“Cueste lo que cueste” Cristina Monge
La infancia y los bombardeos
El presidente mexicano Lázaro Cárdenas envió un telegrama al presidente español Manuel Azaña en junio de 1937: “Tengo el gusto de participarle haber arribado hoy sin novedad a Veracruz los niños españoles que el pueblo recibió con hondas simpatías”. Debido a los bombardeos aterradores e indiscriminados sobre las ciudades españolas que desataban los aviones nazis y franquistas, los niños se habían convertido en las víctimas más conmovedoras de la Guerra. Por eso el Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo Español promovió el rescate de los niños en peligro. El vapor Mexique llegó a Veracruz con un grupo de 457 niños españoles. Se les conoce como Los Niños de Morelia porque fueron trasladados a esa ciudad y albergados en dos edificios de la Escuela Industrial España-México.
Un amigo me regala esta semana la antología Contra el apagón. Voces de Gaza durante el genocidio que acaba de publicar en México el Fondo de Cultura Económica. Se recogen testimonios literarios de hombres y mujeres palestinas que hablan del comportamiento aterrador del ejército israelí, tan parecido ya al ejército nazi. Alguno de los autores antologados han perdido ya la vida, otros siguen luchando por la supervivencia. Y luchar por la supervivencia en poesía no supone sólo la necesidad de salvar la vida, sino el deseo de no caer en el odio. Los enemigos pueden forzar una dinámica de venganza que te haga tan inhumano como ellos. No, no podemos parecernos al enemigo. Cuando te dominan las ganas de matar a quien mató a tu padre, es bueno negarse al odio, pensar que ese canalla tiene madre, padre, quizá hijos, y que la violencia incontrolada no es compatible con la dignidad humana. Ese sentimiento me emociona cuando lo leo ahora en un poeta palestino que sufre un genocidio, igual que me emocionaron las palabras de Hannah Arendt o de Natalia Ginzburg en su oposición al nazismo o al fascismo.
Los niños representan la crueldad de una barbarie que no puede justificarse nunca en la amenaza o el terror ajeno
Visité Morelia por primera vez en 2005. Fue emocionante recorrer sus calles, recordar la solidaridad del pueblo mexicano con España, la disposición para recibir con hospitalidad a muchas personas que intentaban refugiarse de la barbarie. Después del triunfo franquista y del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los niños de Morelia no pudieron regresar a sus casas y formaron parte del exilio español en México. En el cementerio de la ciudad hay algunas sepulturas con frases que se despiden de la vida a través de la gratitud. Agradecen en la muerte la solidaridad del pueblo que les ayudó a vivir. El amor humano vencía al odio.
Publiqué un poema dedicado a Morelia en mi libro Vista cansada. Contaba en él que la solidaridad, la historia compartida, la ayuda en 1937 a unos niños perseguidos por el espanto, me emocionaron en un viaje realizado muchos años después. Imaginé a niñas bajando por las escaleras bajo los bombardeos, niños muy peinados que se despedían de sus padres y salían a navegar por el mundo con su ropa doblada en una maleta de cartón. Durante estos días vividos en México, he recitado el poema varias veces. Pero he cambiado la fecha. Los versos que hablaban de 2005 se sitúan ahora en 2024 como recuerdo a los poetas palestinos y a los miles de niños que mueren en Gaza.
Todas las víctimas de la guerra, sea cual sea su edad, merecen compasión. Pero los niños representan la crueldad de una barbarie que no puede justificarse nunca en la amenaza o el terror ajeno. Los niños son inocentes, representan un mundo que tiene derecho a vivir más allá de cualquier dinámica de espanto. Rafael Alberti contó en versos inolvidables el sufrimiento vivido en la Guerra Civil española. En un poema dedicado a Niebla, su perro, se fija en un niño inocente que sin comprender nada observa la lucha aérea como si se tratara de un castillo de fuegos artificiales: “ese niño que observan lo mismo que un festejo / la batalla en el aire, que asesinarle pudo”. Esa inocencia, por desgracia, tarda poco en desaparecer bajo el espanto. Queda poco de ella en los ojos abiertos de un cadáver.
Rafael Alberti, pese al peligro de ese niño, pese a la traición y la barbarie, se empeñó en resistir y defender la alegría humana. Es una obligación para seguir viviendo y para defender los valores en los que uno cree. Pero a veces se hace muy difícil. Es desolador que 1937 se mezcle con 2024, Israel con el nazismo y los Niños de Morelia con el apagón de los niños de Gaza.
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