El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Tres lecciones de cómo el PP ha perdido esta batalla
Casi todo se ha dicho ya sobre la marcha atrás, en el último momento, de Feijóo a un supuesto acuerdo con el PSOE para la renovación del CGPJ. La historia de cómo, tras cuatro años de incumplimiento de un mandato constitucional, el Partido Popular ha impedido esta renovación es conocida y larguísima. Es buen momento para extraer lecciones que nos ayuden a interpretar lo ocurrido y a prever lo que pueda ocurrir. Tres son, a mi entender, las fundamentales.
Lección 1: Presidir un partido no significa liderarlo.
En realidad, pasa en toda organización. Ostentar el primer puesto es una cuestión formal que tiene que ver con la potestas, y que no garantiza tener también la auctoritas. De ahí que cuando Feijóo llegó a Madrid, aclamado tras el congreso de Sevilla, diferentes análisis advirtieran de que quien le abrió la puerta de Génova seguía teniendo la llave, como efectivamente se ha dejado sentir en la primera gran decisión que ha tenido que tomar, y donde indefectiblemente ha quedado en entredicho su perfil de hombre de Estado, con talante negociador y voluntad de acuerdos. Su contrafigura interna, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, ha hecho un ejercicio de poderío tan pregonado y exhibido que plantea incluso la duda de si Feijóo aguantará en el puesto hasta la convocatoria de las próximas elecciones generales.
Lección 2: Cuando se echa a rodar una bola de nieve, es difícil pararla.
Conviene preguntarse de dónde procede esta negativa de Isabel Díaz Ayuso y del entorno mediático e intelectual de la derecha a llegar a acuerdos en este asunto que compromete incluso la imagen del PP como partido de orden. La derecha en España lanzó, desde la moción de censura que sacó a Rajoy de la Moncloa, un proceso de radicalización que ha ido creciendo con los años. La oposición de palabras gruesas y “patada p´alante” ha contribuido a crear un clima de crispación donde las voces más intransigentes han ido adquiriendo cada vez mayor peso. Llamar al presidente del Gobierno felón, traidor, okupa, o directamente tratar a este Gobierno de “ilegítimo” no es inocuo. La agresividad y la beligerancia van calando en las propias filas y, cuando te quieres dar cuenta, presiones internas y externas al partido te llevan a dar marcha atrás en una cuestión estratégica, aun a costa de echar por tierra la percepción de hombre de Estado que podría llevarte a la Moncloa. España lleva demasiado tiempo sin una derecha liberal, moderada y moderna, similar a sus análogos europeos. Piénsese en Merkel, Draghi o incluso Sarkozy. En cada uno de los últimos debates políticos habidos en España —por cuestiones tan variopintas como la memoria democrática, los derechos de las mujeres o la progresividad fiscal—, los conservadores han mostrado un argumentario reaccionario y desregulador muy alejado de los principios liberales que enarbolan los conservadores europeos que buscan distinguirse de la ultraderecha. Falta de estrategia o despiste ideológico al que me refería la semana pasada (aquí).
Lección 3: El análisis de incentivos sigue siendo el más fiable.
Pese a que se considere lo correcto, a que parezca de sentido común, e incluso aunque de cumplir un mandato constitucional se trate, es muy difícil que un partido tome una decisión si no tiene incentivos para ello. En el escenario descrito en las dos lecciones anteriores, ¿qué incentivo tenía el PP para llegar a este acuerdo?
¿Recorrerá Feijóo el mismo camino que llevó a aquella noche en Génova, cuando un pacto entre caballeros decidió que Casado tenía que abandonar y dejar su puesto, por aclamación, al presidente gallego?
Con el calendario electoral avanzando, tras haber mantenido una posición de férrea negativa al acuerdo con mil y unas excusas que ya es difícil recordar, y teniendo en cuenta lo que está en juego, ¿por qué iba a querer Feijóo enfrentarse a las voces más extremas de la derecha? Se suele olvidar el motivo último de esta negativa a pactar la renovación del CGPJ. No tiene que ver con una cuestión de filosofía política de cómo garantizar la separación de poderes y la independencia del poder judicial —¡ojalá se planteara ese debate!—, ni con el miedo al castigo electoral por tener a Vox acusándoles de haber acordado con Sánchez en este tema —que no tiene reflejo electoral—, sino que lo que está en juego es nada menos que la parte mollar del poder. Esa que aporta la capacidad de “controlar la Sala Segunda desde detrás”, como recordó Cosidó en el SMS que dio inicio a este culebrón; la capacidad, en definitiva, de garantizar que el poder judicial siga estando controlado por jueces conservadores. De ahí que un análisis de incentivos hiciera dudar del final feliz de esta historia.
En términos políticos, esta batalla la ha perdido el Partido Popular. Ha sido él quien se ha levantado de la mesa sin una explicación coherente y creíble de lo sucedido mientras exhibía de forma poco inocente las tensiones y divisiones internas. ¿Recorrerá Feijóo el mismo camino que llevó a aquella noche en Génova, cuando un pacto entre caballeros decidió que Casado tenía que abandonar y dejar su puesto, por aclamación, al presidente gallego?
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