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Austria va camino de convertirse en el mejor aliado de Putin en la UE

Herbert Kickl, presidente del FPO y candidato en las elecciones de septiembre, participa en una conferencia de prensa.

2017 y 2019 fue un período extraño en las reuniones de ministros de Interior de los Estados miembros de la Unión Europea. La presencia de Herbert Kickl, ministro del Interior de Austria y uno de los principales cabecillas del FPO, hacía que el resto de los ministros, con responsabilidades en migraciones, policía, servicios secretos algunos de ellos, prisiones y toda la panoplia de lucha contra el tráfico de personas, armas o estupefacientes, prefiriera no hablar. O no hablar más que generalidades sin entrar en detalles y, sobre todo, sin compartir información delicada. Sabían que lo que se dijera ante Kickl llegaría en horas o días al Kremlin.

Era ya el cuarto período en el que el FPO, un partido fundado en los años 50 del siglo pasado por antiguos SS nazis austríacos, tocaba poder, pero nunca había llegado a ocupar ministerios de tal importancia. Si aquellos años supusieron un impasse en la colaboración con Viena, a partir del próximo mes de octubre se podría pasar a una situación aún peor porque Kickl, ahora ya líder del FPO, lidera los sondeos de las legislativas de septiembre. Si su partido gana tendrá una oportunidad para convertirse en primer ministro. Sería el principal aliado del Kremlin en la Unión Europea, incluso por delante del húngaro Orbán o el eslovaco Fico. Los últimos sondeos dicen que el FPO ronda el 25%, que los conservadores del OVP y los socialistas del SPO apenas superan el 20%, que los liberales de Neos rondan el 10% y que los ecologistas quedarían en un 8%. En las elecciones europeas del 9 de junio el FPO obtuvo el 25,4% de los votos, los conservadores el 24,5% y los socialistas el 23,2%.

El FPO es uno de los partidos más a la derecha en la familia política de la ultraderecha, pero en una Europa en la que la extrema derecha está cada vez más normalizada, la formación no es especialmente extemporánea en sus propuestas. Su especificidad se centra en su abierto apoyo a las políticas del Kremlin y su negativa a apoyar a Ucrania. El partido está normalizado en Austria a pesar de que su tendencia es, desde que Kickl tomó el control en 2021, a radicalizarse hacia la derecha.

Su llegada al poder dependerá principalmente de si la derecha tradicional del OVP acepta pactar con ellos, como hizo entre 2017 y 2019. Ese pacto rompería la política del Partido Popular Europeo y pondría en un breve a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen. El PPE diferencia entre extremas derechas. La “mala” es la que apoya a Rusia. La “buena” es igual de radical y xenófoba, pero se opone al Kremlin, lo que la convierte en frecuentable para Von der Leyen. También de si el OVP aceptara colocar en el Gobierno a Kickl, un personaje tan a la derecha que asusta al conservadurismo tradicional.

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El presidente de la república, Alexander Van der Bellen, intentará imponer su propio cordón sanitario contra la extrema derecha si ve que puede hacerle frente con el resto de fuerzas. Van der Bellen ya dijo que no tiene por qué proponer que el FPO intente formar gobierno, aunque sea la primera fuerza política si tiene claro que no tendrá los apoyos necesarios para crear un ejecutivo. Lo justifica en las posturas “anti-europeas” del partido y en su apoyo a Rusia.

El partido se enfrenta además a un escándalo de espionaje relacionado con Rusia, y la situación de seguridad en Europa, con la guerra en Ucrania, no es la misma que entre 2017 y 2019, cuando el FPO compartió el gobierno con los conservadores del OVP. El pasado marzo la Policía detuvo a Egisto Ott, antiguo agente secreto, y le acusó de espiar para Rusia. Ott negó los cargos y en junio fue puesto en libertad aunque sigue siendo investigado. La Policía austríaca cree todavía que pudo trabajar a las órdenes de Jan Marsalek, director ejecutivo de Wirecard, una financiera alemana que quebró y supuesto agente de Moscú. Se cree que Marsalek se esconde en Rusia.

Austria es de los países del centro de Europa que con menos aprehensión miró a Moscú. No es miembro de la OTAN y no entró en la Unión Europea hasta 1995. Durante la Guerra Fría fue un país tapón, una zona neutral que las dos grandes superpotencias usaban, entre otras cosas, para intercambiarse prisioneros en su capital, Viena.

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