50 años, ¿de qué? Cristina Monge
Coger a Valencia de la mano
Lo imprevisible ya es la vida diaria. Cualquier catástrofe puede ocurrir en cualquier momento, en múltiples formas. Las imágenes irreconocibles de esta gota fría, ese decir ‘no parece España’, están ya en la retina de nuestros peores desastres naturales de la historia reciente. Las montoneras de coches, carreteras destrozadas, muros arrancados de cuajo. Casas que se hunden sin que haya rescate posible. Vecinos rescatados de los tejados, del capó de un coche, agarrados a lo que pueden. Y los gritos grabados con el móvil de los testigos. Paiporta, símbolo y epicentro de esta Dana, un municipio que no se inunda nunca, se quedó sin agua, sin luz, sin comunicación en menos de diez minutos. Los ancianos atrapados en las sillas de ruedas, con el agua por la cintura, es ya una imagen imborrable. Los seis mayores fallecidos, el casi centenar de muertos (a esta hora), son los nombres del luto de la riada más mortal del siglo. Hoy seguiremos poniendo rostro y testimonios a las víctimas de un listado dolorosamente largo. A quienes lo han perdido todo y necesitan ayuda.
Cuando pasen los tres días de luto hay que reflexionar sobre los servicios públicos. Sobre la falta de previsión, la falta de unidades de emergencia, la necesidad de mejorar la coordinación de las administraciones y revisar los protocolos. Después de la solidaridad, cuando termine la búsqueda y paren las lluvias, habrá que reflexionar sobre la contienda política que lleva a quitar una Unidad de Emergencias en Valencia en lugar de implementarla por un cambio de gobierno de Ximo Puig a Carlos Mazón.
Cuando pasen los tres días de luto hay que reflexionar sobre los servicios públicos. Sobre la falta de previsión, la falta de unidades de emergencia, la necesidad de mejorar la coordinación de las administraciones y revisar los protocolos
Sólo la inversión pública nos salva de la barbarie, nos sostiene como sociedad. Nadie puede salir solo de un torrencial de agua, apagar un incendio o comprarse un quirófano. En la tormenta de nieve de Filomena (Madrid) no hubo muertos y no se estudió qué hacer para que la tormenta nos pillara con las tiendas abiertas y la gente en la calle. Se cerró una hora antes de lo habitual –en lugar de todo el día– y los trabajadores se quedaron varados en las estaciones del tren y el metro sin poder volver a casa.
En Valencia ha pasado algo similar con casi cien muertos. Las alertas de AEMET se emitieron hace días y en la zona más golpeada pilló casi por sorpresa. Nadie alertó de que casi 500 litros de agua son mortales si se compara con los 10 litros de agua en una lluvia normal. Solo cerró la Universidad de Valencia. Ni las tiendas, ni los colegios, ni las oficinas… la vida siguió en Valencia la tarde del martes sin percibir la gravedad de las alertas. Con el balance de muertos, solo cabe concluir que los protocolos son mejorables. La responsabilidad de las instituciones públicas obliga a revisar qué ha pasado.
Cuando la AEMET lanza una alerta, los ciudadanos tienen que saber interpretarla. En Valencia, ha habido un espacio y un vacío entre esos avisos y la actuación de Protección Civil. Y sobre todo, los avisos no fueron claros. La sociedad no los entendió. La gente no se pone en riesgo porque sí. Quien estaba en la calle pensó que iba a llover, no que se jugaría la vida bajo la lluvia. Los mensajes y las alertas fallaron porque no se entendieron.
Si la población no percibe el peligro, si cuando la gente recibe una alerta no sabe qué tiene que hacer, entonces las instituciones han fallado. No se trata de buscar cabezas de turco. Pero sí de reconstruir muy bien qué falló y qué puede mejorarse. Las catástrofes meteorológicas tienen cada vez más fuerza y ocurren cada menos tiempo. Nos jugamos la vida. El luto de días, las vidas irrecuperables, nos demuestran que es literal.
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