Antonio Chaves (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1951) pegó tiros en la Barcelona de Puig Antich, organizó un encuentro entre Tejero y Suárez la noche del 23-F y se fue de fiesta con los Rolling cuando tocaron en Madrid en 1982. Militante antrifranquista, sindicalista y socialista de carnet, de ujier pasó a ser jefe de mantenimiento del Congreso de los Diputados, donde ha trabajado 42 años. Es un histórico de la carrera de San Jerónimo al que todo el mundo aprecia y respeta. Ahora se jubila y le pedimos una entrevista en la que resuma una trayectoria de película. La cita es en el hotel Palace, donde Chaves ha vivido algunas de las noches más importantes de la historia reciente de España. Acude elegante aunque ya sin corbata y trae consigo una vieja cartera de piel desgastada que Zapatero dejó para tirar en su despacho tras su salida como presidente y que él rescató para la colección de objetos de su propia vida.

¿Tenía ganas de jubilarse?

Un poco sí porque el Congreso no es lo que era. He estado aquí 42 años y he conocido a políticos apasionantes de todos los bandos. Ahora mismo, sinceramente y pidiendo disculpas, el nivel que hay no es el de antes. Pero bueno, los años también me pesan.

La pandemia le dejó tocado.

Lo pasé mal. Me contagié y me dio fuerte. 

¿Se contagió trabajando?

Sí, estuve una semana mano a mano con los diputados de Vox para prepararles sus despachos y fue cuando Ortega-Smith vino contagiado de Italia. Estuve mal casi dos meses. Y además murió un familiar mío directo, también algún amigo...Fue muy duro, después de todo eso, llegar al Congreso y ver lo que pasaba.

¿A qué se refiere?

Que no fueran capaces de ponerse de acuerdo en 4 ó 5 puntos elementales...No sé, si esas ruedas de prensa que se hacían entonces para criticarse mutuamente las hubiesen hecho un día juntos...Imagino a veces que en el peor momento hubieran salido juntos Sánchez, Casado, Iglesias, Abascal y Arrimadas dirigiéndose a los ciudadanos para dar cuatro órdenes claras sobre lo que había que hacer. Para decir que todos estábamos juntos en esto. 

Si ante una pandemia la clase política no se ha puesto de acuerdo, ¿cuándo puñetas va a ser posible?

Es usted un romántico.

Si ante una situación así la clase política no ha sido capaz de ponerse de acuerdo, ¿cuándo puñetas se va a poner de acuerdo? ¿Qué tiene que pasar en este país? No sé, será que estoy contaminado por mi pasado en muchas cosas. Ten en cuenta que yo he atracado gasolineras o bancos con Salvador Puig Antich por el interés general. 

¿Por el interés general?

Por supuesto, para la gente que no tenía nada. No nos quedábamos ni con un duro. Eso me marcó para toda la vida y tengo mi forma de ver las cosas.

¿Cómo conoció a Puig Antich?

Me fui a vivir a Barcelona porque necesitaba salir del pueblo. Tenía allí viviendo a mi tío Patricio, que también se fue del pueblo después de vivir emparedado por miedo a que lo mataran. 

¿Por rojo?

Sí. Pero un día no podía más y salió de la pared y se entregó. Como no había hecho nada lo soltaron y se fue a Barcelona. Conocí a Puig Antich después de una manifestación en la que la Policía nos hartó de palos. Era una protesta por la muerte de Ruano, el militante antrifranquista que se tiró o que tiraron por un balcón. Yo estaba hecho una mierda y vi a dos chavales sentados en un bar que me hacían señas para que me acercara. Eran Salvador Puig Antich y Oriol Solé. 

¿Acabó muy implicado en aquello? 

Tenía 18 años, fue una etapa muy difícil. Estaba un poco perdido porque acababa de llegar del pueblo. Salvador me acogió como a un niño, como a un hijo. Y empecé a hacer cosas. 

¿Qué cosas? 

Al principio, repartir panfletos. Luego me pidieron más. 

¿Como cuáles?

Un día me pidieron tirarle un cóctel molotov a una patrulla de los grises. Estaba tan nervioso que lo tiré sin meterle fuego. 

¿Le dieron armas?

Sí. 

¿Cómo recuerda el primer día que tuvo en la mano una pistola?

La primera que me dieron me la trajo un anarquista de Francia, un tío de la CNT. Un 7.75.

¿Le pidieron disparar contra alguien?

