Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Romper la impunidad patriarcal: Íñigo Errejón no será el último
Íñigo Errejón dimite entre acusaciones de violencia sexual y machista. Después del impacto inicial de la noticia, nos toca hacernos preguntas. Muchas. Y es importante que nos hagamos las preguntas correctas. Vamos a lanzar un par de ellas.
La primera: si tanta gente lo sabía o lo sospechaba, ¿por qué no ha estallado hasta ahora? ¿Por qué hasta que la periodista Cristina Fallarás no comparte una denuncia anónima y las redes identifican al agresor no hemos oído nada?.
“¿Deberíamos fiarnos de un testimonio anónimo?”, se han estado preguntando algunos. Y se hacen la pregunta equivocada. Lo que deberíamos estar preguntándonos es por qué las mujeres sienten que la denuncia anónima es su única vía existente para denunciar que han sido víctimas de violencia machista o sexual. Por qué de las primeras 19 mujeres asesinadas por violencia de género en 2024, solo tres de ellas había denunciado previamente. Por qué creen (con razón) que serán revictimizadas, que se las pondrá en duda, que sufrirán un juicio social. Lo pone en palabras la cuenta del bufete Olympe Abogados: “Si no denunciamos, no somos creíbles porque no hemos ido al juzgado. Si denunciamos y ganamos, es que algo buscamos. Si denunciamos y no nos creen, es que era una denuncia falsa”. Por supuesto que muchas mujeres sienten que no hay forma de ganar.
No solo eso. Sienten que no hay forma de ganar porque ya han visto una y otra vez cómo otras mujeres perdían: cómo eran acosadas, se las insultaba por hablar, cómo se ponía en duda su credibilidad. En redes sociales ha reflotado estos días el testimonio de una presunta víctima de Íñigo Errejón. Había denunciado públicamente su experiencia con el ya expolítico hace más de un año. No solo eso, sino que se señala a una actual diputada de Más Madrid, anteriormente jefa de gabinete del exportavoz de Sumar, de actuar para evitar que esta persona denunciase lo ocurrido. Si todo esto estaba pasando ante los ojos de los propios usuarios de redes sociales, ¿por qué los periodistas no se interesaron por el caso? ¿Por qué los compañeros de partido del susodicho no comenzaron antes la investigación, si esto confirmaría que ya eran conscientes?
Por otra parte, estoy muy de acuerdo con lo que menciona la comunicadora Marina Lobo en sus redes: no todos los silencios son iguales. Existen silencios de apoyo, silencios que dicen: “Estaré a tu lado cuando decidas dar el paso y denunciar, para que no estés sola”. Y hay silencios que gritan: “Si cae este, caigo yo también. Caemos todos”. Porque Íñigo Errejón no es el único.
Si todo esto estaba pasando ante los ojos de los propios usuarios de redes sociales, ¿por qué los periodistas no se interesaron por el caso? ¿Por qué los compañeros de partido del susodicho no comenzaron antes la investigación, si esto confirmaría que ya eran conscientes?
Y los hombres tenemos mucho, mucho que reflexionar sobre esto. Porque más que probablemente estos días veremos a hombres que han tenido (o tienen) comportamientos similares a Errejón diciendo: “Qué vergüenza, qué pena más grande, hay que ver, ¿cómo se puede tratar así a una mujer? Eso ni es un hombre de verdad ni es nada”. Lo que ahora mismo nos toca a los hombres no es hacer como que la cosa no va con nosotros. Ahora lo que nos toca es romper el pacto de silencio que siempre ha protegido a quienes agredían.
No podemos caer en pensar que lo de Íñigo Errejón es un caso aislado. Esta rabia, este clamor social y este movimiento tienen que servir para algo, y perdemos esa oportunidad si nos centramos en una sola persona. Porque Errejón es completamente responsable de sus actos, nada le exculpa. Pero esto no lo ha hecho él solo. Él no es un “enfermo mental”, un “psicópata”, un ser alejado y desviado de lo que debería ser “un hombre de verdad”. Si esto pasa es porque existe un sistema, porque los hombres formamos nuestra identidad y personalidad en un patriarcado que va de la mano con una cultura de la violación. Se nos educa con un objetivo primordial: alcanzar la masculinidad hegemónica, esa que se construye a base de someter a las mujeres y a las personas disidentes y que se mantiene con el compadreo entre quienes alcanzan ese estatus. Se nos enseña que la masculinidad hegemónica es lo único que nos hará dignos, que hará que nos valoren, que nos destinará al liderazgo social. Se nos enseña que las relaciones sentimentales y sexuales no van de ternura y cuidados, sino de posesión y poder. Ligamos y follamos, no para crear conexiones o para satisfacernos junto a otra persona, sino para adherir esa conquista a nuestro currículum. Los comportamientos que las víctimas denuncian de Errejón no son algo excepcional, inusual y puntual. Es la forma en la que se nos dice que debemos relacionarnos para mantener nuestra posición en la jerarquía social. Maltratar, abusar y violar son cosas que no van de deseo: van de poder.
Y aceptar y asumir todo esto siendo hombres no nos convierte automáticamente en agresores. Al contrario: nos hace encontrar el camino para evitar convertirnos en uno.
Dicen personas cercanas a Errejón que conocían rumores de que era “machista”, pero no de que fuera un agresor sexual. Sorpresa: todo machista tiene el potencial para ser un agresor. Quizá va siendo hora de que no nos callemos y denunciemos los comportamientos que pueden ser peligrosos de la gente de nuestro alrededor. Y de que exijamos una educación feminista con una representación de modelos de relación social que no caigan en lo sexista, que no glorifiquen y romanticen los celos y la posesividad, por eso de evitar seguir criando agresores en potencia. Y, por la parte de los hombres, ya va siendo hora de que se rompa el pacto patriarcal con el que se encubren unos a otros, se ríen las gracias y normalizan actos de violencia porque “también lo hace mi amigo”.
No nos quedemos en lo superficial y en lo individual. Es el momento de hacer un trabajo colectivo. Es el momento de desarmar un sistema que cría agresores con la promesa de una eterna impunidad solidificada sobre un pacto de silencio.
Los agresores machistas y los violadores no son enfermos, no son inadaptados sociales. Son padres, hermanos, tíos, amigos, compañeros de trabajo. O tu político feminista de confianza.
Es hora de romper su impunidad.
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