Libros
Francisco 'el camaleón' Franco
“La propaganda y la mentira han ido por encima de la educación casi siempre en este pasado reciente”. La afirmación, en boca del historiador Julián Casanova, es una de las más poderosas razones que podrían esgrimirse para recuperar la figura de ese fantasma del pasado que aún continúa pululando en el presente. Franco el camaleón, el estratega; Franco el incapaz, el cruel; Franco el mito, el hombre. A los 40 años de su muerte, ocurrida (casi) 40 años después de su toma del poder, resulta inevitable toparse con multitud de nuevas obras sobre su temperamento y sus designios. A pesar del tiempo transcurrido, de los cambios experimentados, los autores de algunas de estas novedades editoriales insisten en que aún quedan multitud de cosas por decir, mucho por desvelar, casi todo por aclarar. Sobre todo, por aprender, porque como sentencia Casanova, “la verdad es parcial, y en España hay memorias divididas, y cada uno cree que las mentiras son del otro”.
El catedrático zaragozano, estudioso de la época de la Guerra Civil y posterior franquismo, es la mano detrás de uno de estos libros que coinciden con la efeméride: Cuarenta años con Franco (Crítica). Su labor en esta publicación, además de redactar la introducción, ha sido la de coordinador: bajo su convocatoria, una serie de plumas destacadas han descargado en 30 folios por testa, sin notas a pie de página y con su credibilidad por aval, sus conocimientos sobre diferentes piezas de ese puzle que fue la dictadura española. Ángel Viñas, por ejemplo, escribe sobre los “años de gloria, años de sombra, tiempos de crisis” de principios del régimen; Mary Nash, sobre las mujeres y su subyugación en la época; Enrique Moradiellos diserta sobre “las narrativas sobre el régimen y su caudillo”, Carlos Gil Andrés, sobre los actores principales de este periodo. Y así, hasta una decena de capítulos.
“El mundo en que vivió Franco le permitió reprimir y ser fascista, salvarse después, ser desarrollista en los sesenta y morir en un momento en que España parecía que estaba preparada para la democracia”, desarrolla Casanova. “Pero en realidad, si se ve desde la otra perspectiva, para Franco nada cambió desde el 39 al 75. Porque en el 75, ante la plaza de Oriente, dijo lo mismo que había repetido desde el primer día: esto es una conspiración judeomasónica contra España y contra la esencia de España”. Esa sustancia de la españolidad según Francisco Franco contiene las notas triples del Ejército, la Falange y la Iglesia, la misma que a día de hoy decide, por ejemplo, borrar las huellas del islam en la Mezquita (Catedral) de Córdoba escamoteándole el nombre; una (ausencia de) tradición histórica que ha venido enseñándose desde los tiempos de las escuelas franquistas, en las que “no hay nunca un cordón umbilical con el pasado del XIX plural, sino que es Reyes Católicos, Imperio, después la nada y después Franco”.
Franco, el relaciones públicas
Restablecer la visión de los hechos objetivos o, dicho de otro modo, resultar “educativo”, es la misión que Casanova se ha marcado con su libro, que también puede leerse en clave de “gran exposición”, abierta en Zaragoza hasta el 28 de juniogran exposición. No es el suyo el único intento de levantar el tupido velo de desconocimiento del que está cubierta esta época de la historia reciente y, sobre todo, su elástico y adaptable protagonista. En Franco. Biografía del mito (Alianza), el historiador Antonio Cazorla ha querido aportar en ese sentido una “visión original”, una recreación no tanto de la vida del dictador, sino más bien “de cómo se ha contado su vida”. “A mí Franco como persona me interesa muy poco, no me tomaría un café con él”, sostiene. “Lo que me interesa es saber lo que pensaban los españoles de Franco, y cómo esa imagen fue cambiando”.
El poder de persuasión de la propaganda jugó un papel fundamental a la hora de modelar a Franco como leyenda, tanto viva como muerta. Pero sin duda hubo otros factores, como el de “las expectativas populares”. “La propaganda es eficaz cuando coincide con las expectativas de los recipientes, y es contraproducente cuando choca con ellas, y la propaganda franquista cumplió una función de canalizar y de manipular las experiencias y las vivencias de los españoles: es muy fácil manipular a una sociedad traumatizada”, ilustra el autor. “La España de Franco, sobre todo en los primeros 20 años, y desde la Guerra Civil, es una sociedad muy traumatizada. Y esa misión providencial del caudillo viene a dar un sentido a la tragedia colectiva, que luego por supuesto es reforzada y canalizada por la propaganda de acuerdo con los intereses del dictador. Eso, mezclado con la censura, la represión y la falta de libertad para transmitir el conocimiento —que solo se puede hacer en el seno de la familia, porque no hay libros o prensa libre— permite que esas mentiras se propaguen y se mantengan hasta hoy en día”.