No, era para protegerme. Al poco tiempo me dieron otra. Esa ya me la dio Salvador. La cosa fue a más. Empecé a llevar una doble vida, porque engañaba a mi familia y le ocultaba que estaba en eso. Y fue una locura, la verdad. 

¿Pero alguna vez disparó la pistola?

Sí, claro. 

¿Ha matado a alguien?

Yo creo que no, pero no lo sé. 

¿Cómo que no lo sabe?

A veces tuvimos algún encuentro con la Policía…

¿De tiroteo cruzado o cómo?

Sí, sí. De ir con el coche conduciendo y que empiecen a dispararnos y tú pues empiezas a pegar tiros. Una de las primeras veces me meé encima. 

¿Cómo acabó aquello?

Un día estaba en un concierto de jazz en el que tocaba mi tío. Vino Salvador y me dijo: “Te tienes que ir a la mili”. Yo no lo entendí, porque ya estaba muy metido en eso. Pero ellos tenían información de que iban a por mí y que me podían pillar en breve. Ya me habían detenido un par de veces y me habían dado palizas delante de un cura. También me dió un par de hostias una vez Billy el niño. Salvador me pidió que me presentase voluntario a hacer la mili fuera de la península para desaparecer y ponerme a salvo. 

¿Cómo era Salvador Puig Antich?

Pues alguien tan convencido de lo que hacía que nos convencía de todo a los demás. No te atrevías a decirle que no a nada. A mí me convenció de que podíamos cambiar el mundo. 

¿Cómo vivió su muerte?

Muy mal, porque no salió nadie a la calle. Yo cuando veo ahora a los CDR y todo este rollo...Ahora es muy fácil. ¿Por qué no salió nadie a la calle cuando mataron a Salvador? ¡No hubo manifestación de nadie! Ahora salen allí y dicen no sé qué de presos políticos. Entonces los presos políticos eran de verdad.

Lleva mal lo del independentismo. 

No es que lo lleve mal, pero escuchar algunas cosas...Hubo una generación que cuando nadie salía a la calle se jugaba el tipo en la clandestinidad. Y no nos reuníamos por la independencia. Nunca escuché hablar de independencia a ningún grupo catalán político de entonces. En las reuniones se hablaba de libertad, de conseguir la democracia. De lo único que queríamos independizarnos era de la dictadura. No sé, para mí la muerte de Salvador fue muy dura en todos los sentidos. 

¿Lo de ser tan rojo le viene de familia?

Sí, mi familia era roja. Además de mi tío Patricio, el que se emparedó, mi abuelo estuvo condenado a muerte por Franco. Tenía un negocio para llevar y traer en coche a gente de los pueblos y uno que se lo quería quitar lo denunció por trabajar para la República. Estuvo en la cárcel de Alicante y un día le pidieron que, como era conductor, llevase un camión lleno de rojos a los que iban a matar hasta un descampado. Se echó encima un barreño de agua hirviendo para achicharrarse las piernas y no tener que hacerlo. 

¿Cómo llega al Congreso?

Después de la mili me vengo a vivir a Madrid y consigo un trabajo en Ferrovial, pero me echan por meterme en líos sindicales. Empiezo a vender baterías de cocina y libros por las casas, porque me casé y tenía hijos pequeños y necesitaba sobrevivir. Ahí conocí a Gregorio Peces Barba y me afilié al PSOE. De hecho metí a mi mujer a trabajar allí de secretaria personal de Alfonso Guerra. 

¿Cómo fue eso?

Vino un día Alfonso y me dijo que necesitaba a una persona lista e inteligente con ganas de trabajar. Yo le hablé de mi mujer pero le avisé de que ella no sabía nada de política. “Eso es lo que quiero, que no sepa nada de política”, me dijo. El caso es que me avisaron de que había oposiciones en el Congreso, me presenté y conseguí una plaza de ujier. 

Llegó casi al mismo tiempo que Tejero. 

A los pocos meses llegó Tejero, sí. 

Y le pilla en todo el meollo. 

A mí me pilla en la puerta del hemiciclo. Escuché ruido y vi que llegaban. Y empecé a gritar que venía gente con armas. 

¿Y qué hizo?

Pues intentar escaparme, como siempre. Deformación profesional. Intenté subir las escaleras para llegar al bar de los diputados y poder salir desde ahí. Pero nada. 

Le trincaron. 

Es que entró Tejero gritando, disparó y yo ya me escondí debajo de la mesa de las taquígrafas. 

En los vídeos se le ve hablando con casi todo el mundo. 

