El vector fascista en la conspiración contra la República (8/20): autores recientes y sabios pero ¿fiables?

He quedado profundamente defraudado por la última obra que se publicó hace unos meses sobre el destino, trágico, de la Segunda República. Me pregunto de qué sirve escamotear datos y hechos, perfectamente documentados, cuando cualquier lector puede constatar la carencia. Tales datos, hechos, documentos son al fin y al cabo la base sobre la que se construye (dentro de lo posible) un pasado inabarcable en su infinitud y que en su totalidad es perfectamente inaprehensible. Que se hiciera durante la dictadura de Franco es, hasta cierto punto, comprensible. Se trataba de defender al régimen, contra viento y marea, y de engañar a los súbditos. Pero, ¡en 2023! Con los archivos abiertos (si no en su totalidad, sí en buena medida). Quien así actúa tiene una concepción de la deontología del historiador bastante pobre. 

Hoy es del conocimiento común que el mismo día en que el pueblo madrileño, alborozado, festejaba el advenimiento de la República el 14 de abril de 1931, un puñado de distinguidos monárquicos ya empezaba a discutir cómo podrían deshacerse del incipiente régimen. Entre ellos figuraba José Yanguas Messía, catedrático de derecho internacional, exministro de Estado y expresidente de la Asamblea Nacional Consultiva durante la dictadura primorriverista. Dejó, en frases inmortales —pero que han pasado un tanto desapercibidas— las impresiones de la extrema derecha monárquica:

“Día aciago para España. Día en que la acción hipócrita y tenebrosa del frente revolucionario, protegido por fuerzas ocultas internacionales, consumó la gran traición contra España, decretada por las logias masónicas y por el Kremlin de Moscú (….) la República (…) venía a cumplir la consigna extranjera de destruir a España en su cuerpo y en su espíritu, entregándola a las fuerzas disgregadoras y corrosivas del separatismo político y el comunismo marxista. La “República de trabajadores de todas clases” no era sino un puente intermedio para pasar a la otra orilla: la de la Soviética."

En honor de tan distinguido político y analista, un “genio” entre los “genios” que tanto abundaban entre los monárquicos, debo decir que sus palabras figuran en un homenaje hecho a Calvo Sotelo en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación a su presidente perpetuo el 13 de julio de 1942. Sin embargo, en un libro que probablemente ya se habrá publicado cuando aparezcan estas líneas, un buen amigo mío y excelente historiador, el profesor Francisco Sánchez Pérez, sobre las elecciones de 1931, ha recopilado multitud de ejemplos de la prensa monárquica y carlista de la época anunciando poco menos el destino poco grato —un paraíso parasoviético— que se abatiría sobre la desgraciada España. Por lo demás, en este mismo medio ya publiqué (infoLibre, 24 de mayo de 2021) una pequeña reflexión sobre lo que la misma extrema derecha monárquica anunció en el periódico La Nación ante los males que se abatirían, en el mismo sentido, sobre la desgraciada España. Se trató de una constante que empezó antes (algunos dirán que desde 1918) y dura hasta la actualidad. 

Lo que diferencia a los monárquicos (alfonsinos y carlistas) de otras formaciones de las variopintas derechas españolas es que, desde el primer momento, decidieron hacer algo más en serio y no quedarse en meras proclamas publicables al amparo de la nueva libertad republicana. Y, como buenos monárquicos, buscaron —y obtuvieron— el respaldo real, es decir, del muy patriota exrey exiliado en Francia, hoy objeto de un cierto babeo historiográfico.  

Por desgracia, no es posible saltar sobre la propia sombra. La historia, por muy ambivalentemente que se aborde, suele ser una descripción y análisis de lo que los hombres y mujeres han hecho en el pasado. Quizá no como hubiesen querido

Nada de esto es desconocido y, ciertamente, no lo desconoce el profesor Gil Pecharromán, que ya publicó algunas cosas sobre la derecha autoritaria alfonsina. El que lo haya disminuido en todo lo posible en su reciente obra (Los años republicanos 1931—1936, Taurus, Madrid, 2023) es, quizá, un nuevo deseo de dar gato por liebre, si no algo más tenebroso. 

