Un gaditano y Bukele entran en un bar
La tierra llama. Andaba de senderismo digital (una sofisticada manera de perder el tiempo) cuando el algoritmo me llevó hasta el Falla. Cádiz no es Broadway, pero hacen un teatro y lo llaman «Grande», el Alejandro Magno de los tablaos. En fin, que el miércoles coincide san Valentín con el miércoles de ceniza y los gaditanos están ocupadísimos con la chirigota. Dardazo va, chistecito viene. Solo les queda cabeza a los títeres de la Tía Norica. La monarquía, ¡zas!; ¿los políticos?, ¡cataplás!; la banca, los especuladores y los rentistas: catapúm, plis, plás.
Si el carnaval fuese tan contestatario como presume, Cádiz no sería la ciudad que es. La guasa es un pésimo instrumento revolucionario: el respetable se desfoga y, tras las carcajadas, pide (por favor) la papeleta de Teófila. Atención, atención (tilón, tolón): se hace saber, por orden del señor cura, que Dios es uno y trino, que no hay pan para tanto chorizo y menudo mangante el Borbón. Ale, continúen.
Un pueblo realmente jarto de que le sisen (lugar común de todas las comparsas) no se entretiene haciendo coplillas: monta la guillotina en la plaza mayor. Sumido en estas cavilaciones sobre el poder revolucionario del humorismo, no me di cuenta de que YouTube seguía a las suyas. Como saben, si dejas al algoritmo actuar el tiempo suficiente, acabas disfrutando de contenido indudablemente fascista. Cuando me quise dar cuenta, estaba viendo un infomercial del centro de reclusión de pandilleros que ha montado Bukele, el primer presidente al que peina una vaca a lametones.
La cosa no se queda en los 'streamers': los periódicos más reputados de medio mundo han mandado a sus cronistas para que vean lo que el amable mandatario que ha suspendido los derechos civiles de su pueblo durante veinticuatro meses quiere que enseñen
No soy un experto conocedor de la política interna salvadoreña, pero distingo la propaganda cuando la veo. Pabellones industriales donde se hacina a la gente por veintenas, celdas sobrepobladas equipadas con un par de retretes y literas de acero sin sábanas ni almohadas. El youtuber enseñaba, alardeando de su primicia, los equilibrismos que hacen los internos de ese zoológico humano: los sacan para hacer flexiones, los mueven engrilletados, les rapan la cabeza, los humillan. Los oficiales actúan con diligencia: están todos encapuchados y montan guardia en salas de acceso y registro por donde no pasa nadie. Están ahí para la foto. El arquitecto ha diseñado las instalaciones con pretensiones asépticas, como las cámaras de ejecución de los penales estadounidenses.
No me atreveré a analizar el problema de las pandillas ni a proponer soluciones desde mi silla de escritorio europea, pero me parece bastante repugnante que el personal se preste al publirreportaje con ganado humano. Hice una pequeña búsqueda y parece que el bueno de Nayib Armando ha mandado un privado a sus colegas interneteros: vengan, que nos grabamos unos tiktoks. Lamentablemente, la cosa no se queda en los streamers: los periódicos más reputados de medio mundo han mandado a sus cronistas para que vean lo que el amable mandatario que ha suspendido los derechos civiles de su pueblo durante veinticuatro meses quiere que enseñen. En uno de estos artículos, el periodista remataba la pieza contándonos lo agobiado que se sentía: «Después de un cuarto de hora empieza a invadirte la sensación de que estás violando su intimidad». Vamos, no me jodas.
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