Falsos desengaños, en TintaLibre de junio
La portada de junio de TintaLibre incurre en uno de esos tromp l’oeil que tanto practicaron los surrealistas. Si apoyas, como hace el artista Chema Madoz, una escalera contra un espejo de pared, la ilusión de la subida se mantiene y la de bajada se duplica porque una nueva dimensión ilusoria aparece de repente, una subversión de la imagen y de la propia realidad… Mucho de eso, de juego e imaginación, de golpe de vista, hay en estas páginas que titulamos Falsos desengaños. Contra el síndrome de la decepción crónica.
Desengaños hay muchos, pero la mayoría, si bien se mira, son falsos o intencionados, caprichosos o sospechosos. Jordi Gracia apunta un diagnóstico contundente: “Entre los peores vicios de las sociedades opulentas figura en lugar estelar el desengaño fulminante, la decepción irreprimible, la frustración incontenible ante la menor adversidad o contratiempo”.
Para vencer la decepción (o burlar el desengaño) hemos revisado algunos temas donde cunde el desencanto y que, pese a todo, resisten con buena salud el paso del tiempo y el peso de los malos augurios. Nuestro primer paciente es el propio periodismo del que María Ramírez afirma: “El periodismo consiste en algo tan simple o tan complicado como acercarse a la información con curiosidad y ganas de entender y descubrir más que de reafirmar los prejuicios propios o imaginados de la audiencia”.
El segundo paciente que nos visita es una vieja reliquia, la televisión. Pues bien, para Eva Güimil el relato que decretó hace lustros ya su muerte encierra una sorpresa: “La televisión no solo ha sobrevivido a las plataformas, sino que les marca el camino a seguir”. Otra reliquia centenaria es el teatro, un teatro que, para Mónica Cano, sigue siendo una ruina, pero una ruina esplendorosa gracias a la vitalidad de esas pequeñas compañías que, como ella dice, “preparan al público para encontrarse de pronto, un día, con ellos mismos y advertir que se han transformado para siempre”.
Ocurre también, y seguimos en la clínica, con algo mucho más reciente como son las redes sociales. Hay una gran resaca de usuarios, otro gran desengaño, y, sin embargo, ahí seguimos relatando nuestras vidas, entregando nuestra intimidad. Lo dice así Alba Lafarga: “Somos lurkers de vidas que no nos quedan tan lejos, pero de las que no formamos parte”.
Si las redes consolidan su desengaño, no digamos el pensamiento que, desde el pesimismo de Cioran, habla abiertamente de un “sujeto sedado” y de una “libertad encadenada”. El profesor Carlos Javier González Serrano manda un aviso a navegantes: “El modo en que funcionan las empresas es hoy el paradigma bajo el que se desarrolla nuestra vida: permanente disponibilidad, constante conexión y rentabilidad de nuestras acciones”.
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La política, tan denostada, pone a Ignacio Sánchez-Cuenca ante la irónica pregunta ¿Ya no quedan políticos como los de entonces? Veredicto: no nos engañemos. “Con el paso del tiempo, lo que parecía algo caótico y confuso va adquiriendo nitidez y claridad. Se pierden el ruido y la furia que siempre acompañan a la política y queda sólo aquello que importa”, sostiene.
Algunas cosas importan, pese a todo. Importan la vida y la muerte tan cercanas en el estremecedor relato que nos ofrece, en anticipo de su libro, Héctor Abad Faciolince sobre el bombardeo de un misil ruso que sufrió el 27 de junio de 2023 en un pizzería ucraniana y que costó la vida de su intérprete, la escritora Victoria Amelina, sentada a su lado.
Importa también el sueño surrealista de seguir dándole la vuelta a lo que entendemos por realidad. Ramón Reboiras ha estado por las tierras belgas de Magritte y nos explica cómo meter una jirafa en una copa de vino.