Desde luego reconoce (pp. 389s) las tempranas conexiones de tales prohombres con el fascismo italiano. Ciertamente es imposible evitarlas, ya que en el exilio las abordó en sus memorias uno de sus protagonistas más cualificados, el comandante y piloto laureado (en las campañas de Marruecos) Juan Antonio Ansaldo. Lo narró con cierto detalle (y barriendo para casa, dentro de lo posible) en un libro que apareció en una fantasmagórica editorial vasca en Buenos Aires en 1951 y que nunca se ha reeditado (¿Para qué…? De Alfonso XIII a Juan III). Por si las moscas, en su amplia bibliografía tan distinguido historiador hoy no la cita. 

También menciona, pero como si se hubiera producido de la noche a la mañana, el resultado (al parecer único) de aquella conexión: un acuerdo de los monárquicos y carlistas con Mussolini el 31 de marzo de 1934. Como si hubiese sido la cosa más natural del mundo. Más en serio se lo toma, ¿quién lo diría?, el general de División Rafael Dávila Álvarez (que dedica a la conexión italiana —¡pásmese el lector!— nada menos que varias páginas, 60—62, de su magna obra). Son “cositas” innegables y es raro el libro sobre la Segunda República que no haya hecho alguna mención a tal evento.  Siempre, eso sí, eliminando cualquier reproche a los conspiradores monárquicos, como si hubieran sido unos pobres diablos y que mendigar armas, municiones y algo de “pasta” a una potencia extranjera en absoluto secreto hubiera sido la cosa más natural del mundo.  

Espero que los amables lectores no crean que lo que escribo es manifestación de un supuesto “pique”. Gil Pecharromán, al menos, menciona en su bibliografía dos de mis obras (p. 456) de las que no hace caso en absoluto. Por su parte, el general Dávila Álvarez, con sus paginitas, las ignora. Lo mismo que el profesor Nieto (p. 153) que retrasa a tal momento en 1934 algo que debe sonarle porque ya habla de “aviones”

Tal vez en estos tiempos felices, para algunos, de restauración y plenitud monárquicas, sacar los trapos sucios de la Corona no parezca de buen tono. Por desgracia, no es posible saltar sobre la propia sombra. La historia, por muy ambivalentemente que se aborde, suele ser una descripción y análisis de lo que los hombres y mujeres han hecho en el pasado. Quizá no como hubiesen querido, pero sí como lo hicieron. 

Y lo que los monárquicos alfonsinos —y los carlistas— militares, diplomáticos y civiles quisieron e hicieron fue aproximarse a Mussolini, entonces en el apogeo de su gloria y vanagloria, para ni más ni menos que “cargarse” a la República. Se aproximaron con éxito TOTAL. Sus resultados desaparecen en las obras que menciono aquí. Esta esfumación no es ni ética, ni —me atrevo a afirmar— medianamente profesional. No se trata de que servidor tenga razón o no. Se trata de que, en un régimen de libertades democráticas, y siempre que no se falte a la buena educación y al decoro, no es aceptable suministrar al pueblo soberano algo que es posible demostrar, y se ha demostrado desde hace más de diez años, como falso, incoherente o mendaz.   

El desarrollo de la conspiración antirrepublicana tuvo, casi desde el primer momento, una tonalidad monárquica y militar, pero lo que resulta difícil de tragar para muchos autores (incluso para un académico norteamericano que jamás ha puesto sus pies en un archivo excepto, en unas pocas ocasiones, en los de la FNFF) es que tan “gloriosa” actividad underground se inició, se mantuvo y llegó a su conclusión gracias a muchos factores, pero en particular a la ayuda fascista. 

Como afirmaba por cierto ya en la época la izquierda en general. Solo que fue verdad y respondió a hechos documentables por encima de toda veleidad o valoración del investigador. Que subsisten huecos es innegable. Que hay que plantear preguntas y establecer hipótesis también lo es. Por ejemplo: ¿qué contactos tuvo Ansaldo en Roma en junio de 1936? ¿Vio al exrey, que, según la policía política mussoliniana, había estado en Mónaco asistiendo a una reunión de conspiradores? ¿Se entrevistó Ansaldo con sus compañeros, los agregados militares de la embajada? 

No hay que olvidar que uno de ellos estaba emparentado con el jefe supremo de la Sección Servicio Especial (el servicio de inteligencia militar de la época), el general Sánchez-Ocaña. Este era, a la sazón, el sucesor de Franco como jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Una figura algo más que opacada y, probablemente, clave en la conspiración militar. De él no he encontrado la menor documentación, ni siquiera su expediente personal, en los archivos correspondientes. ¡Esto sí que es borrar huellas!

(Continuará. Ver aquí capítulo anterior).

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.

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