los tiempos un intento de ir laminando las posibilidades de Pedro Sánchez de llegar a un acuerdo con otras fuerzas políticas a fuerza de evidenciar, portada tras portada, las cesiones, contradicciones, desacuerdos entre socialistas, etc.
La primera hipótesis se desvaneció en menos de una semana, cuando todos los partidos, a excepción de UPN y CC, ratificaron su negativa a acordar nada con un Partido Popular que llegaba del brazo de Vox. Una especie de cordón sanitario a la española; es decir, que no sólo aísla a la ultraderecha, sino a quien la acompaña. El segundo posible motivo para alargar un mes la investidura está teniendo algo más de éxito, facilitado por el silencio de la dirección del Partido Socialista, que está impidiendo establecer un marco adecuado. “Vacío narrativo”, como se denomina en esta entrevista a Yolanda Díaz en La Vanguardia. Tan sólo el pasado viernes, ante la CEOE, Pedro Sánchez intentó remediarlo: "Me dedicaré a dialogar con el resto de fuerzas políticas, lógicamente también hablar con la sociedad civil para tejer alianzas y poner en marcha un proyecto político en positivo, de progreso y de convivencia que garantice la estabilidad del país y que sea plenamente coherente con la letra y el espíritu de nuestra Constitución".
No es la primera vez en los últimos meses que emerge la pregunta: ¿quién manda en el PP? Los ecos de la aparición de Aznar desvelan que no hay un liderazgo como el suyo
No contaban los estrategas populares que diseñaron estos tiempos, sin embargo, con la aparición en escena de José María Aznar. Llamó a la movilización contra un supuesto acuerdo que pudiera recoger una hipotética ley de amnistía y horas después el Partido Popular lo convocó. Primero como gran movilización, luego como concentración, ahora como una especie de mitin o acto interno de los populares. En espera de ver en qué queda finalmente, esta sucesión de acontecimientos desvela, al menos, tres cosas.
La primera tiene que ver con los bandazos en la estrategia de los populares que, aunque aún no se manifieste así, es la antesala de la crisis de liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. Quien ganó las elecciones, pero –salvo sorpresas– perderá el gobierno cuando ya lo daba por logrado, lo tiene muy difícil para conservar la confianza de los suyos. Máxime cuando las expectativas en torno a su figura eran altas y todos los vientos parecían ir a su favor. Cosa distinta es que la crisis se manifieste cuando la incógnita de la repetición electoral esté despejada y cuando haya un sustituto o sustituta listo para saltar al campo. El impacto que ha tenido la aparición de Aznar, que en el imaginario conservador es el gran líder que aunó y mantuvo unido a todo el electorado de derechas, es sólo el síntoma. No es la primera vez en los últimos meses que emerge la pregunta: ¿quién manda en el PP? Los ecos de la aparición de Aznar desvelan que no hay un liderazgo como el suyo, ese que Vázquez Montalbán tan bien describe en su célebre libro La aznaridad. Aludiendo a la guerra de Irak, pero pudiendo hacerlo extensible a tantas otras batallas, recuerda: “Por el imperio hacia Dios” o “Por Dios hacia el imperio”, el orden de los factores no altera el producto y ante todo se necesita un diseño del enemigo que quiere destruirnos mediante una guerra santa y al que hay que destruir por otra, por nuestra guerra santa.”
La segunda cuestión que revela esta convocatoria es la impotencia. Doy por descontado que cualquier fuerza política y social tiene el derecho a salir a la calle a reivindicar sus posiciones o a protestar contra lo que considere. Sin embargo, llama poderosamente la atención que un partido de gobierno, que volverá a serlo, muestre su rechazo frontal a una hipotética medida que aún no se conoce, en vísperas de una sesión de investidura de su líder, movilizando a los suyos en la calle. Por un lado, será difícil de explicar para sus estrategas que en lugar de salir a la calle a arropar la investidura de su líder lo hagan para protestar contra una hipotética futura ley de la que poco se sabe. Por otro, es imposible no acordarse de las manifestaciones contra el aborto lideradas por la cúpula de la Iglesia en tiempos de Zapatero. Quizá sea el entrenamiento para lo que viene si la candidatura de Sánchez prospera, defender en la calle lo que se pierde en las instituciones.
La tercera es, probablemente, la que plantea un mayor dilema en el seno del Partido Popular y la que tiene más proyección estratégica. Tirados de la oreja izquierda por Vox, las posiciones de los populares no pueden moderarse ni rebajar el tono. Sin embargo, saben, como el propio Núñez Feijoo declaró recientemente en esta entrevista en El Mundo, que los acuerdos con Vox que salieron de las municipales y autonómicas del 28M les penalizaron el 23J hasta el punto de arrebatarles un gobierno que daban por hecho. Ni contigo ni sin ti. El PP convoca una movilización para liderar el frente antisanchista (de la supuesta e hipotética amnistía aún no se conoce nada), y cuando Vox se apunta, echan marcha atrás.
No es fácil resolver el dilema para los conservadores, pero no les queda otra. La fuerza de los hechos pone de manifiesto que pactan con la ultraderecha allá donde es necesario, sin excepción. El discurso, sin embargo, parece querer disimularlo y esconde una realidad que salta a la vista. Quienes pensaron que les favorecía dilatar más de un mes la previsible sesión de investidura fallida olvidaban que ninguna estrategia es capaz de contemplar todas las contingencias. Ni mucho menos, las propias.
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