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Investidura a sangre y fuego

El ambiente irrespirable de la campaña del 28J, seguido de la disyuntiva del 23J entre Pedro Sánchez y la derecha se ha materializado con crudeza y brutalidad en el debate de investidura. Hay dos modelos, dos Españas. Hay una mayoría parlamentaria articulada por una coalición progresista apoyada por todas las demás formaciones. La transversalidad y diversidad de España frente a una derecha que ha declarado la guerra sin ceses, la oposición por demolición que va del sanchismo hasta el último socio, instalada en una hipérbole permanente que ha tocado el barro con el Help Spain lanzado a Europa por el PP. Feijóo tenía dos opciones, empezar a reconstruir su lugar desde la oposición o ir con Vox en lo político y en la calle. La derecha contra todos. Esta ha sido la elección. En lo que nos ocupa, el gobierno, se ha puesto también de manifiesto que está todo por hacer. La legislatura arranca en el kilómetro cero que debe conectar todas las piezas, todos los territorios, todas las agendas.

El discurso calmó a los suyos pero dejó escapar la oportunidad para explicar a la ciudadanía el porqué político y moral de la amnistía

Sánchez no necesitaba un discurso extenso de investidura. La travesía del 23-J hasta subirse a la tribuna, el recorrido arduo de ir sumando partido a partido. Ha estado tan expuesto que su imagen lleva implícita la victoria. 179 escaños levantados a pulso. Una mayoría en primera vuelta con más holgura que en 2019. Un tablero luminoso, en palabras de Sánchez, que ha tenido que encender escaño a escaño. El discurso calmó a los suyos pero dejó escapar la oportunidad para explicar a la ciudadanía el porqué político y moral de la amnistía. Sánchez tenía que salir de la investidura colocándose por encima del debate bronco, del golpismo contra golpismo en el que PP y Vox han instalado el debate.

La ciudadanía, votantes incluidos, están esperando argumentos de peso que rebajen el desasosiego de una amnistía instrumental. Explicar por qué la necesidad de los números se convierte en oportunidad. Ha faltado cierto reconocimiento del error, algo así como había un camino y ahora vamos a intentarlo. Poner en valor esa apuesta final por la "reconciliación y la convivencia" más allá de la fuerza de los pactos. Era el momento de dar altura a la decisión más arriesgada de la política española en los últimos años. Hay argumentos en la exposición de motivos de la ley y el parlamento era (y es) el lugar para la épica y la razón moral de la amnistía. 

Sánchez fue valiente arrancando su discurso apelando a los ciudadanos que se manifiestan en contra de la ley ejerciendo su derecho de participación y protesta. Pero faltó algo de arrojo para explicar por qué una ley inconstitucional hace cuatro meses ahora lo es. Por qué se negó tantas veces y por qué la necesidad de los siete escaños llevarán a la sociedad española a un lugar mejor.   

La puerta abierta a esa explicación, decía Sánchez, es una ley que se debatirá a la luz del debate parlamentario de las Cortes. Es cierto que quedan meses por delante para ello y es muy posible que cuanto más pasen las semanas habrá más argumentos. “Es más fácil incendiar España que construirla”, decía Yolanda Díaz. Y citó al exdiputado de los comunes Xavier Domenech en algo más relevante. “Con el acuerdo ganamos la posibilidad de que Cataluña sea, también, una solución para el conjunto de España”. No para Cataluña —que también—, sino para España. 

Con una oposición encanallada, colocada en ocasiones fuera del tablero, la legislatura de Sánchez va a necesitar discurso democrático, explicar conceptos básicos como soberanía popular, separación de poderes en todas las direcciones, razones de Estado, la convivencia de todos y no la mitad de todos. Un gobierno construido desde tantos puntos de apoyo necesita esa altura, ahondar en la razón política, ética y moral de cada paso. Teniendo claro que no habrá pactos de Estado, “no me busque”, sentenciaba Feijóo, ni diálogo posible, esa debería ser una de las lecciones del debate de investidura.

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