Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
El dictador maricón y mi pareja
Nunca viene mal recordar a Carmen Martín Gaite. Si le rezara a una profeta, sería a ella. Usos amorosos de la postguerra Española debería ser al feminismo nacional, un Antiguo Testamento, o mejor, o parecido, o según se mire; un Capital. Con bendiciones comienza la liturgia, unas bendiciones atrasadas y especialísimas de Eugenio Pacelli en 1939, recién concluida nuestra guerra civil: a las familias de los mártires españoles. De España ha salido la salvación del mundo. Ensaya la escritora que aquí nace la ideología franquista, la cual alimenta a lo largo del texto con numerosas citas de revistas de postguerra que son auténticas joyas aún vigentes en nuestra cultura popular.
Martín Gaite dibuja mordazmente la herencia de este estilo de vida familiar y austero que debe tener el buen español, y sobre todo, la buena española (vaya por delante que es lo mismo que ser buena católica, por si no se habían dado cuenta aún, insinúa nuestra Profeta que nuestro dictador, frente a esa creciente libertad yanqui y suponemos que a esos otros fascismos algo mejor argumentados, corto de ideología, donde dije patria digo Dios, y lo que haga falta). Es a esa España empobrecida con la guerra a la que Franco dice que no hemos venido a regalarnos con la vida ni a disfrutar de esa paz que muchos burgueses aman. Y ahí empiezan a gestarse muchas cosas, o al menos eso quiero leer yo que me dice la Profeta. De aquellos: —El que algo quiere, algo le cuesta.— Al perezoso y al pobre, la cama se los come.—Vinieron los—Viven por encima de sus posibilidades.—Es que se lo gastan todo en cañas—.
Sí, con claridad quiero defender que hay una herencia ideológica franquista según la cual la riqueza se ordena en la sociedad en unas élites que viven de rentas y que pueden disfrutar de la belleza de la vida, y luego el común de los mortales, sobre los que caerá el juicio moral de la Iglesia, pero por supuesto también de esa herencia ideológica expresada a través de tu vecina, tu madre, tu padre, el Partido Popular, Vox o Antena 3. Si no trabajas, eres un vago. Si no te cuesta esfuerzo, está mal. Vivir la vida no es a lo que hemos venido. Esfuérzate. Te lo digo yo, heredero ideológico (y probablemente de todo lo demás también) del dictador, que tengo tropecientas viviendas, estudié en la privada y me dieron un trabajo por ser el hijo de sin haberme esforzado por nada en la vida y mi padre me regaló un piso perfecto para independizarme por un millón de euros. ¿Y qué nos dice la Profeta del amor?
Martín Gaite es aquí aún más sublime. Nos aclara cómo en ese viejo mosaico que pisamos las españolas hoy, hay mucho de dictador también en lo que amor se refiere. Recuerda aquello de: divorciarse es de rojos (no es de extrañar que sigamos viviendo todos el fracaso amoroso como una de las peores cosas que nos puede pasar en la vida), la soltería, un problema; y “tener complejos”, es decir, ser una chica compleja (ay, amigas, mirad de dónde viene lo de nuestros complejos) no era bien recibido, salvo que una fuera un hombre, y eso sí que ya, en la Españita de los años 40 pues estaba, literalmente, por ver.
