El baile y la libertad
Lo que en verdad ha molestado al sector conservador-machista de la sociedad no ha sido el baile de la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, sino la libertad mostrada al bailar alegremente en una fiesta junto a sus amigas y amigos mientras alguien grababa el momento.
Que ante una escena tan normal y simpática los responsables políticos de la derecha hayan pedido que se realice un test de drogas parece indicar que desde esos sectores no serían capaces de comportarse de ese modo si no es bajo los efectos de alguna sustancia tóxica, pues en ningún momento del vídeo se aprecia nada en el comportamiento de la primera ministra que pueda indicar descoordinación, mareo, desequilibrio… o cualquier otro síntoma que sugiera que pueda estar bajo la acción de algún tóxico.
Mucha gente de esos sectores sociales no entiende que en las personas basta con que el color gris esté en la sustancia encefálica que recibe su nombre de esa coloración, y que no es necesario que impregne la realidad con el mismo tono para hacerla parecer triste y amenazante, y así justificar las políticas basadas en el miedo y en el apocalipsis que suponen, según ellos, las iniciativas progresistas llenas de color.
Lo que en verdad ha molestado al sector conservador-machista de la sociedad no ha sido el baile de Sanna Marin sino la libertad mostrada al bailar alegremente en una fiesta junto a sus amigas y amigos mientras alguien grababa el momento
Puede ser que, además, les moleste que Sanna Marin sea joven, brillante, criada por dos madres y capaz de bailar bien al ritmo de una música moderna, no sólo en un baile de salón al ritmo de Strauss o de cualquier otro clásico. En ese perfil, más o menos, podrían encajar otras de la política conservadora, como por ejemplo Isabel Díaz Ayuso, presidenta de una comunidad autónoma y que sólo tiene unos años más que Sanna Marin. Pero el problema, como apuntábamos, no es la juventud, que sea mujer, ni las responsabilidades que ocupa, sino que Sanna Marin tenga la libertad para bailar, algo que sería muy improbable que hiciera Isabel Díaz Ayuso en mitad de una fiesta, a pesar de ser la abanderada de la libertad, y de que es muy posible que en un ambiente de celebración y alegría le apeteciera hacer. Pero si lo hace su conducta sería juzgada, incluso por su propio entorno, como inadecuada e inapropiada para la presidenta de Madrid. Sólo puede bailar en campaña electoral y a ser posible un chotis.
De manera que ella, la abanderada de la libertad, no es libre para bailar ni para muchas otras cosas, porque la libertad que defienden desde posiciones conservadoras no es tal, sino la posibilidad de elegir entre un catálogo de opciones fijado por los valores que defienden y su reflejo en el estatus, el poder adquisitivo y sus buenas costumbres. De modo que ser libre es elegir una opción que se pueda costear y que no vaya contra el orden y la moralidad fijada por sus valores conservadores.
La libertad para bailar de Sanna Marin demuestra, una vez más, que para dirigir un país no hace falta contar con los elementos que tradicionalmente se consideraban imprescindibles para tal responsabilidad, entre ellos: ser hombre, tener una cierta edad para contar con la experiencia suficiente, demostrar seriedad, vivir alejado de la frivolidad y, por supuesto, no ser ocioso con el tiempo y menos para divertirse con sus amistades bailando al ritmo de la música. Ahora puede haber mujeres conservadoras que gobiernen, pero sin faltar al resto de los elementos que definen la conducta masculina.
Salirse de ese esquema androcéntrico es improbable, salvo que se esté bajo los efectos de alguna sustancia tóxica, como vimos, por ejemplo, a Boris Yeltsin en alguna ocasión, de ahí su reacción de pedir el análisis de drogas para Sanna Marin.
Que el machismo es cultura, no conducta, se demuestra al comprobar que no tiene fronteras. Da igual el país del planeta al que vayamos para comprobar cómo los hombres utilizan la tradición, la costumbre, la historia, la religión… o sea, la normalidad, para imponer su posición y visión de la realidad sobre las mujeres, y hacer de ella referencia para toda la sociedad.
Por eso el machismo nunca ha querido ni quiere la igualdad, no sólo porque necesitan la desigualdad para establecer que los hombres y lo de los hombres es superior, y de ese modo construir su sistema de poder y privilegios, sino porque al rechazar la igualdad no tienen que conjugarla con la libertad, como vemos con tanta frecuencia en sus declaraciones y decisiones.
Porque la libertad sin igualdad sólo es una opción individual para que el más fuerte y el más poderoso, curiosamente los dos elementos que identifican a los hombres en una cultura machista, puedan actuar libremente. Tanto, que se permiten juzgar a una primera ministra e insinuar que, sólo por bailar y divertirse con sus amistades, está bajo los efectos de las drogas.
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