El desastre que viene Luis Arroyo
Maixabel, Putin, los Goya y los Oscar
La película Maixabel muestra cómo la violencia se legitima por quienes la utilizan para conseguir sus objetivos particulares en nombre de las motivaciones que ellos mismos elaboran. A partir de esa construcción, las agresiones, muertes y el dolor causado supera a cada uno de los hechos, y todo se presenta bajo una argumentación moral que da trascendencia a sus posiciones. La escena del juicio en la Audiencia Nacional, con los etarras golpeando la mampara y diciendo que el asesino es el Estado español resulta muy gráfica en ese sentido, al igual que algunas de las conversaciones entre los etarras.
Todo ello puede parecer lejano en el tiempo y propio de una banda terrorista como ETA, pero es lo que suele ocurrir en todas las violencias. Ahora lo vemos en Putin y su amenaza mantenida de invadir Ucrania, y cómo su argumento se centra en que él no tiene la culpa, justificando la violencia de su coacción en los ataques previos de Estados Unidos, la Unión Europea, la OTAN y el país a invadir, que tiene que ser presentado como responsable para así justificar su invasión.
Los Goya premian la escenificación de la realidad, bien sobre los hechos que la conforman o sobre su abstracción, pero el punto de partida y el destino final está en ese impacto que produce sobre las conciencias y las emociones de quienes formamos parte de esa realidad. El desarrollo de la gala muestra cómo el resultado final de cada película es un proceso meticuloso y detallado que va desde las cuestiones técnicas relacionadas con el sonido, la iluminación, el montaje… hasta la definición de los personajes por medio del vestuario, el maquillaje y sus peinados, elementos que los hacen creíbles en el seno de la historia ante la mirada de los espectadores. Todo forma parte de un guion que culmina con el relato de la propia película, su dirección en la sombra y la actuación de los personajes que dan la cara para que vivamos con ellos la historia, algo que en Maixabel resulta maravilloso en manos de Itziar Bollaín, Blanca Portillo, Luis Tosar y el resto del equipo.
La política no es muy diferente a una película en cuanto a escenificación de la realidad previamente definida en un guion formal, representado por el programa electoral de cada proyecto. Dicho guion luego es llevado a la acción con el acompañamiento de toda la parte técnica que ilumina y oscurece el lugar, maquilla a los personajes y ambienta con el sonido y la música de fondo el relato dirigido por quienes desde la sombra deciden cómo representar la escena que surge del encuentro del guion con las circunstancias imprevistas de los acontecimientos. Todo ello a través de los actores y actrices de la película, a los que la sociedad mira expectante para, si surge la oportunidad, actuar como figurantes o hacer algún cameo.
Los Oscar son aquellas personas como Óscar Puente, alcalde de Valladolid, que de repente rompen el guion, se salen de lo escrito ante los hechos que se presentan y dan un giro a la historia a través de una representación personal llena de sentido y credibilidad, aunque sitúan el relato en otro escenario. Como tal actuación que se aparta de lo escrito puede gustar mucho o gustar poco, pero en general, el hecho de no seguir el guion y, sobre todo, de no ser una idea del director o directora, suele llevar a que su actuación no se incluya en el montaje final de la película.
El problema hoy es que la realidad de la política tiene más de telenovela que de película, y que para muchos de sus protagonistas lo importante es que cada escena quede bien, aunque no tenga conexión ni linealidad con la historia propuesta y desarrollada desde mucho tiempo atrás. A veces intentan que todo un capítulo sea más o menos coherente en sus escenas, pero difícilmente van más allá cuando el propio guion del proyecto sólo avanza cuatro o cinco capítulos por delante.
El feminismo es una propuesta ética, y por ello la ultraderecha ataca al feminismo, porque es la única alternativa material y moral a sus planteamientos
Por eso a la política de hoy le faltan dos elementos esenciales para evitar el populismo en general y el de la ultraderecha en particular. Le falta credibilidad y ejemplaridad, dos elementos que en términos prácticos se traducen en coherencia. Una política incoherente resulta no creíble, y eso también es una posverdad, o sea, una mentira necesaria que sitúa el interés particular y lo inmediato en primer plano, algo incompatible con el proyecto común que debe abordarse desde el ejercicio político. Si la política resulta egoísta en sus acciones, el ejemplo será el egoísmo y el interés propio en la ciudadanía, y si la política destila odio y violencia, será el odio y la violencia lo que plasme la sociedad en sus expresiones a través de las redes sociales y decisiones, pues, en el fondo, lo mismo que la gente quiere parecerse a los protagonistas de sus películas favoritas, también quieren hacerlo respecto a los personajes que protagonizan sus políticas favoritas.
La derecha y la ultraderecha no necesitan ser ejemplares para ser creíbles, tienen la cultura androcéntrica que define sus valores, ideas, creencias y principios como parte de la normalidad y de la identidad que define cómo deben ser las personas en sociedad. Pero la izquierda sí tiene que ser ejemplar en el sentido más trascendente de la palabra, si quiere transformar esa realidad androcéntrica que se cree dueña del poder, y hacer de la cultura el espacio de convivencia, pluralidad y diversidad que somos.
Por eso el feminismo también es una propuesta ética, y por ello la ultraderecha ataca al feminismo, porque es la única alternativa material y moral a sus planteamientos. Y si, para ser creíbles, coherentes y ejemplares se deben tomar decisiones que alejen temporalmente las propuestas de izquierda del poder, pues deben tomarse; porque es la única forma de que la sociedad tome conciencia de que hay otra forma de entender la realidad, y de escribir y representar una historia común que no excluya a nadie.
Maixabel, Putin, los Goya y Óscar Puente nos muestran que la gente entiende la violencia y la acepta, incluso pueden llegar a justificar los homicidios que produce “su violencia”. Lo que no entiende son los motivos para usarla cuando no aparecen definidos en el guion. Por eso ETA contó con aceptación de una parte de la sociedad del País Vasco durante años, la violencia de género cuenta con las justificaciones de una sociedad machista capaz de hacer decir a las víctimas “mi marido me pega lo normal”, y ahora con el negacionismo de la ultraderecha, Putin con el apoyo de su gente y sus satélites... y todo formando parte de la misma manera de entender la realidad que ha escrito la cultura androcéntrica.
Por eso tenemos que cambiar el guion para cambiar la realidad, como hizo Maixabel a pesar de todas las críticas y ataques.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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