Normalizar la beneficencia Gutmaro Gómez Bravo
Sánchez o España
¿Qué es un país? ¿Es algo que pueda tener dueño? En caso afirmativo, ¿a quién o quiénes pertenece el nuestro y por qué: es una herencia, una conquista, lo han comprado? ¿Para amar España hay que ser de derechas y por eso la nuestra es una bandera ideológica? Me vuelvo a hacer todas esas preguntas cuando oigo ese lema electoral del Partido Popular que dice “Sánchez o España” y que tiene un aroma oscuro, recuerda demasiado a la división que hacían los golpistas de 1936 entre “nacionales” y “anti-españoles”, porque con ella justificaban la necesidad de una “cruzada”, que fue el término que el escritor José María Pemán creó para definir aquel alzamiento militar con cruces y pistolas y disfrazarlo de reconquista patriótica. El abyecto Funeralísimo se rió durante treinta y ocho años de esos intelectuales a los que despreciaba y de los soldados por lo civil que con sus camisas azules y su retórica barata le habían vestido de emperador sin corona de la media España que no había sido asesinada o estaba en el exilio.
Desde los lugares a los que habían huido y desde los que no podían regresar porque los hubieran fusilado nada más cruzar la frontera, escritores como Rafael Alberti cantaban en sus versos a la patria perdida que tanto querían. Pero el autor de Sobre los ángeles era republicano, un comunista y, por lo tanto, un ejemplo de libro de la anti-España. Como Antonio Machado, como Miguel Hernández, como María Teresa León… Volver a esa división de las y los ciudadanos entre quienes tienen derecho a su país y los que no, es una muestra de cómo la política se ha encanallado y de hasta qué punto blanquear a la ultraderecha porque vas a tener que gobernar con ella o quedarte en la oposición resulta muy peligroso. El nuevo líder de la formación de la calle de Génova ha demostrado que, efectivamente, está al frente de una derechita cobarde, como la describen sus socios, y es incapaz de hacerle frente, ni a la de fuera ni a la de dentro. El centro puede esperar, se llamaría la película.
Los argumentos que les sirven para justificar la atrocidad del “Sánchez o España” son los de siempre, el terrorismo que ya no existe, el independentismo que no sucederá, los pactos que denuncian cuando ellos mismos los hicieron en el pasado, los acaban de hacer apoyando una iniciativa de Bildu y votando de su mano en el parlamento vasco, y los volverán a hacer en el futuro en cuanto los necesiten para que les salgan las cuentas. La historia se repite y ellos también se ríen de quienes propagan sus eslóganes y les hacen de palmeros, cuando son los mismos a quienes van a dejar en la cuneta en cuanto entren en La Moncloa: tú vótame, que yo te botaré.
Volver a esa división de las y los ciudadanos entre quienes tienen derecho a su país y los que no, es una muestra de cómo la política se ha encanallado
España no es de nadie, porque es de todas y todos, se la puede querer desde la derecha y desde la izquierda, pero yo siempre sospecho de quienes se la atribuyen, la consideran su finca: la bandera no tiene nada de malo, lo peligroso son algunos abanderados que, en realidad, no la llevan: trepan por ella. Con toda la humildad, déjenme que comparta con ustedes un poema del libro que acabo de publicar, Paradero desconocido, que demuestra dos cosas: que yo no soy ni Antonio Machado, ni Miguel Hernández, ni Alberti, pero que desde mi forma de pensar se puede querer, y mucho, a este país lleno de gentes y cosas maravillosas.
PAÍS
En mi hermoso país hay treinta y cuatro ríos,
tres mares y un océano,
más de ocho mil ciudades
y menos de cincuenta millones de personas;
se hablan seis idiomas y hay cinco fronteras,
once islas, trescientos días de sol al año
y casi la mitad
de sus quinientos mil kilómetros cuadrados
la ocupan las montañas.
Mi país lo visitan en un año normal
alrededor de cien millones de extranjeros
y muy pocos se marchan sin ganas de volver.
A otros paraísos
sólo puedes llegar siguiendo a la serpiente;
al nuestro,
basta un vuelo
de línea regular.
En mi país hay gente de derechas e izquierdas,
que, por lo general,
como dice Machado,
es, en el buen sentido de la palabra, buena
y cuatro indeseables que nos roban,
que se lo quitan todo a las que no lo tienen,
los que oyen en las puertas que les cierran
batir las alas de un dragón
y saben
que en una sola lágrima cabe una tempestad.
No siempre los que ondean las banderas
son los mismos que lloran si arden nuestros bosques,
sufren al ver las casas que derribó un volcán
o, en los años de plomo,
sentían que las balas que mataban a otros,
a ellos
les partían
en dos
el corazón.
En mi país no hay grandes yacimientos de gas
ni pozos de petróleo, ni minas de diamantes…
pero el oro
crece en los olivos,
y las obras de arte hierven en las cocinas.
Lorca inventó la luna, Cervantes las novelas,
Velázquez el azul y Goya el miedo.
Sé que también nos sigue esa leyenda negra
que dice que aquí mandan la pereza y la envidia,
que vivimos al borde de otra guerra civil…
Pero lo que yo veo
es a mujeres y hombres
que se ganan
con sus manos el pan
y no sueltan la tuya cuando vas a caer.
Mi hermoso país se llama España
y es la capital de la alegría.
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