El odio y las letras

El diablo está en los detalles / Así escribo 

Leila Slimani

Cabaret Voltaire (2024)

La crueldad sacudió Francia en 2015. Siete de enero, jueves, recién pasadas las once de la mañana. Las calles, los escaparates y las casas aún no habían recogido los ornamentos navideños. Los parisinos apenas habían digerido el atracón de comidas y familia. Los Kouachi, dos hermanos franceses con sangre argelina, asesinaron a doce periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo. Mataron su humor mordaz. Vengaron unas viejas caricaturas de Mahoma, determinaron el precio de su desprecio por la vida y la inteligencia. Un amigo del par de terroristas, Amedy Coulibaly, también francés, originario de Mali, mató a un policía en la calle, el viernes, y a cuatro judíos en una tienda, el sábado. Militares y gendarmes eliminaron a los tres fanáticos islamistas esos mismos días.

Un suplemento sobre libros sugirió a Leila Slimani penetrar en la cabeza de esos terroristas y relatar como si fuera uno de ellos. "Me documenté, escribí algunas líneas. Y renuncié… Me era imposible". Lo reflejó en Un ejército de plumas, apenas dos semanas después de la matanza de Charlie Hebdo. La escritora francomarroquí no pudo adentrar su mente en la demencia de quienes asesinaron en nombre de un dios inventado. Impenetrable el alma de los desalmados. Obstruyó uno de los regatos de su escritura: "me inspiro en mis pesadillas, en mis miedos más atávicos… Si no se siente el miedo, no veo el interés a escribir". Tampoco contribuyó a que la imaginación de Slimani sucumbiera a la acrobacia propuesta la publicación de Sumisión, de Michel Houellebecq. Esta novela distópica sobre una victoria islamista en unas elecciones presidenciales de Francia llegó a las librerías el mismo día de la masacre en la revista satírica. La escritora criticó "la falsa posición de neutralidad" de su controvertido colega. Slimani, calificada por los radicales como "una magrebí vendida a Occidente y una infiel", repudia la indiferencia. Las palabras impresas implican compromiso porque repercuten. "Modifican en esencia la percepción que tenemos" del mundo. "La literatura es hoy más necesaria que nunca". Arma pacífica, inaccesible para sesenta millones de "iletrados" en el mundo árabe, necesitado de la tinta de un ejército de plumas. Levantar los ojos.

Abrir la mirada al horror. Quedaba espacio para más espanto. Un viernes, trece de noviembre del mismo 2015, un comando integrado por nueve dogmáticos ejecutó el atentado más letal cometido nunca en la Francia europea. Sincronizados, asesinaron a ciento treinta personas. En diversos lugares: la sala de conciertos Bataclan, varios bares, y los alrededores del estadio de Saint-Denis, donde las selecciones francesa y alemana de fútbol disputaban un partido amistoso, presenciado por los presidentes de los dos países. En medio del estupor, Slimani tituló el grito de su furia: Integristas, os odio. Explicó cómo se agregan orugas a la procesionaria que defolia cerebros. Desde la bofetada de la maestra en la escuela por negar la proeza de la araña que tejió una red para proteger a Mahoma en una cueva. Sus padres, primero, castigaron a la pequeña Leila y, luego, le ordenaron silencio para crecer sin contratiempos. "Puedes pensar lo que quieras, pero no lo digas". Callar como actitud. "También de eso se muere uno: del exceso de tibieza, de componendas, de cinismo". Beligerante contra las imposiciones, la autora nacida en Rabat defiende la cultura aprendida. En su casa familiar, se hablaba francés y apenas cabía ningún dios. "Nunca he sido ni nacionalista ni religiosa". Su fe es la ira contra la creencia sin interrogantes y la sangre que derrama sin ton ni son. "Seremos nosotros, hijos de la patria, impíos, infieles, simples paseantes, adoradores de ídolos, bebedores de cerveza, libertinos, humanistas, quienes escribiremos la historia". Las palabras contra el plomo.       

Leila Slimani y la pasión de mantener una relación "carnal" con la literatura. La expone en la entrevista ensartada en este libro, Así escribo.  La manifiesta en tres relatos chejovianos: breves, más hechos, menos descripciones. El diablo está en los detalles o cómo el fundamentalismo cerca a Amin cuando ronda los sesenta años. La asistenta cuyo hermano lucha en Siria y sostiene a la familia, el vigilante de la barba sin poda, el taxista absorto por el casete que propala sermones, la "brigada de promoción de la virtud y la prevención del vicio". El cataclismo para quien disfruta con una copa de vino y un cigarrillo. Lo sencillo frente a lo íntegro.

Esperando al Mesías retrata el pasmo de un sabio refugiado en el Corán cuando pierde a su esposa y su trabajo. Interpreta las aleyas del texto sagrado, pero se asombra, y acobarda, por cómo lo descifran las diversas confesiones musulmanas. En este cuento, jóvenes airados contra los chiíes, que "son unos heréticos y adoran a Satán", pese a compartir enemigos: "los judíos y los occidentales decadentes". Las facciones y la apropiación de la autenticidad. 

La única historia sin religión de fondo, Otro lugar. Los istmos interiores, los asideros del espíritu que generan los viajes literarios. La calidez de las fábulas pobladas de fantasmas. Habitar en los lugares relatados sin caminarlos. El arañazo al salir de las páginas. "La realidad le parecía sucia, insignificante, confusa". La lectura abriga con "sus voces".

Amistades no esenciales

O sus susurros. O sus lamentos. Como en la Canción dulce que inquieta desde su primera frase. "El bebé ha muerto". Resumen de cuanto vendrá en esta historia con la que Slimani ganó el Goncourt en 2016. Compendio de su capacidad de estremecer con el dolor causado por quien mece la niñez de los hijos. Un crimen real que traspone y explica sin premura. El sufrimiento y el placer: En el jardín del ogro, su primera novela. El deseo cuando invade sin contención. El secreto de la doble vida convulsiona la vida perfecta. Después, imaginó las peripecias de la familia mixta Belhach: una alsaciana y un marroquí, que se aposentan en el reino alauita: El país de los otros y Miradnos bailar. La integración, la independencia de Marruecos, la prosperidad, el aburguesamiento. La continuación, la tercera parte, el asunto pendiente de Leila.   

Slimani encabeza todos sus días con la pretensión de ensamblar dos versiones del alma. La europea y la norteafricana. Recobrar la infancia. "Crecí en Marruecos, nací musulmana y todos los años celebré las Navidades…". El sincretismo, sin adversarios. "Te puedes autoafirmar sin negar a los demás". Secar el venero que riega la intransigencia venerada. Rasurar la guerra sin perdón contra quien no comulga los mismos versículos. La duda atisba el camino hacia la certeza. O la certeza atiza el ascua de la duda.

* Prudencio Medel es periodista.

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