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La abstención es ya el principal partido: un 35% de electores no votarían frente al 23% de hace cinco años

EN TRANSICIÓN

Doble o nada: el órdago de Pedro Sanchez

Sin tiempo para digerir aún el resultado electoral del 28M, la política española ha vuelto a pasar pantalla con inusitada rapidez, con la disolución hoy mismo de las Cortes Generales y la convocatoria de elecciones el próximo 23 de julio. 

El pasado domingo pasaron muchas cosas, pero básicamente se puede resumir en que el Partido Popular fue capaz de movilizar a los electores conservadores –de ahí el crecimiento asimétrico de la participación–, reabsorbió a los votantes de Ciudadanos, y Vox actualizó en los municipios el resultado que alcanzó en la repetición electoral de las generales del 10 de noviembre de 2019 –aunque con menos de la mitad de voto–.  

Por la izquierda, el PSOE se ha dejado un punto (400.000 votos) y el espacio a la izquierda del PSOE ha visto cómo menguaba notablemente su representación o se quedaba fuera de las instituciones, aunque lo hiciera por apenas unas décimas que le impedía alcanzar el 5% de la barrera electoral municipal. Desde el principio de la campaña se sabía que la clave estaba en movilizar a la izquierda, y desde la irrupción de la polémica por las listas de BIldu se sabía también que no iba a ser fácil. 

En síntesis, la derecha moviliza, se reagrupa y actualiza resultados, mientras el PSOE se resiente y el resto de la izquierda se difumina e incluso se esfuma. Resultado: los conservadores sacan un enorme rédito institucional.

La derecha moviliza, se reagrupa y actualiza resultados, mientras el PSOE se resiente y el resto de la izquierda se difumina e incluso se esfuma

En un contexto político cada vez más dominado por una conversación en la que lo local cada vez importa menos, se impuso una campaña electoral en clave estatal, unas votaciones de la misma dimensión y, por supuesto, una lectura y unas repercusiones del mismo nivel. Tanto es así, que las elecciones municipales y autonómicas de 2023 han acabado con el Gobierno de coalición. 

Acorralado ante una Ejecutiva Federal donde inevitablemente se iba a abrir la caja de Pandora de las cuentas pendientes, y en un acto que oscila entre la audacia y la temeridad, ayer el presidente del Gobierno sorprendía a propios y extraños con la convocatoria de elecciones generales.

 En principio, el escenario no es el mejor, puesto que la sociedad española se acostó el domingo con la percepción de que el cambio de ciclo estaba en marcha y una ola –o tsunami– conservadora se apoderaba de todo. El peor escenario para una campaña.  

Sin embargo, el dramatismo de la situación, la apuesta a doble o nada, facilita un movimiento épico que podría servir de revulsivo al conjunto de la izquierda. ¿Cómo? Ahí está la clave. Con esta decisión Pedro Sánchez consigue varios logros en un solo movimiento: En lo interno, acallar –o aplazar– las críticas hasta después del 23 de julio. En los partidos tradicionales hay algunas reglas no escritas, como que cuando se convocan elecciones hay que cerrar filas. Otra cosa es el entusiasmo con que se haga. Además, Sánchez se ha puesto al frente asumiendo en primera persona la derrota. Si sale bien, reforzará su liderazgo; si sale mal, atenuará su defenestración. La vieja máxima: Primero el partido, luego el Gobierno.

En lo externo: Da a la izquierda no socialista diez días para alcanzar un acuerdo que no han sido capaces de lograr meses atrás. Si lo consiguen, pueden aglutinar votos. Si no lo logran, o no lo hacen con la suficiente convicción, Pedro Sanchez irá a por todas, a por ese espacio también, puesto que el 23 de julio iremos a votar por “Sánchez o la ultraderecha”. Nunca el voto útil habrá sido más potente. Al fin y al cabo, el 28M certificó el fin de la “nueva política”: Ciudadanos desaparecido y Podemos al borde de la extinción. 

Mientras tanto, el PP y Vox tendrán que pensarse más despacio los acuerdos de gobierno. En los ayuntamientos es más sencillo, puesto que el 17 de junio si no hay acuerdo gobernará la lista más votada, sin coste en este sentido. En las Comunidades Autónomas, sin embargo, la elección de gobiernos puede dilatarse o incluso conllevar alguna repetición electoral. La conversación pública girará en estos términos y la crisis institucional llevará, al menos, unos meses.

En definitiva, el adelanto electoral puede verse como un acto de audacia o de temeridad, pero quizá fuera la opción menos mala en una situación donde la izquierda es percibida como perdedora aunque haya mantenido una buena base de apoyo electoral. Seis meses de agonía se iban a hacer muy largos. Dicen que la fortuna sonríe a los audaces. Buena ocasión para comprobarlo.

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