50 años, ¿de qué? Cristina Monge
Ay de quienes no entiendan la política como un ejercicio de seducción
La polémica generada por la reducción de condenas dictaminada por algunos jueces al aplicar la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, conocida como la ley del sólo sí es sí, ha sacado a la luz el empeño de ciertos líderes en quedarse solos, el mayor signo de debilidad que se puede mostrar en política.
Según lo escuchado a distintos juristas, jueces, juezas y fiscales de todo el espectro ideológico, el asunto es, cuando menos, vidrioso. Lo que la evidencia pone de manifiesto es que la forma en que la norma quedó redactada, sin la correspondiente disposición transitoria que aquilatara cualquier resquicio, deja un hueco abierto para que exista una interpretación que permita rebajar las penas, algo contrario a lo que el legislador pretendía. Vamos a ver qué dicen la Fiscalía, el Supremo, y cómo va evolucionando la retahíla de recursos de los que tendremos noticias las próximas semanas. En el plano jurídico no conviene precipitarse.
En el político, sin embargo, hay ya algunas ideas que se pueden subrayar y que se pueden aplicar tanto a este asunto como a otros muchos, especialmente en el último año. A mi juicio, al menos, tres:
Primero: Cuanto más polémico es algo, más cuidadoso debe ser el proceso. Se sabía que la ley del sólo sí es sí, que nació rodeada de discusión e incluso bronca, sería cuestionada a la mínima ocasión que tuvieran quienes entonces se mostraron más críticos. No ha hecho falta esperar mucho. Apenas mes y medio desde su entrada en vigor, ya han saltado las primeras disputas. La sospecha —certeza más bien— de que esto iba a ser así debería haber derivado en un proceso exquisito de elaboración, donde se maximizara el debido cuidado en la técnica jurídica para evitar aplicaciones equivocas o contraproducentes. No ha sido así —aquí más detalle— y la ley ha acabado por dejar un cierto margen a la interpretación, que ha sido inmediatamente aprovechado por sus detractores para impedir su correcta aplicación. Si se sabía que tal cosa podía suceder, ¿por qué no se aquilató bien la norma? Caben muchas interpretaciones: desde la conspiratoria que dice que quienes vieron esta posibilidad no lo advirtieron para dejar que ocurriera y desprestigiar así la ley, hasta quienes piensan que estas disposiciones son tan de trámite que nadie reparó en su ausencia, o quienes enfatizan que la ministra de Igualdad desoyó a quienes les advirtieron aludiendo a que querían boicotearla. Quizá sea una mezcla de todo, pero deja en evidencia al Legislativo —ningún grupo parlamentario presentó una enmienda al respecto—, a los juristas que tuvieron que informar la ley, a varios ministerios, etc. Cuando se prevé que una iniciativa política pueda provocar conflictos, toda prevención y cautela es poca, y cuantas más voces puedan ser escuchadas y valoradas, mucho mejor. El rechazo a considerar informes de expertos, la falta de cintura para incorporar propuestas procedentes de otros ámbitos, o la negativa a profundizar en el debate con quienes quieren matizar el discurso, son en estos casos la mejor garantía de problemas y una forma muy eficaz de ir perdiendo aliados por el camino. Y sí, mucho de esto hay también en la propuesta de la ley Trans, inexplicablemente tramitada por procedimiento de urgencia.
La ley del 'sólo sí es sí' ha generado en la opinión pública una sensación, cuando menos, de decepción, y sus desconcertantes consecuencias iniciales han dado munición a una derecha que ha recibido el fiasco del adversario como un magnífico regalo
Segundo: Cuando eliges un marco que no es el tuyo, todo es susceptible de volverse en contra. Si al principio de la elaboración de la norma, como bien se explica en este artículo, el Ministerio de Igualdad aludía a un marco no punitivo, a lo largo de su tramitación y en la defensa que ha articulado de la ley estos últimos días se ha podido comprobar cómo ha abandonado de forma clara esa referencia para caer de lleno en un debate punitivista que resulta veneno puro para este Gobierno. Clara Serra lo explica muy bien en este hilo de Twitter. Tal es así, que lo que objetivamente es una conquista para proteger a las mujeres, elaborada por un Gobierno progresista, acaba sustanciándose en un debate sobre rebajas de penas que se vuelve en contra del mismo ministerio. La equivocación del marco conceptual en que situar la ley ha sido en este caso una trampa para una de las leyes más simbólicas e icónicas del Gobierno de coalición, y en especial de Unidas Podemos.
Tercera: La política es un arte de seducción. Se ha criticado ampliamente la reacción de los dirigentes de Podemos culpando de todo el embrollo a los jueces machistas mientras voces de la judicatura, de izquierdas y de derechas, criticaban los problemas que la aplicación de la ley plantea. Que existen jueces y juezas machistas es una obviedad —ahí está, entre otros casos, el voto particular de La Manada—. De ahí a decir que todo el lío montado deriva de que toda la judicatura es machista va un enorme trecho. Podría quedarse en una anécdota fruto de la reacción dolida de una ministra que se siente atacada donde más daño pueden hacerle, pero la cuestión va más allá. Parte de la izquierda, incluyendo los actuales dirigentes de Podemos, ha salido del marco y el espíritu que le aupó al Gobierno recogiendo bien los anhelos de una pluralidad de indignados, y lleva ya un tiempo corriendo desesperada hacia un rincón donde sólo está ella misma. En lugar de ampliar las complicidades imprescindibles para gobernar y, lo que es más importante, para transformar, se especializa en ir erosionando en unos casos y arruinando en otros las que ya tenía. Nadie está a salvo: jueces y juezas, periodistas, líderes de organizaciones sociales y, por supuesto, quienes aún formalmente son compañeros y compañeras. Esta dinámica no ha sido ajena a la elaboración de la ley. No se pierdan este hilo de Marga León en el que señala lo insólito de la polarización en temas de igualdad con la que ha nacido esta ley, en contra de lo ocurrido en otras ocasiones.
En estos momentos la ley del sólo sí es sí ha generado en la opinión pública una sensación, cuando menos, de decepción, y sus desconcertantes consecuencias iniciales han dado munición a una derecha que ha recibido el fiasco del adversario como un magnífico regalo. Esto no se arregla cerrando filas en torno a una adhesión inquebrantable de los más fieles, sino reflexionando y reconociendo que algo no se ha hecho bien. Porque en caso contrario, a lo peor dentro de no mucho nos tropezamos con otro desastre similar.
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