Sí, me aproveché de que llevaba el uniforme y nadie me decía nada. Empecé a dar vueltas y vi unas cosas rarísimas que no cuadraban nada con lo que aquello parecía. 

El 23F vi a un guardia civil llorando, estaban cagaos

¿Qué cosas raras? 

Vi a un Guardia Civil llorando, por ejemplo. 

¿Del susto? ¿De la emoción?

De que estaban cagaos. Y al lado de ese había otro diciendo que menudo lío en el que se habían metido. Yo vi a unos muy convencidos y a otros despistadísimos. 

¿Habló con Tejero?

Sí, porque me lo encontré en un pasillo y le dije: “Teniente coronel, hay personas mayores entre los taquígrafos y también dos chicas jóvenes…” Y él, amabilísimo, me dijo que con nosotros no iba nada, que podíamos irnos. Saqué a unas cuantas personas pero yo preferí quedarme un poco más. 

También habló con el presidente.  

Le pedí permiso a un guardia para darle tabaco al presidente y poder hablar con él. Y cuando le estoy dando fuego me dice que quiere hablar con el responsable de todo eso. Yo llevé a Tejero y a Súarez a la portería general para que hablaran.

Tiene manuscrita esa conversación.

Fue muy tenso. Suárez le ordenó, como presidente de España, “deponer su actitud”. Tejero le respondió que él ya no era presidente de nada. Cuando Tejero vio que yo me estaba enterando de todo me echó de allí y fui a hablar con Felipe González y con Peces Barba. Decidimos que yo podía ser más útil fuera y que tenía que intentar salir. 

Y pudo escapar. 

Me fui. Me encontré con la secretaria de Peces Barba y le dije: “Victoria, vente conmigo que nos vamos de aquí ahora mismo”. Me cambié, cogí mi Renault 6 y subí la rampa de la calle Zorrilla. Me sorprendió que afuera no había jaleo, no había nada. Yo me imaginaba los tanques y no había nada. Paré en la Gran Vía y llamé desde una cabina a Ferraz, a la sede del PSOE, para preguntar por mi mujer. Pensé que habían tomado las sedes de los partidos también, pero nada. Me cogió el teléfono Elena Valenciano, que trabajaba de recepcionista, y me dijo que allí no pasaba nada. 

¿Y entonces se vino para el Palace? 

Fui a ver que mis hijos estaban bien y me vine al Palace. Esto estaba lleno de periodistas. Llegó José María García para retransmitir desde un coche, había mucha gente.

¿Y qué hizo aquí?

Pues yo estaba en la puerta, no nos dejaban entrar al principio, pero vi al teniente coronel José Antonio Sáenz de Santamaría, que se puso inmediatamente al lado de la legalidad constitucional, y le dije que yo había estado dentro y que podía ayudar. 

¿Qué recuerda de Suárez?

A mí me marcó la figura de Adolfo Suárez aquella noche. Él era mi rival político porque yo era del PSOE. Pero cuando ves a un señor hacer frente a otro que tiene una pistola en la mano y que defiende la libertad y la democracia hasta las últimas consecuencias...Eso no se me olvida porque es que yo lo presencié. 

Y luego ganó Felipe. 

Esa noche la viví aquí en el Palace también. 

¿Cómo acabó celebrándose eso aquí?

Yo me llevaba bien con la gente del partido y además era amigo íntimo de Juan Antonio Casas, director comercial del Palace. Le dije que la noche electoral del PSOE se podía celebrar aquí, que estaba enfrente del Congreso y que era un sitio muy emblemático. Él no lo veía porque los dueños no querían aquí a los rojos, pero le dije que el PSOE iba a ganar las elecciones y que el hotel se iba a ver en todo el mundo. 

Y se hizo aquí. 

Suite 110, ahí fue. Trajeron unas mesas y unos teléfonos y me pasé ahí la tarde. Cuando se confirmaron los 202 escaños llegaron González y Guerra para celebrarlo desde la ventana con toda la gente que había en la plaza. Yo en la foto salgo detrás de ellos sujetándoles las chaquetas.

Gran recuerdo entonces de la habitación 110.

Pues hay otro mejor todavía. 

¿Mejor que ese?

Una fiesta con los Rolling. 

¿Perdone?

Sí, sí. De fiesta ahí con Mick Jagger. 

¿En la habitación 110?

Sí. Vinieron los Rollings a Madrid a los conciertos que dieron en el Calderón. Ellos dormían aquí y Juan Antonio me regaló entradas para ir a verles y luego nos vinimos a la fiesta. Fue increíble, la verdad. 

