Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La libertad del más fuerte
En cada palabra cabe un mundo. Dedicarse a la poesía supone pensar en las historias, los matices, los sentimientos y las dinámicas que caben en las palabras. Dedicarse a las emociones políticas también. Los programadores ideológicos cultivan algunas palabras, las alimentan en sus jaulas y luego las invitan a volar entre la gente. Eso ocurrió con el neoliberalismo y la palabra libertad. En la tradición humanista e ilustrada, la libertad condensó en su significado un importante compromiso social, el deseo de dibujar un marco de convivencia y de respeto a la razón compartida, un deseo de hacer compatibles los derechos individuales y el bien común. La libertad era al mismo tiempo una apuesta por el orden social y el derecho a la propia conciencia, la raíz de un contrato entre la intimidad, lo privado y lo público como forma privada y pública de solidaridad frente a la servidumbre.
El capitalismo neoliberal lleva años dedicado a cuestionar los compromisos del Estado social. Ha convertido así la palabra libertad en un modo de defender la ley del más fuerte, la identificación de la vida con el egoísmo individualista. En la mentalidad antisocial, palabras como educación, salud, economía y derecho se disuelven en el vértigo de los privilegios. La filología neoliberal define la libertad en el poder del dinero, del mismo modo que los totalitarismos rompen con el contrato social al confundir el orden con la autoridad de un poder policial o de una identidad patriótica cerrada.
En el populismo reaccionario ha dominado el uso de la palabra libertad para oponerse al compromiso de los cuidados sociales, los servicios públicos y los impuestos solidarios
En el populismo reaccionario ha dominado el uso de la palabra libertad para oponerse al compromiso de los cuidados sociales, los servicios públicos y los impuestos solidarios. Incluso en situaciones tan difíciles como una pandemia, se ha intentado dinamitar la voluntad social de la ley y la autoridad poniendo en duda su deber de cuidar la salud de la ciudadanía. Hemos visto identificar la libertad con el deseo de salir por la noche a tomar una cerveza sin que ninguna norma pueda ponerle freno a los contagios. Y si los hospitales se llenan de enfermos, la ley del más fuerte hace lógico que se deje morir a los cuerpos débiles de los ancianos en unas residencias convertidas en campos cerrados sin derecho al tratamiento médico. La vejez como forma de debilidad en la ley del más fuerte, igual que la pobreza en un mundo de ambiciones económicas sin freno o la condición femenina en el violento predominio machista.
La libertad, como denunció José Luis Sampedro, se convierte así en el derecho de que los ricos se hagan más ricos, aunque los pobres sean cada vez más pobres. La cuestión es que cada palabra influye en la frase y cada significación facilita un contexto. Este modo de entender la libertad es incompatible con un contrato social basado en la fraternidad y la igualdad, por lo que las raíces ilustradas de la democracia se obligan a un deterioro permanente hasta el punto de desembocar en tentaciones autoritarias. Es la consecuencia social de la ley individual del más fuerte. Es el destino de unas sociedades que permiten la acumulación de riquezas de las grandes fortunas, olvidadas de la justicia, los derechos humanos y las medidas equilibradoras en la convivencia.
La situación de la democracia en el mundo es hoy crítica. A las dictaduras encarnadas en el fundamentalismo religioso, la perversión política autoritaria de los ideales sociales o el clasismo de las identidades jerárquicas, se unen ahora, desde la propia ilusión democrática, los efectos arrasadores de la ambición clasista y el fundamentalismo económico. Libertad, libertad, libertad… para convertir la prensa, los ámbitos de intermediación cívica y las instituciones públicas en ámbitos al servicio de la especulación y las grandes fortunas.
En la filología democrática la palabra libertad es inseparable de palabras como igualdad y fraternidad. El deterioro del derecho a un salario justo, un contrato laboral decente, una vivienda digna, una salud pública avanzada o una educación que permita la igualdad de oportunidades, es decir, el deterioro de los deseos de igualdad y fraternidad, convierten al significado neoliberal de la libertad en un peligroso enemigo de los valores democráticos.
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