Todo lo que no sea dimitir Pilar Velasco
Maquinaciones para adulterar la democracia
Estas cosas suelen comenzar alejadas de la vista de los mortales, que fuera del ámbito clásico son los que cobran una nómina. A veces en una casa de campo, tras la montería, cuando el brandy envalentona las palabras en jornadas con olor a sangre y pólvora. Otras en reservados de exclusivos asadores, de los de cuenta de cuatro cifras y platos, más que nutritivos, ostentosos. Estos lugares permiten que la confidencia de a uno, que en otros momentos tan sólo alcanza el susurro, se ponga sobre el mantel a modo de propuesta sonora con apelación testicular. Así, la maquinación que antes sonrojaba se comparte, tomando naturaleza de complicidad al implicar a otros que asienten airados, puede que hasta dispuestos. El motivo es el de siempre: que la democracia, molestia a esquivar, falla si no es tutelada y que por tanto debe corregirse porque las necesidades particulares se consideran por encima del voto. ¿La necesidades de quién? De aquellos que Pier Paolo Pasolini retrató en Saló como el presidente, el duque, el obispo y el magistrado. Los protagonistas cambian, el espíritu permanece.
Estas maquinaciones debieron de empezar unos días después de las últimas elecciones generales, en 2019, clave fundamental para entender cualquier cosa que haya sucedido tras esa fecha: sencillamente una parte sustancial de la derecha nunca aceptó el resultado. ¿Qué resultado? Que el PSOE iba a tener que gobernar en coalición junto a Unidas Podemos, situación que se trató de evitar a toda costa. Del 2015 al 2019 tuvimos cuatro procesos electorales, el descabezamiento a un secretario general del PSOE, una moción de censura exitosa y Ejecutivos que caían al no poder aprobar sus presupuestos, en definitiva, una notable inestabilidad. Esta fue producto de la incapacidad política e institucional para adaptarse a los cambios que habían puesto fin al bipartidismo. Lo cierto es que estos tres últimos años, a pesar de todo, han sido más estables y fructíferos que los cinco anteriores.
El motivo es el de siempre: que la democracia, molestia a esquivar, falla si no es tutelada y que por tanto debe corregirse porque las necesidades particulares se consideran por encima del voto
El problema es que, tras las elecciones, las maquinaciones no sólo continuaron sino que tomaron mayor intensidad. Cabe traer la memoria a primer plano para recordar que la sesión de investidura transcurrió con la aparición sorpresiva de la Junta Electoral Central, agitando a los independentistas. Que el diputado de Teruel Existe tuvo que pasar a paradero desconocido para esquivar las amenazas. Que en la tribuna del Congreso ya se cuestionó la legitimidad de un Gobierno que aún no había siquiera empezado a andar. Que muchos miraron nerviosos al compañero de escaño buscando que su apellido no se asemejara ni lejanamente al de Tamayo.
El problema es que la llegada de la pandemia no supuso un cierre de filas para garantizar la estabilidad institucional en un momento tan inusual y grave. Por contra, en los momentos más duros de la primera ola, se consideró que la necropolítica, esgrimir los ataudes que se apilaban en morgues improvisadas, era una idea razonable para hacer oposición. Aparecieron falsos mensajes del jefe del Estado Mayor de la Defensa en chats de militares fantaseando con que algunos generales iban a dar un paso adelante. Circuló un falso informe militar, de nombre Albatros, por los despachos de poder capitalinos con la intención de alentar un gobierno de concentración, idea que se plasmó en no pocos editoriales y columnas, dejando incómodo testimonio de la maniobra.
El problema es que se buscó un cacerolazo, de inspiración caraqueña, que sólo prendió en las calles nobles de la capital, pero que estaba pensado para que, de haber resultado masivo a nivel nacional, la semilla narrativa de un Ejecutivo de excepcionalidad germinara. La impaciencia de Ayuso, anticipando la jugada, y la alocución de una estrella televisiva, coincidente en tiempo y forma con el inicio del movimiento, están grabadas. El problema es que mandos de la Guardia Civil redactaron informes delirantes para intentar convertir la manifestación del 8M en el casus belli de aquella situación. El problema es que unos cuantos jueces estuvieron dispuestos a abrir causas al respecto mientras que miraron para otro lado con el protocolo de la vergüenza que esquilmó las residencias.
El problema es que, hace ahora dos años, nos enteramos de que había un chat de militares donde se llamaba a “fusilar a 26 millones de hijos de puta”. Eran los mismos que habían enviado cartas al rey y al presidente del Parlamento Europeo con la intención de justificar una situación de excepcionalidad. En aquella ocasión se utilizó el intento por parte del Gobierno de desbloquear la renovación del CGPJ, justo el mismo elemento que hoy vuelve a ponerse sobre la mesa y que nos indica que el secuestro del poder judicial, además de crear una suerte de Cámara de los Lores que impida la acción legislativa, siempre ha tenido esta derivada, la de aprovechar cualquier iniciativa para la restitución de su normal funcionamiento como coartada para incapacitar al Gobierno. Trasladar la etiqueta de golpismo a quien se defiende de sus maniobras.
Estas maquinaciones pasaron a un segundo plano en los dos años siguientes de la legislatura, una vez que se consiguió aprobar los primeros Presupuestos y todo el mundo tuvo que aceptar que la coalición iba a ser duradera. Si obviamos detalles como el envío de cartas con balas en las elecciones madrileñas, los esfuerzos se pusieron en agitar las carreteras, otoños de camiones y tractores, para buscar un desabastecimiento que nunca llegó. O de esperar que la crisis energética e inflacionaria lograra lo que todos los movimientos espectrales en la oscuridad no habían logrado. Entre medias, a quien sí se dio boleto fue a la dirección nacional del Partido Popular, cuando Casado se atrevió a mentar en público la corrupción y desafiar al centro de esta trama. Nunca puedes creerte inmune a los mecanismos destituyentes que tú mismo has ayudado a crear.
En el año de legislatura que resta, estas maquinaciones volverán a situarse en primer plano, una vez visto que el horizonte económico puede ser más favorable que el que los expertos en apocalípsis nos habían asegurado. Obviamente, su intención no será acabar con el actual Ejecutivo, sino preparar la próxima cita electoral como una contienda del todo o nada. Podemos asegurar que estas maquinaciones han fracasado en cuanto al que fue su objetivo primero, pero podemos asegurar que han resultado exitosas en cuanto a que han conseguido introducir en el imaginario la idea de que si Gobierno y Congreso no actúan de acuerdo a los intereses de la derecha son ilegítimos. Esto no es tan sólo un episodio de crispación o de polarización, esto no es tan sólo retórica encendida. Esto es un plan diseñado para que millones de personas encuentren razonable no reconocer el resultado de unas generales.
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