No se lo ha pasado usted nada mal. 

Bueno, si has estado a punto de morir varias veces saboreas más la vida. Yo he disfrutado mucho, pero también lo he pasado muy mal. 

¿Cuál ha sido su peor momento?

Cuando estaba en Barcelona. Una vez tuvimos que huir y estuvimos dos meses dando tumbos por el campo. Nos tuvimos que comer al perrito que teníamos porque no había nada que comer. 

¿Se comieron al perro?

Sí, un perrillo. Lo mataron allí los compañeros. No teníamos nada. Le pegaron un golpe al perro y no veas lo rico que estaba. 

Madre mía.

Joder, macho. ¡Lo que había! Lo calentamos en un fuego pequeño para no hacer mucho humo. Eso fue en Pals, en la provincia de Girona. 

¿Y cómo es eso de que montó un bar mientras era jefe de mantenimiento del Congreso?

Yo es que pasé una época ahí de que...Bueno, me divorcio, no sé qué hacer, salía todas las noches de copas…

No sabía qué hacer y salía de copas ¿no?

Salíamos de juerga todas las noches, siempre los mismos. Y dijimos: “¿Por qué no montamos un bar y nos tomamos las copas en el nuestro?”. 

¿Y en qué ambiente se movía entonces?

Yo salía de copas con Antonio Flores, con el Cigala, con Morente, con Caco Senante…

Tampoco salía usted con el club de amigos del Bitter Kas. 

Nos pegábamos unas juergas de la leche. Y el bar que montamos se llenaba de diputados. Ahí no había móviles, nadie grababa...Estaban relajados, éramos felices, la gente era de otra manera y la vida era diferente. Ahora hay más mala leche. 

¿Y por qué cerró la etapa de los bares?

Conocí a mi mujer de hoy en día y pensé que ella no iba a aguantar a un tío así que llegase a las tantas siempre.

Echó la persiana.

Me deshice de todo. 

Del Congreso a casa y de casa al Congreso. Formalito. 

Exactamente. 

¿Le ha dado pena pasar hoy por el Congreso y ver que este año no organiza usted la jornada de puertas abiertas por primera vez?

No es pena. Me ha dado un poco de nostalgia. Lo que quiero es que todo salga bien por mis compañeros que están ahí. Yo me he entregado a esta casa y a mi trabajo.

Cuando se ha acercado a la puerta todo el mundo le ha parado y le ha mostrado su cariño. 

Para mí es un orgullo que todo el mundo me trate con respeto, que sientan que me he comportado como un profesional, que los he tratado por igual a todos y que me he esforzado por atender siempre a todo el mundo. Y eso sin renunciar a mis ideas, que las sigo teniendo. 

¿No está echando de menos nada todavía?

No, no, del trabajo no. Sí echo de menos el ambiente, el contacto con la gente a la que le tengo cariño. Con los periodistas...Me da alegría verte a ti o a María Llapart...Han sido muchas horas y mucho tiempo juntos con frío, con calor, con todo. Formáis parte de mi vida...Los diputados también. Pero tengo una pareja maravillosa, disfruto de mis hijos, viajo, salgo, veo a gente, vivo en una zona privilegiada de Madrid. Tengo mucha suerte. Estos cabrones me llaman el anarquista rico. Y te digo una cosa, jamás me he aprovechado de mi situación. Me han ofrecido de todo: ser diputado, concejal, lo que yo quisiera. Y tenía el derecho porque me lo había ganado. Pero no quise.

¿Cuáles han sido tus días más duros en el Congreso?

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Yo he tenido que organizar aquí los actos de homenaje por los fallecimientos de Suárez, de Manolo Marín y de Rubalcaba. Los conocía a todos personalmente y fueron momentos muy tristes. Eran personas muy cercanas. También fue horrorosa la noche que me enteré que habían matado a Ernest Lluch. Me llevaba muy bien con él, venía a mi terraza. Iba conduciendo cuando lo dijeron por la radio y tuve que parar porque me vine abajo. Era un tío increíble. 

Le vamos a echar de menos, don Antonio. 

Y yo a vosotros. A mí me ha ido bien y ahora vivo en un piso bueno y como en los mejores sitios. Pero sé lo que es pasarlo mal y no me olvido de mis principios. Siempre estaré dispuesto a hacer lo que sea para ayudar a quienes más lo necesiten. Y si puedo ayudar en algo, aquí estoy. 

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