Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
… Que mueve molinos
Lola era una enamorada de Cervantes y de los molinos. A Cervantes lo leyó de pe a pa y a los molinos también aprendió a leerlos, conocía cada nombre de cada viento que movía sus aspas e imitaba con gracia los diferentes sonidos que producían “los aires” al soplar…
El relato de su vida podría ser una novela fascinante: la niña manchega de una familia molinera (desde el siglo XIX), que abandonó la escuela de peseta —tenía que llevar su propia silla para sentarse— y decidió aprenderlo todo por su cuenta. Autodidacta y autosuficiente, a los quince años ayudaba a su padre en el molino y cuando terminó ese modo de vida en el campo, se puso al frente de una cuadrilla de pintores, jefa de un grupo de hombres en un oficio eminentemente masculino, en aquella España del siglo XX…
Un día, Lola se fue “a servir” a Madrid, pero como no le gustaba que las señoras le estuvieran dando timbrazos para darle órdenes, a los dos meses se largó y volvió a pintar. “Pinté hasta iglesias”, me contaba. Lola pintó mucho en todos los sentidos.
También hizo teatro como aficionada, fue actriz y directora de un grupo de mujeres. Ella, que había aprendido a leer sola, empezó por descifrar palabras sueltas: “tomate, casa”, llegó a devorar los textos de Lorca y a subirlos a las tablas. “El teatro es algo que me ha cultivado sin haber estudiado”, decía emocionada.
Lola nació en Campo de Criptana, como su amiga Sara. Ninguna de las dos necesitaría apellido para saber de quién estamos hablando porque ambas eran únicas, aunque a Sara Montiel la reconocieran en medio mundo y a Lola Madrid La Caneca, sobre todo, en La Mancha. En la ficción existió un caballero de la triste figura y por la realidad cabalgó una dama del ímpetu valiente, la convicción, el arrojo y “la mala leche” nunca la disimuló.
Ninguna de las dos necesitaría apellido para saber de quién estamos hablando porque ambas eran únicas, aunque a Sara Montiel la reconocieran en medio mundo y a Lola Madrid 'La Caneca', sobre todo, en La Mancha
A Lola se le iluminaban tanto los ojos cuando recitaba a los clásicos como cuando hablaba de los vientos: “Los más chillones son los del norte: el ábrego hondo, el ábrego alto y el cierzo. Los que muelen bien y dejan descansar al molinero son: el solano alto, el solano hondo o del mediodía y el solano fijo. Las tres ventanillas del mediodía solo mandan calor; están también el matacabras, el toledano y el moriscote, un viento del que no se fía el molinero”. Pues hay que añadir un viento más a estos doce, “el viento Lola”, el que movió Roma con Santiago para que los molinos no murieran.
El 5 de octubre la vida de Lola terminó muy cerca de ellos y, más que desearte que la tierra te sea leve, Lola, yo deseo que el viento te arrulle. Es imposible no imaginarte soplando con carácter para que no dejen de moverse las aspas que son seña de identidad de La Mancha y de tu paso por el mundo.
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