Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Teresa Ribera, un poderoso tres en uno para desengrasar la Comisión
Ocupar la cartera de Competencia en la Comisión Europea no es sólo sinónimo de convertirse en una de las personas con más poder en Bruselas sino, en lo económico, en el mundo.
Algunos ejemplos con cifras de vértigo sirven para entenderlo. Su actual titular, la danesa Margrethe Vestager, es poco conocida para la opinión pública española, pero no así para las grandes empresas, incluidas las españolas. Vestager impuso durante su mandato una multa de 13.000 millones de euros a Apple por acogerse a un esquema fiscal ad hoc en Irlanda, un país que ya sin trampas ilegales es un pseudoparaíso fiscal permitido por todos. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de respaldar la decisión. Google acumula en este mandato en torno a 8.000 millones de euros en multas por prácticas monopolísticas.
A tareas como estas se dedicará, entre otras cosas y si nada se tuerce, Teresa Ribera desde ahora y por cinco años. Entre sus cometidos estará vigilar que las grandes compañías no abusan de su posición de mercado, que no se comportan como monopolios, que los Estados no favorecen a las corporaciones amigas o que las fusiones no expulsan del mercado a competidores más pequeños, una supervisión que tiene efectos no sólo sobre compañías de capital europeo sino que condiciona a gigantes internacionales que pretendan actuar como uno solo en suelo comunitario.
Así, Competencia es una cartera ejecutiva y una responsabilidad al alcance sólo de países y perfiles con mucho peso y prestigio. Como tal, lo habitual es que el puesto colme por sí solo las expectativas de cualquier jefe de Gobierno. Pero Ribera suma otras dos tareas: la de vicepresidenta primera; es decir, número dos del Ejecutivo comunitario y mano derecha de Von der Leyen, y, sobre todo, responsable ejecutiva de las áreas a las que ha consagrado buena parte de su vida como la transición ecológica, el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático.
Son tres responsabilidades en una y la convierten en la comisaria española de mayor peso en la historia. Comisarios de asuntos económicos ha habido varios, como Almunia o Solbes, pero sus poderes fueron sensiblemente inferiores a los que tendrá Ribera al frente de Competencia, cartera que ya ocupó también Almunia, pero sin responsabilidades de transición ecológica. Vicepresidentes también ha habido varios (el actual, Borrell, de nuevo, Almunia, Loyola de Palacio o Manuel Marín, el primer gran comisario español), pero de nuevo con menos poder global. En el caso de Borrell, su vicepresidencia ha sido casi ornamental, ya que su relación con Von der Leyen ha sido muy tirante y su condición de Alto Representante lo situaba más en el territorio del Consejo (la institución de los Gobiernos, a los que coordina en política exterior y de seguridad) o en el perímetro de su propia autonomía, donde ha sabido engrandecer el puesto con buenas dosis de liderazgo y criterio propio.
Como vicepresidenta, responsable de Competencia y de asuntos vinculados a la transición ecológica, Ribera alcanza cotas de poder inéditas para España en Bruselas
Los retos de Ribera son enormes: no sólo velar contra los excesos de grandes empresas y Gobiernos en el marco de la competencia, que a menudo dicen defender el libre mercado como si se tratase de un dogma mientras hacen trampas para adulterarlo. La pandemia o la competencia feroz de China y EEUU muestran que no sólo hace falta fortalecer el proyecto europeo y su mercado interior para que sea competitivo sino también ponerlo al servicio de lo público, que es a lo que todos, también el sector privado, recurren cuando vienen mal dadas.
En el terreno climático, Ribera tiene que liderar la ambición europea (cristalizada en el Pacto Verde Europeo o Green New Deal) en un momento en el que el asunto parece haber pasado de moda, en una Comisión Europea mucho más de derechas y mientras los negacionistas tiran de antipolítica y demagogia para cerrar los ojos ante el meteorito que se acerca a nosotros a toda velocidad.
Por último, Ribera tendrá que hacer equilibrios en un Ejecutivo donde la socialdemocracia está en minoría. También tendrá que entenderse con comisarios del norte de Europa como el liberal holandés Wopke Hoekstra, la también liberal sueca Jessika Roswall o el socialdemócrata danés (y allí la socialdemocracia tiene otros matices) Dan Jørgensen, a cargo de comisarías vinculadas de una u otra manera a su vicepresidencia. Pero, sobre todo, deberá engrasar una relación profesional y personal con la propia Ursula von der Leyen, quizás la presidenta más presidencialista de los últimos tiempos, que ha tenido frecuentes encontronazos con Borrell o con el hasta ahora comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, que acaba de dimitir antes de que expirase su mandato entre fuertes críticas al liderazgo de la alemana.
Mientras en Bruselas todos ajustan sus relojes para ponerlos en hora, es una incógnita qué hará el PP español, que este martes anunció una rueda de prensa de su portavoz, Miguel Tellado, que tuvo que ser corregido por Génova minutos después de acabar su comparecencia. ¿Cree el PP que la presidenta de la Comisión, del PP europeo y apoyada por la delegación española habría dado tanto poder a la elegida por Pedro Sánchez para permitir la colonización de las instituciones comunitarias, acabar con el Estado de Derecho, la democracia y la división de sus poderes como persigue sin descanso el sanchismo? ¿Se equivoca Von der Leyen y todos aquellos que en las cumbres internacionales del clima o los Consejos de Ministros de la UE reconocen el papel desempeñado por Ribera en los últimos años?
Más allá de los pellizcos que el PP intente dar a Ribera en la audiencia por la que cada candidato tiene que pasar en el Parlamento Europeo (y que, quien más y quien menos, podrá llegar a comprender como una mera batalla partidista de consumo doméstico), los de Feijóo deberán decidir si hacen campaña en contra en el pleno y votan en contra del conjunto de los comisarios, que es lo que cuenta (se votan en bloque, no uno a uno), buscando el boicot de la Comisión en su conjunto y, de paso, de todos los dirigentes conservadores que la integran, incluyendo a su presidenta. Algo así iría, por supuesto,en contra de los intereses de España, que con Ribera muestra no sólo que no es una excepción en Europa, como todos los días asegura la derecha patria, sino que puede y está dispuesta a liderarla.
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