Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
Illa, illa, illa… Pero cuando nos despertamos, no había un dinosaurio sino dos y medio
Respeto, corrección, cultura, educación… Son algunas de las palabras que se le escucharon en la noche del domingo a Salvador Illa, el brillante ganador de las elecciones celebradas en Cataluña, durante su primera comparecencia tras la victoria lograda, la primera del PSC en la historia de nuestra segunda democracia y, en consecuencia, un triunfo histórico. Las lecturas de ese resultado son tan evidentes que se repiten de artículo en artículo y opinión en opinión: el independentismo ha agotado incluso a sus partidarios y la presión a la que lleva años sometiendo a la sociedad que ha sufrido las consecuencias de su reto al Estado ya resulta insoportable. El presidente Pedro Sánchez y su modelo de gestión del evidente conflicto que padece la autonomía, especialmente a raíz del procés, es indiscutible y deja en muy mal lugar a quienes le acusaban de fomentar la ruptura del país. La gente no quiere que le sigan contando la misma historia, sino pasar página. Y todo ello, alimentado por la duda razonable que hay sobre Junts y su líder, una formación cuyos bandazos ideológicos provocan la sospecha, aunque sigue siendo el partido nacionalista que menos castigo padece, comparado con ERC y dejando claro lo complejo que es el tablero político de la región: hartos del independentismo, las y los votantes castigan al mismo tiempo a los republicanos por alejarse de él. La ultraderecha sigue ahí, y cuando nos despertamos ya no había un dinosaurio, sino dos y medio. Y, finalmente, el reparto de los escaños deja a los dos bloques en una situación de equilibrio difícil de manejar y resulta evidente que complicará, pese a todo, la formación de un Govern y va a exigir mucho tino en las negociaciones entre las partes, hasta el punto que nadie pueda descartar, en estos momentos, una posible repetición electoral.
El triunfo de Illa, un hombre siempre correcto al que se le ve el licenciado en Filosofía que es y cuyo estilo no se sale nunca de la moderación y el discurso calmado, es también el de las buenas maneras, algo esperanzador en el panorama actual
Pero al margen de todas esas circunstancias, el triunfo de Illa, un hombre siempre correcto al que se le ve el licenciado en Filosofía que es y cuyo estilo no se sale nunca de la moderación y el discurso calmado, es también el de las buenas maneras, algo esperanzador en el panorama actual, donde las salidas de tono, la grosería, el insulto y el desprecio por el adversario son monedas de uso común y han contagiado con su ola de veneno dialéctico a muchas personas, que repiten allí donde pueden, ya sea en el mundo real o en el limbo de las redes, el modelo que se les sirve en bandeja. Ya en su etapa como ministro de Sanidad demostró un temple y unas buenas maneras admirables, en el peor escenario posible, durante la terrorífica pandemia de coronavirus que asoló nuestro país y el mundo. Aunque la procesión le iría por dentro, su figura, siempre tranquila y hasta con un rasgo de frialdad, creo que contribuyó a serenar los ánimos, dentro de lo posible en aquellas circunstancias. Era un pacificador.
La política también puede hacerse de ese modo, sin gritos, sin descalificaciones, con argumentos que se pueden o no compartir, sin perder la pasión que requiere ejercerla y transmitirla, pero siendo capaces de guardar las formas y no tratando al rival como a un enemigo. En ese campo de batalla en el que se ha convertido lo que debería ser un terreno propicio al debate de ideas y una confrontación de distintos proyectos, la aparición de personas como Salvador Illa es una buena noticia. Otra cosa será lo que pueda o le dejen hacer, pero ojalá su talante sirviera de ejemplo a tanta y tanto personaje vociferante, tanta arenga apocalíptica, tanta brocha gorda y tanto comentario deslenguado. Cosas más raras se han visto.
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