Ser una chica compleja (ay, amigas, mirad de dónde viene lo de nuestros complejos) no era bien recibido, salvo que una fuera un hombre, y eso sí que ya, en la Españita de los años 40 pues estaba, literalmente, por ver
El hombre puede tener aspecto severo; dirán de él que es austero, viril, enérgico. La mujer debe tener aspecto dulce, suave, amable, sonreír lo más posible. Clamaba la revista Semana en el año 1941. No tan diferente de la de hoy. A estos usos se le unían la relevancia del matrimonio como se puede intuir, así como una importancia crucial de la apariencia exterior que, con todo, ahondaba en esa españolidad a la que el régimen aspiraba incluso sin pudor en el BOE: Que el niño perciba que la vida es milicia, o sea, disciplina, sacrificio, lucha y libertad. Frente al progreso que miraba con miedo al otro lado del Atlántico, se nos inculca el pobres pero honradas, también en el amor, que no debe ser una broma ni un placer, sino una aventura honda en la que fundamentar el futuro, y así poder llegar a construir una familia, donde como padres tendremos el deber de educar a nuestros hijos y ellos, no tendrán derecho a vivir su vida, sino a que ésta sea útil. Ensaya aquí la Profeta que ante la riqueza o progresos de los que carecía nuestro país, nuestra obsesión por la trascendencia se constituyó en el eje de la españolidad. Aunque España no sea nada, España, España, España. Incluso aunque aquello supusiera reivindicar, como contaba en New York Post en aquellos años 40, que la posición de la mujer española por aquel entonces no distaba mucho de la Edad Media. Pobres, sin derechos, pero honradas.
90 años después de que muchas de estas cosas se escribieran, cuesta pensar que sigan aquí, perennes. Y me digo que no puede ser así, porque esta ley, y la otra, y yo tengo novia, y esto, y lo otro. Pero de pronto veo el cartel del Orgullo de Huelva, en el que se nos compara a los maricones y bolleras con dos gambas; veo el cartel del Orgullo de Madrid, en el que se asume que nos drogamos y tenemos prácticas sexuales de riesgo; escucho a no sé qué alcaldesa llamarnos enfermos de nuevo; veo no sé cuántos memes en los que insinúan que un señor muerto que en diferido nos sigue jodiendo la vida, era maricón (no se me ocurre mayor homofobia que ésta). Me escucho a mi misma decir en un BlaBlaCar: Vengo a ver a mi pareja. — ¿ Ah qué trabaja tu marido aquí? —Sí, mi pareja trabaja aquí.
Y no digo NOVIA, no digo NOVIA. No lo digo porque la Profeta tiene razón, lo vio mucho tiempo antes. Los usos amorosos de la postguerra española siguen pareciéndose mucho a los de estos años veinte. Por ello, me parece tan preocupante que los discursos alternativos al fascismo cutre que nos llama enfermos o nos confunde con animales a las personas del colectivo LGTBIQ+ flaqueen ideológicamente al presentar una alternativa a los usos de la postguerra. Celebrar el Orgullo no debería ir de reivindicar que haya un conjunto de gente a la que consideras diferente, a la que toleras, reconoces su diferencia o incluso te sientes orgulloso de la misma. Yo no quiero que nadie se sienta orgulloso de mis relaciones sexuales, por favor, salgan de mi cama. No quiero que me toleren o me dejen ser tal y como me siento. No soy un perro o un niño pequeño, recojan su lástima, por favor.
Celebrar el Orgullo es reivindicar una sociedad alternativa, en la que nacer hombre o mujer no determine el rol que vas a jugar. Y rol aquí significa muchas cosas, significa que si eres mujer no tienes por qué ser femenina, ni dulce, ni madre, ni esposa, ni hija, ni complaciente, ni novia, ni tener vagina, ni querer estar con hombres, o con solo uno o con solo una.
Ser hombre no significa ser fuerte, ni severo, ni tener pene, ni que te gusten las mujeres, ni ser masculino. Celebrar el orgullo es reivindicar la libertad más radical, poder imaginar nuevas formas de relacionarnos y hacer propuestas para que puedan ser políticas públicas. No nos digan que nos toleran, pero luego no desarrollan nuestras leyes. No queremos tolerancia, ni una fiesta, ni banderas.
Celebrar el orgullo es reivindicar la libertad más radical, poder imaginar nuevas formas de relacionarnos y hacer propuestas para que puedan ser políticas públicas
El Orgullo es también inteligencia, pensamiento y una crítica a esas normas y usos sociales que se expresan en el amor, la sexualidad o la heterosexualidad que necesitamos que cambien para poder ser todes libres. Celebrar el Orgullo es celebrar los nuevos usos amorosos de nuestro tiempo, reconocernos en ellos como parte trascendente de lo que es nuestro país. Quién se lo iba a decir a Franco, que tan español iba a ser el fascista como el maricón.
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