De la dana, a la riada: sobre catástrofes y responsabilidades (I) Javier de Lucas
Garzón consultor
Un amigo consultor irlandés, compañero mío en la multinacional de las relaciones públicas Edelman, tomando un gin tonic en Londres me confesó una noche de 1999 que él jamás trabajaría para un zoo. Ese franco arranque animalista me pareció enternecedor, considerando que ese mismo colega había ejecutado, desde otra consultora americana similar a la nuestra, el famoso fraude de Nayirah, aquella joven de 15 años que en 1991 con lágrimas en los ojos afirmó ante los congresistas estadounidenses que los soldados de Sadam Husein en Kuwait sacaban de las incubadoras a los bebés para dejares morir. El testimonio resultó ser inventado y Nayirah la hija del embajador del país en Estados Unidos. Pero el testimonio de la impostora resultó crucial para que pocos meses después Bush padre iniciara la Guerra del Golfo, origen de los sucesivos desastres bélicos posteriores.
No trabajar para un zoo pero sí hacerlo para la satrapía de Kuwait es una decisión moral que con seguridad está matizada (seguro que Rafa Nadal podría certificarlo) por la diferencia de los honorarios que podrían abonar uno y otra. Si en la cuenta bancaria te ponen algunos cientos de miles de dólares la ética de cualquiera afloja, quiero decir, y mejor lo dijo Quevedo: “… ablanda al juez más severo, poderoso caballero es Don Dinero”.
¿Y bien? ¿Qué impide, asumiendo que cumple las normas relativas a las “puertas giratorias” que Alberto Garzón trabaje para una empresa consultora de relaciones públicas (específicamente en lo que llamamos “asuntos públicos”)? Si una vez sentado en la oficina de Pepe Blanco y Alfonso Alonso descubriéramos que Alberto Garzón está ofreciendo sus servicios a la patronal de las empresas de apuestas, uno de los clientes de la empresa de los dos expolíticos, nos sorprenderíamos y le reprenderíamos. Pero tiene derecho a hacerlo, como tiene derecho cualquiera a cambiar de opinión o a conducirse de manera contraria a sus convicciones. Además, la mayoría de los clientes que contratan servicios de consultoría son gente respetable y honrada que con seguridad no pondrían a Garzón en un dilema moral.
Se entiende que por definición la izquierda estará peor dotada de recursos económicos que la derecha, pero conviene estrechar la brecha. Hacen falta empresarios de izquierdas. Y sí, hacen falta 'garzones' en las consultoras
Uno de los problemas de la izquierda es que por exceso de prurito renuncia con frecuencia a utilizar herramientas que la derecha usa sin el menor pudor y con apoyos económicos muy superiores. Y así, por poner un ejemplo, mientras las poderosas multinacionales de agroquímicos y semillas transgénicas nutren con abundancia sus campañas con cientos de lobistas entrenados, patrocinios e investigadores a sueldo, las organizaciones ecologistas batallan con medios precarios.
Se entiende que por definición la izquierda estará peor dotada de recursos económicos que la derecha, pero conviene estrechar la brecha. Hacen falta empresarios de izquierdas. Hace falta llevar a las organizaciones progresistas las técnicas que las conservadoras desarrollan desde hace siglos en los despachos y las bambalinas. Hacen falta think tanks que promuevan una visión de los negocios heterodoxa, humanista y solidaria. Y sí, hacen falta garzones en las consultoras. Puede ser loable que Alberto Garzón haya abortado su acuerdo con la empresa de Blanco y Alonso por coherencia con sus principios. Pero a nosotros, que lo vemos desde fuera, nos queda un regusto de renuncia innecesaria.
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