Normalizar la beneficencia Gutmaro Gómez Bravo
Soñar con bicicletas
La capacidad de resistencia tiene que ver menos con el optimismo que con la melancolía. Por eso conviene recordar que la melancolía más profunda no responde al pasado, sino al futuro, o, de manera más precisa, a un pasado que contaba con un futuro en su sitio. El futuro que se queda sin lugar es más melancólico que la memoria del tiempo perdido.
Siento esta poderosa capacidad de melancolía y resistencia al leer el último libro de Ángeles Mora, Soñar con bicicletas (Tusquets, 2022). Una cita de Juan Carlos Rodríguez me devuelve a finales de los 70 o primeros 80, cuando el futuro estaba en su sitio para Ángeles y para mí: “Lo que ocurre es que la vida –esa es su secreta y terrible verdad– es siempre histórica. Y toda historia tiene su principio y su fin. Sólo que jamás un final histórico ha sido dulce”.
Escribíamos entonces nuestros primeros poemas. Juan Carlos Rodríguez nos enseñó, entre Antonio Machado y Louis Althusser, que los sentimientos son también históricos, igual que las guerras y las constituciones, y que transformar la historia implica transformar los sentimientos y preguntarse por las contradicciones poco dulces que se esconden en la palabra yo. Para nosotros la democracia recién conquistada no suponía votar cada 4 años, sino transformar el significado de otras palabras como masculino, femenino o amor. El soñar con bicicletas de Ángeles no remite a una infancia feliz, sino a una sociedad en la que las chicas no podían moverse con libertad, conscientes de que se jugaban la vida al elegir sus caminos.
Bécquer afirmó “poesía eres tú”. Juan Ramón Jiménez explicó su poética pura con la imagen de una mujer que se iba quitando los ropajes hasta quedarse desnuda. Ángeles Mora cuenta en su poema “Mi vida secreta. (Las chicas)”, la historia de unas experiencias femeninas que empiezan a bajar las escaleras de la vida “en el filo de la navaja, / solas ante el peligro”. Y llega así a tomar conciencia de unos poemas que procuran “saber lo que somos, / lo que nos dejan ser”. Se trata de un tipo de soledad que, para comprenderse, necesita a lo largo del libro convertirse en un nosotras: “Porque tal vez sea otra, / porque tal vez es necesario, / en el fondo, ser todas”.
Convertirse también en un nosotros. Para los poetas que intentábamos transformar la educación íntima y la historia del yo, encontrar otra sentimentalidad, preguntarnos qué decimos al decir te quiero o decir literatura, resultó decisivo entender la mirada de compañeras poetas como Ángeles Mora y Teresa Gómez y asumir lo que podía aprenderse del feminismo. El futuro estaba por delante, en la vida privada y en el bien común de la plaza pública. Acercarse a la experiencia fue mirar el paso del tiempo no sólo en el cauce de un río heredado de los clásicos, sino en una concina mientras “el agua traspasa el colador”.
La capacidad de resistencia tiene menos que ver con el optimismo que con la melancolía y el recuerdo de un tiempo en el que nuestra identidad se hizo inseparable de unas convicciones y de un futuro que estaba donde debía estar
40 años después es inevitable que lea Soñar con bicicletas asaltado por la melancolía. Ángeles y yo nos casamos con personas que fumaban más de la cuenta. Nos casamos con sueños de carne y hueso que durante un tiempo nos parecían al alcance de la mano. John Lennon recordaba que era normal ser propensos a la política y que “la guerra se acaba (si tú quieres)”. El futuro estaba en su sitio cuando se podía creer en la paz, en una Europa libre de imperialismos y defensora de los derechos humanos, en la realidad no falsificada de la historia y de los cuerpos, en el respeto a la dignidad de las mujeres y en una democracia donde la libertad fuese compatible con la igualdad y la fraternidad. Por otra parte, ahora, al hacer la cama descubrimos en la sábana una vieja quemadura, ahí sigue, y una pregunta imposible anida en los labios: “¿dónde me esperas?”. Es cierto, jamás un final histórico ha sido dulce.
Son ganas de preguntarnos. Pero es que la capacidad de resistencia tiene menos que ver con el optimismo que con la melancolía y el recuerdo de un tiempo en el que nuestra identidad se hizo inseparable de unas convicciones y de un futuro que estaba donde debía estar. Con muchos años cumplidos, no hace falta ser optimistas para resistir. Uno no puede ocultar su edad, ni renunciar a sus convicciones. Siempre, siempre el amor y la poesía. Ángel González me enseñó que hace falta aprender a perder para no darse por vencido. O como escribe Ángeles: cuando florece el corazón y descubres que ya eres otro, vuelves más que nunca a ser tú mismo.
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