Nuevas entidades por encima de nuestras posibilidades
La resiliencia es la capacidad de un sistema, ya sea una persona, un bosque, una ciudad, un litoral, una economía o el planeta Tierra en su conjunto, para hacer frente al cambio, a las adversidades y continuar desarrollándose y funcionar. Los seres humanos y la naturaleza estamos acoplados, formamos parte de un mismo ecosistema. El problema surge de la sensación prevaleciente de desconexión con la naturaleza y del olvido permanente de que humanos y naturaleza interactuamos y nos impactamos mutuamente. Esos impactos provocan nuevos procesos en los ecosistemas, como el aumento de la temperatura media, o la desaparición de las abejas, cuyos efectos son desconocidos e impredecibles (por nuevos), y en muchos casos, irreversibles.
Las sociedades a lo largo de la historia hemos conseguido modificar el planeta para satisfacer las necesidades, demandas y preferencias de una población creciente. Pero dicho logro –cómo lo hemos conseguido– está resultando ser insostenible porque muchas de esas modificaciones a las que hemos sometido al planeta han hecho que se rompan las costuras, que se hayan superado ciertos límites.
El Centro de Resiliencia de Estocolmo desarrolló en 2009 el concepto de los límites planetarios a partir de la identificación de nueve procesos clave para la estabilidad de la Tierra. Procesos que se han visto modificados desde el inicio del Antropoceno, esa hipotética época geológica cuya inauguración se situaría hace casi 200 años, el inicio de la I Revolución Industrial, esa fecha en torno a 1850 contra la que hoy comparamos, por ejemplo, la cantidad de CO2 acumulada en la atmósfera o la temperatura media del planeta. Han identificado también los umbrales a partir de los cuales dicha estabilidad no está garantizada y con ella, la habitabilidad de la Tierra.
Hace exactamente dos años, científicos concluyeron en la revista Environmental Science and Technology que el límite planetario asociado a las nuevas entidades, que hasta entonces no habían sido capaces de dimensionar, ya lo hemos superado
Son nueve, a pesar de que, a menudo, pareciera que solo existe uno, el cambio climático. De los nueve, ya hemos superado seis, que junto al cambio climático son la integridad de la biosfera –ecosistemas saludables que proveen de aire limpio, suelos fértiles, agua dulce, mecanismos naturales de polinización de los cultivos, flora y fauna y muchas otras–; el cambio en los usos del suelo –la transformación de bosques, pastizales, humedales, tundras y otros principalmente en tierras para su uso en actividades agrícolas y ganaderas–; los flujos bioquímicos –los ciclos del fósforo y el nitrógeno, elementos esenciales para el crecimiento de las plantas, pero cuyo uso excesivo en forma de fertilizantes nos sitúa en zona de riesgo–; el agua dulce y el ciclo del agua; y el que da título a esta tribuna: las nuevas entidades.
El concepto de nuevas entidades engloba elementos físicos inertes y vivos, artificiales, también procesos, sustancias y tecnologías que, al ser de origen humano, son todos y todas nuevas. Son cientos de miles de entidades, productos químicos sintéticos, pero no solo, como los materiales radiactivos; los microplásticos y nanoplásticos; las especies invasoras; la edición genética; la inteligencia artificial... Para estas nuevas entidades, por el hecho de ser nuevas, no contamos con un precedente biofísico, con una evaluación de su impacto en escalas de tiempo suficientemente extensas porque la línea de base de la que disponemos es muy reciente, o inexistente (directamente, no hay medición).
Hace exactamente dos años, científicos concluyeron en la revista Environmental Science and Technology que el límite planetario asociado a las nuevas entidades, que hasta entonces no habían sido capaces de dimensionar, ya lo hemos superado, encontrándonos en zona de riesgo, fuera de la zona de seguridad.
Al igual que la humanidad ha sido capaz de progresar gracias a las innovaciones de todo tipo que han supuesto enormes cotas de bienestar y numerosos riesgos para nuestra supervivencia futura, tenemos ahora la oportunidad de resetear nuestras formas y modos de hacer las cosas y procurar regresar a zona segura.
Fuimos capaces de hacerlo en los años 90 del siglo pasado cuando nos propusimos globalmente retornar a la zona de seguridad tras acercarnos peligrosamente al límite planetario número siete vinculado con la capa de ozono estratosférico. Lo hicimos poniéndonos de acuerdo en la prohibición en 1989 (vía Tratado Internacional, el de Montreal, todo un éxito) de los clorofluorocarbonos (CFC), sustancias químicas que estaban provocando un enorme agujero que para 2075 estará, gracias a esa decisión adoptada casi cien años antes, de nuevo cerrado.
Me falta mencionar los únicos dos límites que aún no hemos superado y que deberíamos esforzarnos por no superar: la carga de aerosoles y la acidificación de los océanos.
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Verónica López Sabater es consultora de Afi.
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