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España no es un supermercado

El sentido de pertenencia es un valor decisivo a la hora de vivir y convivir. No sentirse aislado, formar parte de una comunidad, nos salva del egoísmo absoluto y nos compromete con la tierra que pisamos, los edificios que habitamos, los colegios a los que van nuestros hijos y los hospitales que nos reciben cuando estamos enfermos. Sin sentido de pertenencia no hay sentido común de la responsabilidad.

Mi sentido de pertenencia es patriótico. Se formó desde niño en una Andalucía que necesitaba ayudar a la articulación de España para dejar de ser uno de los furgones de cola en las brechas y los desequilibrios nacionales cultivados por el franquismo. Me hice del Sur, un concepto que abre su ilusión más allá de fronteras concretas, favoreciendo una idea amplia de la dignidad humana y de la justicia económica, porque necesitaba que Andalucía disfrutase del mismo derecho al bienestar que El País Vasco y Cataluña. Mi sentido español de pertenencia, más que una identidad cerrada dispuesta a negar a los otros, incluyó el respeto necesario a la diversidad. Sentí muy pronto como míos los poemas de Rosalía de Castro, Gabriel Aresti o Joan Margarit. Por eso me resultan tan raros los españoles que se sienten muy españoles o los catalanes que se sienten muy catalanes por negar una de sus lenguas maternas. Nada es más patriótico que el respeto a la diversidad dentro del mundo propio.

Hasta tal punto es patriótico mi sentido de pertenencia que a veces me sorprende la inquietud con la que pienso en los problemas de la gente que no piensa como yo. Nada tengo que ver con la ideología del PP, la derecha democrática española, pero sigo con atención sus retos y sus posibles caminos. Para mí fueron tristes los resultados en las últimas elecciones andaluzas, pero al valorar lo sucedido no sólo me movió el respeto necesario a las urnas, ya que la costumbre de deslegitimar las urnas crea dinámicas muy peligrosas. También me consoló que una derecha democrática pudiese detener la explosión del autoritarismo fanático y antidemocrático de Vox.

Desde entonces pienso mucho en los retos de Alberto Núñez Feijóo. Creo que tiene uno fundamental, más allá de superar errores de datos en sus declaraciones poco informadas o de querer evitar estos errores suprimiendo las ruedas de prensa para impedir las preguntas de los periodistas no domados. El problema más importante de Feijóo es la necesidad de poner límites al neoliberalismo radical de sus políticas fiscales y su animadversión a los impuestos.

Sin sentido de pertenencia no hay sentido común de la responsabilidad

Mientras la población va a sufrir una crisis económica fuerte, las estrategias de la banca y las empresas energéticas procuran todavía aumentar más sus beneficios de una forma escandalosamente avara. Estos negociantes tienen prensa y jueces trabajando a su servicio, pero la capacidad de controlar las reacciones de la sociedad es limitada en la nueva cultura de la comunicación digital. Es posible, por ejemplo, evitar que la gente valore en su justa medida la manera solidaria en la que España ha salido de esta última crisis y compare lo sucedido con la crisis anterior, en la que se hundió el empleo y aumentaron de modo hiriente las brechas sociales. Eso es posible, pero va a ser más difícil contener la indignación de la gente cuando los precios de la vida diaria extiendan la pérdida de poder adquisitivo, degraden del todo los servicios públicos y multipliquen los ámbitos de la pobreza social. Mientras tanto, los rostros de banqueros y grandes empresarios aparecerán sonrientes y celebrando sus beneficios infinitos. No sé si atreverme aquí a pedirle también un poco de sensatez, no ya de solidaridad, a los banqueros.

Si no hay un Gobierno que apruebe una justicia fiscal y unos impuestos solidarios, se impondrá la idea de que España deja de tener un sentido de pertenencia patriótico, porque se ha convertido en un supermercado. Y esto será un doble problema para Feijóo. El primero no sólo no me preocupa, sino que me alegra: los españoles podrán valorar la sensatez de las propuestas que están haciendo estos días Pedro Sánchez, Nadia Calviño, María Jesús Montero y Yolanda Díaz. Pero el segundo problema sí me preocupa y hasta me hace comprender la importancia del PP. Como siga manifestando su rechazo a los impuestos justos y extendiendo la sensación de que España es sólo un supermercado al servicio de los negociantes, la extrema derecha va a encontrar terreno abonado para publicitar su demagogia de patriotismo hueco y sus consignas de fundamentalismo supremacista, machista y tiránico. Muchos españoles que no quieran vivir en un supermercado, ni convivir como destino con la pobreza clasista, verán el autoritarismo antidemocrático con buenos ojos.

Mi sentido patriótico de pertenencia me invita no sólo a disfrutar de la literatura catalana, sino a desear que el PP encuentre el modo de explicarle a los suyos que España no es un supermercado.

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