Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
El viejo debate entre ricos y pobres
Lo advirtió Rajoy en el Foro de La Toja, ese espacio de debate anual cuya foto oficial se olvidó de la mitad del talento de la humanidad, el de las mujeres. Lo advertía con una mezcla de apatía y aburrimiento: “Resucitar el debate ricos-pobres es muy peligroso”. Como si el debate alguna vez hubiera dejado de existir. El que mejor lo expresó fue el multimillonario Warren Buffet hace una década, cuando sentenció: “Existe una guerra de clases y la estamos ganando nosotros (los ricos)”. Y es que no hace falta ser un ortodoxo marxista para advertir cómo la distribución de recursos es el eje sobre el que se construyen las sociedades.
Durante años ha ayudado notablemente a esconder este debate el polémico concepto de “clase media”, cuya definición no acaba de alcanzar un consenso claro. En algunas ocasiones esta noción de clase media, en cuanto estabilizadora de las democracias occidentales, ha dificultado que se pudieran abordar con claridad los problemas de desigualdad y distribución de recursos. En cierta medida, ese es el pacto social: los que más tienen aceptaban contribuir al común a cambio de paz social. Y no le has ido nada mal a la vista de los números.
Para los economistas, la clase media es una cuestión de renta y sitúan en ella a aquellos cuyos ingresos alcanzan entre el 75% y el 200% de la mediana de la renta nacional. En España esto equivale a ingresos entre 12.000 y 32.000 euros. Con horquillas tan amplias cabe mucha variedad, así que se optó por segmentar entre clase media-baja, media-media y media-alta. Para la sociología la idea de clase media incorpora también lo referente a un modo de vida ligado al consumo, el conocimiento, la estabilidad y la idea de progreso.
Cosa distinta es la percepción. Los estudios del CIS llevan años mostrando cómo más de la mitad de la población se sitúa entre la clase “media-media”, entrando a operar de formar clara el sesgo de percepción. Todos pensamos que los otros son como nosotros, y nadie quiere destacar ni por encima ni por debajo. Sin embargo, las diferencias son notables, y la desigualdad en España no ha dejado de crecer desde la crisis de 2008. ¿De verdad somos todos clase media?
Esta idea balsámica de la clase media es uno de los elementos que dificulta el debate fiscal y lo vuelve, si cabe, más peligroso; sobre todo si se aborda de forma parcial e interesada en periodo preelectoral. Hace unos días Kiko Llaneras recordaba unos datos que habrán sorprendido: si cobras más de 20.500 euros anuales estás en la mitad más rica de España. Si la cuantía asciende a 44.000, subes al 10% con más ingresos.
Todos pensamos que los otros son como nosotros, y nadie quiere destacar ni por encima ni por debajo. Sin embargo, las diferencias son notables, y la desigualdad en España no ha dejado de crecer desde la crisis de 2008. ¿De verdad somos todos clase media?
Estas cifras no deberían olvidarse a la hora de valorar las reformas fiscales planteadas por el Gobierno. Por ejemplo, las rebajas del IRPF a los contribuyentes de ingresos hasta 21.000 euros afectarán a entre 4 y 5 millones de trabajadores. Es decir, se huye de medidas generalizadas para focalizar las ventajas en torno a las clases medias y trabajadoras, tomando como referencia el salario mediano que ronda los 21.000 euros. Para compensar esta pérdida de ingresos, se crea un Impuesto de solidaridad a las grandes fortunas, entendiendo por tales aquellas a partir de 3 millones de euros, durante los años 2023 y 2024, que afectará a unas 23.000 personas.
Las medidas planteadas, ya conocidas, deben valorarse en su conjunto. Independientemente del juicio que merezca cada una de ellas y el paquete en su totalidad, esta reforma, frente a la bonificación del 100% del impuesto de patrimonio que planteaba el presidente andaluz Moreno Bonilla u otras iniciativas similares en el carrusel de rebajas fiscales que hemos vivido la última semana, son una prueba clara de que, en efecto, pese a que a Rajoy le disguste, vuelve el viejo debate entre ricos y pobres.
En realidad nunca se fue. Y en una sociedad democrática sería un sinsentido que lo hiciera. Por eso no tiene razón de ser plantear la política fiscal como si de un asunto técnico de economistas incomprensibles se tratara. Este ha sido y seguirá siendo uno de los mayores debates ideológicos. ¿Llegará el día en que los ricos entiendan que el pacto social alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial, que consistía en el pago de impuestos progresivos a cambio de que la sociedad no cuestionara sus privilegios y garantizara la paz social, ha sido un buen negocio también para ellos? Si no, que prueben a vivir en sociedades más desiguales como Sudáfrica, Surinam o Namibia, que ocupan los primeros puestos en los rankings de desigualdad. ¿A que no les renta?
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