La alargada sombra del déspota gallego siguió proyectándose después de su muerte, como también empezó a formarse antes de su autoproclamado liderazgo. “Ejemplo evidente de cómo el mito se mantuvo después de Franco es la famosa estatua que se erige en Melilla en 1977”, señala Cazorla, para recordar que “muchos de los que se inventan al caudillo son periodistas de larga trayectoria en la prensa de la Restauración tardía, la dictadura de Primo de Rivera y la República. Son hombres, casi todos, que tienen experiencia en las guerras de África, donde desarrollan un lenguaje excesivo, militarista, racista, con prejuicios de clase, donde establecen vínculos personales con los militares y se benefician mutuamente. Muchos de estos periodistas van a acabar trabajando directamente para Franco en su oficina de prensa y van a transformar sus recuerdos de esas guerras africanas para acomodarlos a las necesidades del dictador emergente”.
Franco, un blanco en movimiento
Ya instalado en la poltrona, a Franco no le faltaron pretendientes. De ningún tipo, incluidos los que quisieron —y hasta pudieron— haber acabado con él. Empezando por Jordi Conill i Vall, el Camarada Bonet, personaje ligado a la CNT de quien el periodista y escritor Antoni Batista tenía planeado realizar una biografía. “Pero como los vinos de Borgoña, el libro ha evolucionado, y aunque empezó con esa idea, ha acabado con otra”. Esa nueva ruta se llama Matar a Franco (Debate), un compendio de los diferentes intentos de asesinato perpetrados contra el de Ferrol que, como explica el autor, “fueron ocultados en su día”. Las facciones que más empeño pusieron en suprimir al dictador fueron por un lado los falangistas y por el otro los anarquistas, que en una ocasión se conchabaron con ETA. “También falangistas y anarquistas casi se llegaron a aliar una vez”, agrega Batista, “porque tenían puntos divergentes pero también puntos en común”.
Recuerdos de un país a tres patas: Ejército, Falange, Iglesia
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Hasta el último atentado, cometido en 1970 en San Sebastián por el político del PNV y EA Joseba Elósegi, que “se prendió fuego y se lanzó” contra Franco (sin consecuencias para este) al grito de Gora Euskadi Askatatuta, lo que permitió al generalísimo zafar la muerte todas y cada una de las veces no fue otra cosa que su “paranoia” por la seguridad. “En los sesenta, en el campo de fútbol del Barça cabían 90.000 personas”, ilustra Batista, “y cuando Franco presidía un partido, había 6.000, entre guardias civiles, policías y falangistas, para defenderle”. Más allá de las tentativas de magnicidio, hubo muchos otros que se opusieron activa y pacíficamente al régimen de Franco, como “los socialistas o los comunistas, que se jugaban la vida en las manifestaciones, donde eran detenidos y torturados”.
Franco, el camaleón
Franco construyó una poderosa narrativa en torno a su persona, Franco aprovechó la coyuntura para apuntalar su mito, Franco forjó una España en torno al tridente Ejército-Falange-Iglesia, Franco se protegió hábilmente de sus enemigos… y a la vez, fue e hizo todo lo contrario. Pero esos son solo algunos de los colores que refracta el prismático dictador. Queda más por ver, más por revelar, más por descubrir, como seguramente se irá notando en las librerías a lo largo de este año y más según se acerque la fecha de su muerte, el 20 de noviembre. Iluminar esa época reciente es fundamental, aunque como advierte Casanova, en estos tiempos de “desafección” que siguieron al “desencanto” del final de la dictadura, “hay algunos que creen que todo es culpa de Franco y de la Transición”. “Y yo insisto mucho en que después de 40 años, los vicios actuales son nuestros, son vicios de la democracia. Siempre hay legados, pero la culpa de la corrupción no la tienen los políticos de la Transición: la tienen los políticos actuales”.