Federico Mayor Zaragoza, ciudadano del mundo Juan José Tamayo
Una cabeza de caballo
“El PP ya ha perdido 15 días de precampaña en sus enredos con Vox”, titulaba el ABC en su portada del martes 27 de junio. “Sus propias acciones han alimentado un eje de discusión que anhelaba Sánchez para las elecciones generales”, se destacaba, más que para continuar la información, para asegurar la reprimenda. Al ABC hay que leerle como lo que es, el boletín de la derecha de grapa y orden, su orden. Un rotativo sin alharacas dirigido a señores cuya máxima excentricidad es vestir de beis el domingo. Por eso el toque de atención importa, por lo que dice, por quién lo expresa y por su destinatario. Por si alguien tenía dudas, ese impersonal “PP” del titular se completaba con una foto de Feijóo, sonriendo algo atolondrado, flanqueado por Cuca Gamarra y Dolores Montserrat.
El conflicto para ABC, claro, no es que el PP pacte con Vox, sino que pierda el tiempo en enredos que, si lo pensamos, es una palabra muy propia de la comedia de costumbres o del rapapolvo a un subordinado: “déjese usted de enredos, Núñez”. El tema para el rotativo, probablemente para una gran parte de la derecha española, es que ahora existen unos chicos más que excesivos, obvios, con los que es mejor entenderse de manera discreta y rápida para que el camino a la Moncloa, ahora llano, no se vuelva sinuoso. Lo interesante es que en el subtítulo aparezca Sánchez, que nada tiene que ver en la ecuación conservadora. Traducido: ojo que el cabrón del guapo nos la lía. Más miedo que vergüenza.
El caso es que a nivel táctico el ABC tiene razón. Al PP los pactos con Vox no le van a pasar factura porque su electorado no está para menudencias morales. Entre "derogar el sanchismo" y meter en las instituciones a unos tipos que, si pudieran, sustituían el Código Civil por un Antiguo Testamento, ya no hay dudas. La cuestión es que esa parte de la sociedad a la que la política le resbala es posible que empiece a ver con alarma lo que significa realmente Vox. Porque una cosa es parapetarse detrás de la bandera, al calor de unas guerras culturales que en demasiadas ocasiones el progresismo les sirve en bandeja, y otra bien diferente quitarse la careta de rebeldes y mostrar la jeta de fascistas.
Don Federico, ese señor que ya de buena mañana va espídico, leyendo el santoral y repartiendo insultos, en un estudio de radio que parece la teletienda del anticomunismo, opina de manera parecida al ABC y se ha empleado a fondo contra María Guardiola, la candidata popular extremeña a la que se le ocurrió poner los principios por delante de los resultados. Ya han metido en vereda a Guardiola, que ahora anda desdiciéndose y mandando mensajes a Vox llenos de caritas sonrientes y corazoncitos.
Una cosa es parapetarse detrás de la bandera, al calor de unas guerras culturales que en demasiadas ocasiones el progresismo les sirve en bandeja, y otra bien diferente quitarse la careta de rebeldes y mostrar la jeta de fascistas
La cohabitación entre PP y Vox es, en primer término, aritmética electoral. Pero, sobre todo, es la operación para que los populares acaben deslizándose hacia el camino de la restauración reaccionaria, con epicentro en Sol y objetivo de transformar este país en otra cosa bien distinta a lo que conocemos desde 1978. No se trata, por tanto, de que Vox sea el peaje que el PP tiene que pagar para llegar a Moncloa, sino que Vox es la coartada para que el PP acabe postrado de su lado más reaccionario sin pudor. Nunca se trató de Extremadura, que para esta gente sólo es un paraje donde ir a matar bichos con la escopeta. Cada insulto que ha recibido María Guardiola no es más que una cabeza de caballo en la puerta de Génova puesta por quienes depusieron a Casado.
Don Federico lo suele reconocer cuando instruye a su audiencia como el maestro que no confía demasiado en la inteligencia de su alumnado: votar a Vox vale para que el PP no se salga de la vereda. El problema es que él mismo reconoce que Vox ha dejado de ser esa escisión que le fabricaron a Rajoy para medirle el lomo, convirtiéndose en algo bastante más inquietante que mezcla el tutelaje de sectas ultracatólicas, el populismo trumpista y la nostalgia de 1939. O sea, que lo que probablemente reconozcan en privado, cuando la luz roja se apaga, es que su plan para que el PP no se vuelque del lado liberal es haber alentado un experimento tan incontrolable como peligroso. Ya les bajaremos del monte, ya les meteremos en la jaula. Ya.
En el PNV, que son el ABC de lo vasco, andan tomando posiciones para lo que se prepara y por boca de su portavoz, Aitor Esteban, ya han puesto encima de la mesa lo que algunos comentan en privado: que el PSOE facilite gobiernos del PP en solitario. La entrevista que concedió Feijóo hace una semana en Hora 25 tuvo un pasaje interesante, que pasó desapercibido, donde se refirió a los nacionalistas vascos y el PSE, exigiendo respeto después de que su partido facilitara algunas alcaldías y diputaciones. “¿Cómo van sus relaciones con el PNV?”, preguntó Bretos, a lo que el líder popular respondió, tras hacer una pausa para beber agua, que había tenido “muy buena relación con el lehendakari Urkullu, no se lo oculto. Es verdad que el lehendakari es una cosa y el partido otra, pero yo me he entendido con él”.
Si la derecha gana las próximas elecciones generales, el gobierno entre PP y Vox será un hecho. Unos pensarán que Feijóo bastará para tener bajo control a los ultras, otros desearán que los ultras tengan bajo control a Feijóo. Ninguno podrá garantizar que, en el recorrido, este país se deslice hacia ese escenario donde los recortes no serán sólo a los servicios públicos, sino también a los derechos. Puede que algunos crean, como el PNV, como una parte del PSOE, esa que no va a pegar un cartel con la cara de Sánchez, que para evitarlo lo mejor sería facilitar un Gobierno en solitario del PP. No serán pocos desde el progresismo los que, en nombre de la cordura, apelen a esta maniobra.
Sería interesante que esta posibilidad se diera. Sobre todo porque comprobaríamos una realidad de la que casi nadie parece querer darse cuenta, y es que, llegados a este punto, son muy pocos en la derecha los que quieren volver de forma sincera al centrismo. Porque para ganarse un voto que facilitara su gobierno sin Vox, el PP tendría antes que acordar no tocar ninguno de los avances en materia social que se han dado en esta legislatura. Y eso no depende de Feijóo, sino de lo que Sánchez resumió en el mismo programa de la SER en su entrevista de este lunes: “La gran paradoja es que no tenemos oposición política. Hay oposición en determinados grupos mediáticos y hay un poder económico que señala el camino a la oposición mediática [...] Hay personas que han creído siempre que este país es suyo, no le quepa ninguna duda".
No se trata de que exista la posibilidad de dejar fuera a Vox de la Moncloa, se trata de que los principales interesados en formar un nuevo gobierno no tienen la autonomía suficiente para explorarla, porque ni pueden hacer cesiones en materia económica, ni sus tutores mediáticos van a permitirles un paso en falso por la senda que ellos les marquen. Se trata, sobre todo, de que la cuestión no es dirimir si Feijóo es un señor sensato, uno de esos cuya máxima excentricidad es vestir de beis el domingo, sino que la forma en que llegó al poder en Génova le hizo firmar una hipoteca que marcará, si tiene ocasión, el destino de todo un país.
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