Pelicot, turbas y linchamientos María Eugenia Rodríguez Palop
Hombres discriminados
En una sociedad como la nuestra levantada sobre la desigualdad, los hombres son asesinados y asesinan más, se suicidan en un porcentaje mayor, mueren más en accidentes de tráfico y laborales, caen con mayor frecuencia en diferentes tipos de adicciones que arruinan sus vidas y su salud, representan el 93,7% de todas las personas que hay en prisión en el planeta, viven más la soledad no deseada, mueren antes… pero ellos se sienten discriminados y víctimas de una igualdad que “ha ido demasiado lejos”, tal y como manifiesta el 44,1% de los hombres en el estudio del CIS “Percepciones sobre igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género” (2024). Quizás entiendan que conocer esta situación que les afecta directamente es ir “demasiado lejos”, y que estaban mejor cuando ni siquiera la conocían. Pero la situación no es tan simple.
La clave es conocer qué clase de privilegios viven para que a pesar de las importantes consecuencias negativas que tiene su modelo androcéntrico para los hombres, lo prefieran para ellos y para sus hijos antes que corregir la desigualdad y todo el terrible impacto que genera sobre las mujeres y la sociedad.
Y esa es la clave, analizar la situación sobre la referencia hombres-mujeres, no sobre un contexto general y neutral.
Cuando se habla de privilegios masculinos la cuestión rápidamente se centra en beneficios de carácter material, pero si analizamos la realidad vemos que no es del todo así. De hecho, la propia encuesta del CIS recoge que el 36,1% de los hombres que participan en ella se considera de “clase social baja y pobres”, mostrando de forma clara que no son las cuestiones materiales ni económicas las que hacen defender su modelo de privilegios. También se ve que en los partidos conservadores, que buscan mantener el modelo levantado desde las posiciones androcéntricas, hay una mayor proporción de hombres que de mujeres, indicando su deseo de que el modelo continúe bajo las mismas referencias. Así, entre las personas que dicen haber votado a PP y Vox hay un 34,9% de hombres, mientras que las mujeres representan el 30,9%, cuatro puntos menos.
Todo ello y el análisis general de los datos nos indica que el principal privilegio de los hombres es “sentirse hombres”, es decir, con una superioridad sobre las mujeres basada en su condición masculina y su realidad social.
Una superioridad propia centrada en su condición que les permite sentirse dueños de una normalidad a la que quedan sometidas las mujeres en el plano personal y en el social para darle sentido y contenido a su modelo. Porque cualquier hombre, con independencia de su estatus y circunstancias, siempre tiene a una mujer a su lado sobre la cual sentirse hombre y, en consecuencia, superior y perteneciente al grupo común de los hombres. Pues su condición masculina no está definida sobre el dinero, el puesto de trabajo, sus responsabilidades o su posición de poder, sino que el hecho de ser hombre está definido sobre su superioridad respecto a las mujeres, y esa es común en cualquier circunstancia, da igual que sean ricos o pobres, de derechas o de izquierdas.
El principal privilegio de los hombres es “sentirse hombres”, es decir, con una superioridad sobre las mujeres basada en su condición masculina y su realidad social
Sobre ese elemento esencial luego se establecen jerarquías de todo tipo para ser “más hombres”, obtener más reconocimiento y beneficios materiales, y disfrutar de una mayor posición de poder, de ahí que toda su construcción social y cultural vaya dirigida a satisfacer esas “necesidades propias de los hombres”, y que dediquen tiempo y esfuerzos a mantenerla. Por eso las mujeres ocupan 6,9 horas al día en el cuidado de sus hijos e hijas, mientras que los hombres lo hacen solo durante 3,8 horas, porque necesitan tiempo para sus dinámicas de poder.
Este mundo hecho a imagen y semejanza de los hombres es el que permite que el 62% de los que participan en la encuesta esté trabajando con un contrato laboral, y que las mujeres en esa situación solo sean el 53%. Y que dentro de ese trabajo el porcentaje de hombres en puestos directivos sea del 11,3% mientras que el de mujeres se limite al 6,6%. Todo ello forma parte de los factores que llevan a que entre las personas que ganan más de 3000 € al año el 27,5% sean hombres y el 20,7% mujeres, y entre las que ganan menos de 1000 € el 5,9% sean hombres y el 11,5% mujeres.
Para muchos hombres vivir así todos los días les compensa el riesgo de sufrir algunas de las consecuencias negativas que su desigualdad crea sobre ellos, pues el privilegio no es conseguir determinados objetivos o logros, sino “ser superiores” y contar con los elementos para poder alcanzarlos, aunque el plano material no sea la condición de su superioridad.
Pero esa es la trampa. El problema no está en el resultado, sino en las circunstancias que llevan a él y a todas esas consecuencias negativas que viven; y en ellas hay mucha frustración, soledad y silencios que terminan en aislamiento y en problemas tan graves como el suicidio. Pero incluso en estas circunstancias su modelo siempre recurre a la explicación de que “la culpa es de las mujeres”. De manera que se presentan como víctimas de la desigualdad por algunas de esas consecuencias que hemos comentado (asesinatos, suicidio, accidentes, prisión…), cuando estas son producto de las dinámicas que siguen dentro del modelo androcéntrico para conseguir poder, no de limitaciones y exclusiones impuestas a los hombres; y víctimas de la igualdad por “discriminarlos” al centrar sus medidas sobre quienes sí sufren la discriminación del sistema, que son las mujeres. El argumento es tan absurdo como decir que las medidas sanitarias dirigidas a las personas enfermas discriminan a las personas sanas, cuando en realidad van dirigidas a mejorar la salud y el bienestar de toda la sociedad.
Y es que cuando la normalidad está construida sobre la desigualdad androcéntrica, cualquier cambio y transformación de la injusticia social que supone se percibe como un ataque y una discriminación a las posiciones de privilegio masculinas, cuando en realidad suponen una mejora para la convivencia de toda la sociedad, también de los hombres, y para la democracia, pues no puede haber democracia cuando la mitad de la población está sometida y excluida.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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